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“Agradezco que la película no quedó como yo imaginaba”: Edgar de Luque Jácome

Esta semana llega a las salas de cine “La estrategia del mero”, la ópera prima de este director samario. Aquí habló de las experiencias que nutrieron esta historia sobre la complejidad de las relaciones familiares, la diversidad y el amor.

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Santiago Gómez Cubillos
24 de junio de 2025 - 01:00 p. m.
Edgar de Luque estrenó “La estrategia del mero en el Black Nights Film Festival de Tallin, Estonia .
Edgar de Luque estrenó “La estrategia del mero en el Black Nights Film Festival de Tallin, Estonia .
Foto: Moises Navarro
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¿De dónde surgió la idea que se materializó en La estrategia del mero?

Esta película siempre la vi como el gran paso que debía dar profesionalmente, después de muchos años dedicados principalmente al desarrollo de cortometrajes. Tenía claro que quería hacer una película que tuviera un vínculo conmigo y con el espacio donde siempre he vivido: Santa Marta. En ese sentido, la película nació de distintos puntos, recuerdos y momentos relacionados conmigo. Uno de ellos fue el de mis abuelos, que vivían frente al mar en un barrio que se llamaba El Ancón. Ese barrio, junto con otros, fue desplazado y borrado para ampliar el puerto marítimo de la ciudad. Santa Marta, desde hace muchos años, ha tenido esa particularidad: a pesar de ser una ciudad costera, sus pescadores no viven frente al mar precisamente por estos procesos de desplazamiento. Esta historia nació de esa nostalgia que ellos conservan de la vida frente al mar.

¿Cómo fue armando a partir de ahí?

Quise tomar como punto de partida una de las historias que había escuchado, la de una raza de pescadores que existió en Santa Marta y que se sumergía con un arpón, usando solo sus pulmones, para cazar meros de más de dos metros de largo. Esto lo uní con otra experiencia que viví en la universidad, cuando grabé un documental sobre un grupo de mujeres trans del centro de Santa Marta. Cuando comenzó la reestructuración del centro histórico, fueron desplazadas porque, según las autoridades, ya no encajaban con la imagen turística que querían proyectar del centro. Tanto los pescadores como las mujeres trans fueron rechazados y desplazados. Coincidencialmente, ambos terminaron encontrándose en el último espacio de playa que les quedó a los pescadores, una playita cerca del puerto. Eso me permitió conectar estas dos experiencias, estas dos historias y estos dos grupos humanos a través del animal: el mero.

¿Por qué decidió que este fuera el elemento que uniera estas dos historias?

El mero es uno de los pocos animales que tiene la capacidad de cambiar de sexo en algún momento de su vida. Son animales muy solitarios, y cuando dos meros se encuentran, es probable que sean del mismo sexo. Entonces, para poder reproducirse y asegurar la continuidad de la especie, uno de los dos cambia de sexo. Tomé esto como una metáfora para el título y como un elemento profundamente relacionado con la historia que quería contar.

¿Cómo se relaciona este proyecto con otros en los que ha trabajado antes?

Fue muy distinto porque, hasta entonces, todo lo que había hecho había sido más pequeño, tanto en duración como en escala. Creo que hay una constante en mis trabajos, y es que, de alguna manera, todos tienen que ver con la relación del ser humano con los animales. No tengo muy claro por qué sucede eso; tal vez porque crecí en un barrio un poco periférico de la ciudad, que en ese tiempo aún era medio rural. Era un barrio donde había muchos carromuleros, y los patios de las casas estaban llenos de gallinas, pavos, patos, cerdos, chivos... En fin, siempre fue un entorno muy ligado a lo animal.

Antes de La estrategia del mero, ya había hecho otros cortometrajes que también exploraban eso o usaban metáforas relacionadas con animales. Pero esta película fue distinta. Era un proyecto de muy bajo presupuesto, y lo que más me enseñó fue a ser recursivo.

¿Cómo afrontó ese reto?

