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¿Cuándo y por qué decidió que el agua sería el eje central de su trabajo profesional?
Siempre he sido una persona que se hace muchas preguntas. Hablo poco, pero procuro observar y escuchar mucho. Estudié ingeniería ambiental y sanitaria, y diría que lo hice por un gusto heredado hacia los temas hídricos, gracias a mi papá. Él también es ingeniero civil y trabajó durante mucho tiempo en acueductos rurales, llevando agua potable a la ruralidad de Colombia. No solo me contagió ese amor por el agua, sino también la conciencia de que se trata de una necesidad muy sentida en muchas poblaciones de Colombia y de Latinoamérica. Y esa necesidad debe ser atendida.
Cuando entró a estudiar, ¿cuáles fueron las decisiones que lo llevaron por este camino?
Cuando llegué a la universidad me di cuenta de que los contenidos estaban muy enfocados en temas empresariales: grandes proyectos, grandes empresas, grandes ciudades... Entonces percibí un enorme vacío en el desarrollo de tecnologías para las personas que más lo necesitaban, pero no tenían cómo pagar por ellas. En ese momento me pregunté: “¿Cómo aseguramos el acceso al agua potable y al saneamiento básico en las zonas rurales, en las zonas más desfavorecidas del país?”. Y decidí encargarme de eso. Si mis colegas se enfocan en la ingeniería de las grandes inversiones, me parece bien; es importante que existan esos desarrollos. Pero también hacen falta ingenieros que se dediquen a buscar soluciones para quienes tienen necesidades que deben ser atendidas con urgencia.
Como docente, ¿cuál es el mensaje que busca dejarles a sus alumnos?
Más allá de transmitir esa pasión y ese amor que siento por el tema hídrico, lo más importante para mí es recalcar la función social que debe tener el conocimiento, no solo en la ingeniería, sino en todas las carreras. Eso fue lo que aprendí de mi papá y es lo que quiero transmitir. Es decir, estamos aquí estudiando, trabajando, investigando, no con la expectativa de encontrar algo que nos haga millonarios —lo cual, generalmente, no ocurre—, sino con la intención de desarrollar soluciones con una función social clara. Esa debe ser la base del conocimiento. Aquí en Colombia muchas veces se investiga para publicar artículos, para ganar puntos que, en algunas universidades, ayudan a mejorar el salario. Y me parece bien, no lo critico; hay que hacerlo. Pero también hay que impulsar investigaciones con mucho más sentido social. Una investigación que transforme realidades, no solo que llene estantes en las bibliotecas o espacios en la hoja de vida.
¿Cómo ve el panorama pedagógico en torno al cuidado del agua?
Creo que hay que cambiar la manera en que entendemos lo ambiental y, particularmente, el agua. A lo que me refiero es que los conceptos ambientales fueron mal planteados desde el principio. Por ejemplo, el concepto de “desarrollo sostenible” habla del uso de los recursos para satisfacer las necesidades del presente sin comprometer las de las futuras generaciones. Suena muy bien, aparentemente, pero si lo analizas a fondo, te das cuenta de que está centrado en la satisfacción de necesidades, no en la protección o salvaguardia de los ecosistemas. Lo mismo ocurre con la definición de “gestión de recursos hídricos” que plantea la Global Water Partnership —y que ha sido adoptada incluso por el Ministerio de Ambiente en Colombia—, donde se habla de cuidar el agua para “maximizar el bienestar social y económico”. Pero en el caso específico del agua, no deberíamos buscar simplemente maximizar beneficios, sino actuar con la intención de proteger y restaurar esos ecosistemas. Como resultado de ese enfoque obtendremos lo que necesitamos. Por eso tengo la intención, a mediano plazo, de publicar un texto que hable sobre este tema. Es necesaria una nueva ética ambiental y del agua.
