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“Trato de ser muy humano y lo más justo posible”: Enrique José Arboleda

En esta nueva entrega de la serie Historias de Vida, creada y producida por Isabel López Giraldo, presentamos una entrevista con el abogado Enrique José Arboleda.

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Isabel López Giraldo
04 de diciembre de 2023 - 11:03 p. m.
Fotografía de Enrique José Arboleda.
Fotografía de Enrique José Arboleda.
Foto: Cortesía
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Enrique José, ¿quién es usted?

El ser humano tiene múltiples facetas, y por lo general se presenta desde lo profesional, pero prefiero hacerlo desde una perspectiva ética. Trato de ser alguien muy humano, y desde esa humanidad busco ser lo más justo posible. Si le preguntaran a alguno de mis alumnos, me gustaría que dijera: “Ese profesor, no sé si fue bueno o fue malo, lo que sí sé es que fue justo”.

Siento una preferencia por lo que llamo cosas inteligentes. Me gusta una conversación inteligente, un libro inteligente, un trabajo en el que puedo desarrollar cosas que a mi modo de ver son inteligentes.

También siento una sensibilidad por todo lo que es bello, la belleza en todo sentido. Una buena música, un buen libro, un buen paisaje, un atardecer, la luna, el pasar de las horas.

La familia, en el plano estrictamente afectivo, es un elemento esencial de mi vida.

Me considero alguien tranquilo. Recibo con serenidad lo que ocurre a mi alrededor, así no esté de acuerdo o me moleste alguna situación. Pero en lo que debo serlo, soy muy combativo: cuando tengo que defender una causa que creo que es justa, lo hago con vehemencia.

Naveguemos por sus orígenes.

Una característica de las familias, tanto paterna como materna, es que fueron profundamente políticas y, además, católicas.

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Aquileo Perdomo y Otilia Salas, mis abuelos, murieron de tuberculosis. No había vacuna, y en esa época era una enfermedad, además de mortal, muy contagiosa. La generación de principios del siglo pasado, por lo general, era hija de gente que tenía tierras. Ya mis abuelos vivieron en la ciudad siendo profesionales o empleados.

Ligia Perdomo, mi madre, quedó huérfana siendo adolescente. Nos transmitió los recuerdos de los abuelos. Decía que fueron padres muy cariñosos, pero también nos dejó ver su dolor por haberlos perdido tan temprano en la vida. Estudió interna en Bogotá, hizo bachillerato comercial lo que le permitió acceder a cargos que muy pocas mujeres lograban.

Los Arboleda son una familia muy tradicional de Popayán, de vasta cultura. Descendientes de José Rafael, amigo de Simón Bolívar quien le regaló su anillo de matrimonio. Su hijo, mi tatarabuelo, Sergio Arboleda, Don Sergio como es llamado en su tierra, fue un político conservador bastante importante del siglo XIX, muy buen escritor, muy lúcido, por quien adoptó el nombre la Universidad.

Con mi abuelo, José María Arboleda Llorente, fue alguien muy agradable, profundamente político y católico. Estudió para sacerdote en Italia, pero no siguió la carrera eclesiástica.

Cuando hablaba en términos políticos, lo hacía con las categorías éticas católicas, es decir, para él lo justo, lo bueno, lo malo, siempre tenía relación con la religión. Fue rector de la Universidad del Cauca donde trabajó casi toda su vida. También fue embajador en Quito. Estructuró el archivo central del Cauca que lleva su nombre. Generó así una institución que hoy en día es muy importante desde el punto de vista histórico. Murió cuando yo tenía quince años.

María Luisa Valencia, mi abuela paterna, también de una familia muy tradicional de Popayán, sobrina del maestro Guillermo Valencia, el poeta, escribía versos y recuerdo haberle oído recitarlos.

José Enrique Arboleda Valencia, mi papá, fue abogado, político, muy católico, de gran conocimiento religioso. Como mi abuelo, tuvo mucho sentido histórico. Fue congresista, magistrado del Consejo de Estado, ministro de Gobierno en la época del general Rojas. De este episodio, contaba que el Partido Conservador había llegado a un acuerdo con el general para llamar a elecciones, hecho que hizo que mi papá aceptara el cargo y anunciara a la prensa su realización; pero se retiró del Ministerio precisamente porque Rojas no quiso convocarlas. Contado por mis padres, porque no es una versión oficial ni histórica, el general Rojas tenía el Consejo de ministros, políticos con quienes debía gobernar y un sanedrín conformado por un grupo de generales quienes lo influían de manera directa. Y fue precisamente ese sanedrín el que lo convenció de no convocar a elecciones. Fue la Junta Militar quien las convocó después.