Nuestra principal herramienta fue la creatividad. A pesar de todas las limitaciones que teníamos para sacarlo adelante, logramos hacerlo. Estamos hablando de una película en la que el 70 % del tiempo vemos solo a dos personajes, y todo ocurre en un mismo espacio: una casa, un bohío muy pequeño. Cada día nos preguntábamos cómo filmar lo que tenía que pasar sin que se viera igual a lo del día anterior. El desafío era constante: cómo hacer un plano diferente, cómo narrar sin repetirnos. Eso, para mí, fue una escuela. Después de hacer esta película, sentí que, si logré hacer esto, entonces los proyectos que vengan no deberían ser tan trabajosos. Además, también fue complicado hacerlo en Santa Marta, una ciudad difícil donde ni siquiera hay agua potable. Pero, con el esfuerzo de todas las personas que estuvieron ahí —egresados de la Universidad del Magdalena, para quienes también fue su primera película— logramos sacarlo adelante. Y eso, sinceramente, me hizo crecer mucho.

¿Por qué decidió integrar una historia de una experiencia de vida trans en un contexto tan machista como puede ser el del Caribe colombiano?

Eso también tiene que ver con recuerdos de mi infancia y del barrio en el que me crie. La historia de la película está ambientada en los años noventa, y aunque no parezca tanto tiempo, lo cierto es que desde entonces hasta hoy ha habido un cambio enorme en la manera en que pensamos, en cómo nos vemos entre nosotros y cómo vemos el mundo. Pero en una ciudad como Santa Marta, y más en un contexto como el de los pescadores, ese cambio se da mucho más lentamente, es más reducido. A mí me interesaba tocar ese tipo de relaciones que se dan aquí: cómo se ha percibido la diferencia, cómo se ha entendido o criticado que una persona tenga una identidad distinta. Eso también me toca personalmente, porque yo soy parte de este contexto. Vengo de una cultura machista, y seguramente tengo comportamientos machistas, heredados, algunos conscientes, otros inconscientes. Lo que quería con esta historia era, a partir de esos recuerdos, explorar cómo se daban esas relaciones, que son tan complejas, tan viscerales.

Ahora que está terminada, ¿diría que esta era la película que tenía en mente desde el principio?

Diría más bien que uno llega con una idea al hacer cine, pero esto es un trabajo colectivo. Mucho de lo que terminó siendo la película no fue exactamente lo que yo tenía en mente, y agradezco que haya sido así. Quedó como la imaginaron el fotógrafo, el director de arte y, sobre todo, como la imaginó la actriz. Yo conozco un mundo; ellos conocen otros, y lo interesante del cine es precisamente eso: que los mundos de otras personas también se sumen y enriquezcan el resultado.

Esta película se trata de segundas oportunidades, ¿qué opina de ellas?

Creo que todos, en algún momento, tenemos relaciones inconclusas. Y, por lo general, las que más nos afectan son aquellas con nuestros seres más cercanos: padres, hermanos, familiares, amigos. Son asuntos que uno siente pendientes cuando se va a dormir, cosas no resueltas que quedan rondando. La película se adentra en eso. Entre Priscila y Samuel había una situación pendiente, y el destino hace que se enfrenten a ella. Muchas veces, se nos va la vida sin que tengamos la oportunidad de resolver algo así, pero otras veces sí se nos da esa posibilidad. Los psicólogos dicen que no hay que esperar a que esa oportunidad llegue sola; uno tiene que buscarla, proponerla. Sin embargo, solemos quedarnos esperando a ver quién da el primer paso. En esta historia, las circunstancias hacen que Priscila sea quien, de alguna manera, lo da: se acerca de nuevo a su padre después de estar mucho tiempo alejada. Las circunstancias la llevan de vuelta a esa isla de la que huyó, y allí, en una convivencia forzada con su padre, no les queda otra que, a las buenas o a las malas, intentar arreglar su relación. Esa es la segunda oportunidad que da el destino, pero que también —siento yo— da el mar. Porque el mar le quitó un hijo a Samuel, pero le devolvió una hija.

Santiago Gómez Cubillos

Por Santiago Gómez Cubillos

Periodista apasionado por los libros y la música. En El Magazín Cultural se especializa en el manejo de temas sobre literatura.@SantiagoGomez98sgomez@elespectador.com
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