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“Un poeta”: la expresión de un arte sin gloria (Reseña)

Simón Mesa Soto, el director de esta cinta, logró contar una historia local sin caer en el exotismo.

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Juan Carlos Lemus Polanía
20 de mayo de 2025 - 11:00 p. m.
"Un poeta" se estrenó el pasad0 19 de mayo en el Festival Internacional de Cine de Cannes.
"Un poeta" se estrenó el pasad0 19 de mayo en el Festival Internacional de Cine de Cannes.
Foto: Ocúltimo & Medio de Contención Producciones
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“El buen humor reconoce el mundo que describe y, sin embargo, también nos cuestiona. Eso es lo que debería hacer el gran arte. Eso es lo que debería hacer la gran filosofía. Lo que distingue al humor es que es una práctica cotidiana que logra esto”.

Simon Critchley

El lunes 19 de mayo, en una Croisette con resaca de flashes y egos, apareció Un poeta, la segunda película del colombiano Simón Mesa Soto, proyectada dentro de la sección “Una cierta mirada” del Festival de Cannes. A Mesa Soto se le vio con la tranquilidad y la confianza de un habitual de este festival. Sus tres trabajos previos se han presentado aquí, y regresó a la Riviera con el mismo afán artístico con el que ganó la Palma de Oro en 2014 por su corto Leidi. Pero esta vez, quizá con una historia más suya que nunca. Una historia que, según él mismo confesó, nace de una pregunta íntima: ¿y si fracasé como artista?

Un poeta se abre sin dramatismo y sin urgencia, pero con una tristeza hilarante, casi tan sutil como la poesía que Óscar Restrepo —el protagonista— se esfuerza por escribir. Poeta sin lectores, sin editor, sin premios ni aplausos. Óscar es una versión paisa de todos los Quijotes del arte. La gloria se asomó, pero no llegó nunca. Lo que queda es la costumbre, y, después de muchos días y noches, ni siquiera eso.

Entonces, como quien no quiere la cosa, aparece Yurlady, una adolescente a la que Óscar decide “formar” como poeta, y esa costumbre se vuelve ridícula. El asunto es doblemente incómodo: ¿la está ayudando o la está arrastrando a la misma frustración? ¿Quiere él vivir la vida y la exposición que no tuvo a través de ella?

Ubeimar Ríos interpreta a Óscar con una mezcla de patetismo y dignidad. Hay algo en su mirada que recuerda a los perros viejos que ya no esperan caricias, pero tampoco muerden. Rebeca Andrade, como Yurlady, logra no romantizar su personaje: no es musa, no es víctima, no es promesa. Es una adolescente de barrio que dice poco y mira mucho. A su alrededor, Guillermo Cardona, Allison Correa, Margarita Soto y Humberto Restrepo completan un elenco que no actúa para impresionar, sino para habitar. El rodaje fue realizado en su totalidad en Medellín y contó, en su mayoría, con actores que no son profesionales, lo que funciona en tanto da a la puesta en escena un aire de verdad incómoda, de barrio que no necesita justificar su estética.

Una estética que Simón Mesa Soto filmó en 16 mm —porque “ahora podemos”, dice Juan Sarmiento, el fotógrafo— para contar esta historia sin sentimentalismos, sin solemnidades, sin discursos. Más bien con ese humor negro que Colombia ha venido perfeccionando desde que se nos hizo costumbre sobrevivir entre ruinas. El tono puede llegar a recordar al de Sin mover los labios, de Carlos Osuna, donde el absurdo no es una licencia narrativa, sino una herramienta para decir verdades insoportables. Un poeta, entonces, no es solo un personaje, sino también un espejo para quien se ha entregado a la creación sin recibir nada a cambio, salvo, tal vez, la certidumbre de no haber traicionado una vocación.

Como en todas sus obras, Mesa Soto vuelve a colaborar con el director de fotografía Juan Sarmiento, y juntos logran algo que, viendo cine “colombiano”, pareciese difícil: hacer que nuestros lugares aparezcan sin exotismo, esquivando tanto la ‘pornomiseria’ como la postal turística. Medellín es la ciudad real de los buses deteriorados, la de los colegios que parecen prisiones y donde los cerros están tatuados de casas de ladrillo crudo. Pero también es el territorio emocional de Óscar, ese en el que la rutina ha borrado los bordes entre la borrachera, el sueño y la mediocridad.

Hay algo de punk en esta película. No tanto en la estética como en la actitud. Mesa Soto lo ha dicho sin rodeos: está cansado del cine que se repite, del cine latinoamericano que responde a fórmulas impuestas por mercados ajenos. Y Un poeta es su respuesta, o más bien su renuncia elegante a ese sistema. No hay aquí catarsis ni redención. Óscar no se convierte en mentor ejemplar. Yurlady tampoco es una Cenicienta del arte. El gesto es otro: mostrar lo que pasa cuando el arte ya no sirve para ascender socialmente, cuando es solo una manía que resiste contra la obsolescencia. Lo personal de la película no está solo en el tema, sino en la forma. No hay música lacrimógena ni montajes que expliquen lo que el espectador debería sentir. El ritmo es irregular, como la vida misma, y, en sus mejores momentos, Un poeta hace lo que hace el humor y la poesía: incomodar sin explicar, doler sin gritar.

Se dice en Cannes que el director mostró algo fundamental: que el arte no necesita justificar su existencia por sus resultados. Un poeta es eso, una película que no busca convencer a nadie de su importancia, pero que tampoco se disculpa por existir. Quien quiera encontrarla, que la encuentre. Y quien no, que siga buscando poesía en otras partes.

Juan Carlos Lemus Polanía

Por Juan Carlos Lemus Polanía

Fundador, productor, director y editor del pódcast Cine Con Acento.
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blanca inés sánchez(snkd0)21 de mayo de 2025 - 03:00 p. m.
Gran reseña. Espero poder ver pronto la película.
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