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Obviamente, mi papá, quien había ido con ese encargo, siendo por encima de todo un demócrata, decidió retirarse unos meses antes del golpe y arrastró con el desprestigio del general Rojas. Con su caída vino una crisis económica muy grande que afectó a la familia. Pero mis padres la soportaron con toda dignidad dejándonos grandes enseñanzas. Entonces nos fuimos a vivir a Popayán donde mi papá volvió a ejercer como abogado, comenzó a tener cargos públicos en los que se fue destacando. Llegó al Tribunal Superior del Cauca, de donde lo eligieron magistrado de la Corte Suprema de Justicia. Nos trasladamos de nuevo a Bogotá, Ejerció la magistratura por ocho años y pasado ese tiempo montó oficina en Bogotá.

Para mi página, Memorias conversadas, hablamos de los pilares de familia. Quisiera invitarlo a que naveguemos por su vida académica y profesional.

Mis primeros años de colegio los hice en el San Bartolomé La Merced. Realmente tan solo kínder y parte de primero. No tengo mayor recuerdo, salvo el de que me castigaban las monjas, debía permanecer con los brazos abiertos. Entiendo que hice muchos amigos, según me contaba mi mamá.

Al regresar a Popayán estudié en el Gimnasio Simón Bolívar, un colegio pequeñito, pero de muy buena educación, cuando el rector era Álvaro Torres. Como pasé de calendario A, a calendario B, me gané un año, pues, en vez de retomar en primero, comencé en segundo.

En la época de mis papás lo normal era ingresar al Liceo de Varones, colegio oficial que todavía existe, o al Seminario Menor en el que se estudiaba bachillerato, aunque no necesariamente para el sacerdocio. Al acabarse el Seminario, un grupo de padres de familia, entre ellos mi papá y mi tío Julio, decidieron tomar la idea y fundar un colegio católico regentado por sacerdotes, sin pertenecer a la comunidad religiosa, con el fin de garantizar buena calidad en la educación conservando los valores religiosos.

Cuando a mi papá lo nombraron magistrado de la Corte, regresamos a Bogotá. Llegamos a una casa en la 109 con 19, que para ese entonces era un sitio campestre, hoy en día está en medio de la ciudad. Luego vivimos en Chapinero. Entonces me matricularon en el Liceo Cervantes, colegio de los Agustinos, donde me gradué.

Me fue bien en todas las áreas, aunque, indudablemente tuve gran facilidad para las humanidades, me gustó la cívica, la clase del profesor Miramón, político costeño ya retirado, en la que enseñaba comportamiento social, el conocimiento de las instituciones, que era lo que yo escuchaba en la casa a diario.

Me encontré con gente muy preparada desde todo punto de vista, lectores impresionantes de literatura, de historia. Realmente el grupo fue muy competitivo, pero también muy estimulante desde el punto de vista intelectual. Conservo buenos recuerdos y generosas amistades de los compañeros de entonces.

Una tía abuela me dijo algo que hoy parece simpático: “Por qué va a estudiar Derecho si los ricos de la familia son ingenieros. Los abogados están quebrados”. Yo sí tenía el trauma de mi papá en la política. Mi mamá no quería tampoco, y me dijo: “Si estudias Derecho, te dedicas a la política y eso no es bueno”. Hubo una cierta presión para que no lo hiciera. Finalmente decidí hacerlo. Me inscribí a Derecho en el Rosario. De verdad mi mamá no se equivocaba, pues quise ser político, me interesaba la política, no me imaginaba litigando.

A mi ingreso el rector era el doctor Antonio Rocha Elvira, una persona muy amable y competente que, desafortunadamente, al segundo año de carrera, cuando estaban negociando el Concordato, hizo que se dedicara más a atender estos temas y sus responsabilidades como embajador que a la relación con sus alumnos. Pero el primer año se comportó como si fuera el decano, pues bajaba de su oficina a hablar con los alumnos para conocer sus inquietudes. Hubo siempre una gran comunicación con los profesores, los docentes y con el decano. Nunca sentimos una relación de autoridad, sino de cercanía.

Una vez graduado apliqué a una beca para estudiar Ciencia Política en Francia, dado que el Derecho como la ciencia política se nutren de la doctrina francesa. Los egresados de los Andes y un poco los de la Javeriana, para ese momento, empezaron a estudiar en los Estados Unidos donde el sistema jurídico es muy diferente: manejan casos, mientras que nosotros la ley general o código civil como el sistema francés.

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Comencé la especialización en Paris I. Luego pasé al Instituto de Estudios Políticos de París, Sciences Po. Tuvieron en cuenta mis estudios en la Sorbonne y pude continuar con mi segundo año de doctorado y con el proyecto de tesis doctoral de tercer ciclo que me tomó un año más, pero que nunca terminé.

A su regreso fue catedrático.

Me encontré con que la ciencia política en el país era algo exótico, quizás se contaba con solo una facultad. No había trabajo ni oficio. Fui profesor de Constitucional con una fuerte orientación de sociología jurídica en Popayán, pero la experiencia fue muy complicada, yo estaba inadaptado para ser profesor la Universidad del Cauca, universidad pública. Quería que los alumnos trabajaran en las categorías en que yo lo hacía, pero esto no se dio.

Tuve la intención de hacer política, para lo cual comencé a trabajar con Ignacio Valencia quien dirigía el Partido Conservador en el Cauca. La experiencia fue muy dura. Estábamos en plena campaña política, íbamos de pueblo en pueblo, de vereda en vereda, a los sitios en los que los políticos sabían que tendrían receptividad.

Para el momento en que regresé a Bogotá mi papá se retiró de la Corte y mi hermano Juan Manuel, quien tenía la experiencia porque trabajaba en una firma de abogados, se unió a nosotros para fundar una firma propia. Me dediqué al Derecho Administrativo, que es el que tiene que ver con las relaciones de los particulares con el Estado.

La experiencia profesional se refleja en las clases, la parte más creativa de la realización personal. Mi mayor satisfacción está en la academia. Temas que conceptualmente pueden tener un nivel de complejidad alto, se tienen que explicar de manera básica, lo suficientemente sencilla para que se entienda por todos los alumnos. La contradicción que mantiene el litigio me enriquecía para en las clases para aportar ejemplos y presentar teorías; me dio instrumentos que pienso que apliqué con buenos resultados.

Consejo de Estado

Fui consejero de Estado durante el período de ocho años. Quise ser magistrado por el ejemplo de mi papá, indiscutiblemente. Como administrativista, la Alta Corte natural es el Consejo de Estado, al que aspiré varias veces. También aspiré a la Corte Constitucional a la que no salí elegido. Fui elegido para la Sala de Consulta.

Cosas gratas, que han tenido un significado social y en el mundo jurídico, fue el haber participado e impulsado de alguna forma la redacción del Código de Procedimiento Administrativo y de lo Contencioso Administrativo. Este surgió en la Sala en que yo estaba, por iniciativa mía, realmente.

Convencí a los colegas de la sala y fue creciendo la idea de que era necesario cambiar el Código porque venía de antes de la Constitución del 91 y no se adaptaba a ella. Ya en ese momento la informática, la posibilidad de la inteligencia artificial, la de sistematizar los juicios, mostraba que era necesario adaptarlo a las necesidades tecnológicas.

Con esos dos argumentos se fue generando un movimiento dentro del Consejo de Estado. Luego, con la presidencia de un buen amigo, uno de mis colegas, Gustavo Aponte, hablamos con el ministro del momento, Carlos Holguín Sardi, quien acogió la iniciativa. Como consecuencia de esto se creó una comisión en la que participé con un grupo de magistrados y delegados del gobierno que logró la aprobación legislativa del actual Código.

A nivel profesional estoy por cerrar el ciclo, y le agradezco a Dios lo que me ha permitido hacer y disfrutar.

Echo mucho de menos, a nivel de mi profesión y de lo político, que la ética actualmente no entra para nada en juego en ninguna de las decisiones. A este, que es uno de los pilares en los que me educaron, lo extraño casi con dolor.

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Pienso que el país debería rescatar el tema ético. Reencontrarse con él. En donde lo malo es malo y punto, y lo bueno es bueno y punto.

También presidió El Colegio de Abogados Rosaristas.

He participado desde su fundación, porque estuve en la Asamblea inicial. Curiosamente, una de las cosas que más me llamó la atención en su momento, fue la creación de un tribunal de honor para cuando hubiera posibles faltas a la ética de los rosaristas, pero desafortunadamente, que yo sepa, este nunca se ha reunido. Aceptar que nuestra conducta profesional sea juzgada por sus pares egresados del Rosario en términos de honorabilidad, no en términos jurídicos, para mí era algo formidable. Creo que no se han dado casos, pero también sucede que hoy en día somos muy tolerantes con lo incorrecto. Es por esto por lo que quiero reivindicar el tema de lo ético. Pienso que en la fundación del Colegio había un grupo de colegas que han decidido actuar correctamente; han decidido que, si es el caso, sean juzgados sobre la base ética, sobre lo que es o no jurídico, sobre lo que es o no discutible.

Hábleme de su familia.

Estoy por cumplir cuarenta años de casado, lo mejor que me ha podido pasar en la vida. Mi señora, Ángela María Márquez, tiene origen paisa y de Boyacá. Es licenciada en educación con especialización en idiomas de la Javeriana. Hizo una maestría en diseño curricular tema al que está dedicada desde hace unos quince años. Trabajó muchos años en diferentes colegios, se especializó en primaria y recientemente estructuró un programa para enseñarles a leer a los niños. Con este se acaba de ganar un premio internacional en el 2022, por los resultados que está teniendo. Ya ha sido adoptado en otros países a través del BID y del Banco Mundial.

Tenemos tres hijos y tres nietos, una de las experiencias más grandes de la vida. Como diría un amigo: son la cereza del postre. Porque son la parte más dulce de esta etapa.

Por Isabel López Giraldo

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