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                                                                                                                              Un vagón de música carrilera (El cajón de Santaora)

                                                                                                                              Ya se cumplió un mes de la muerte de Darío Gómez, el rey del despecho o el papá de un género que la industria musical colombiana hoy etiqueta como “música popular”. Valga la ocasión para hacer un recorrido en tren por las memorias personales, a través de la vida de una nana que me llevó por sus rieles melódicos, antes llamados de una manera más poética y menos pretenciosa: música carrilera. O música de carrilera.

                                                                                                                              Julia Díaz Santa

                                                                                                                              Darío Gómez fue un vagón fundamental sobre la carrilera musical que nos conecta a un pasado sensible de la Colombia rural.
                                                                                                                              Foto: Julia Díaz Santa

                                                                                                                              Sarita llegó en un vagón de música carrilera a la casa de mi abuela. Un par de años antes, había tomado un tren en la estación de La Felisa, cerca de La Pintada. Pasó las horas, ensimismada, en el sentido contrario a la marcha del tren. La posición de su silla pareció acentuar todo lo que iba dejando atrás: padres, hermanos, amores, nombres, música, montañas de Riosucio y matas de iraca en las que se podía ver la Pata sola.

                                                                                                                              Llegó a Cartago y luego de un tiempo tomó un bus hasta Cali, en donde conoció a mi abuela. Digo lo del vagón de música carrilera porque ella trajo consigo los rieles melódicos de su lugar de origen: algunas canciones populares que, en ese entonces, ya se difundían profusamente en las montañas colombianas. Gracias al tocadiscos, a los traganíqueles y a la radio, las plazas de los pueblos habían cambiado drásticamente su paisaje sonoro, por ese entonces. “Yo le echaba un centavo al piano y ponía las canciones que me gustaban”, cuenta Sarita. En ese entonces se le decía piano a las rockolas.

                                                                                                                              Le sugerimos leer: En fotos: así se vivió “El concierto más grande del mundo”

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                                                                                                                              Sarita era una niña cuando la industria fonográfica nacional, a comienzo de los años cincuenta, se afianzaba en el país. Ella vivía en Riosucio y escuchaba canciones que hablaban de soldados que no vuelven a ver su mamá, en ese Llanto Militar de Rómulo Caicedo. O del crujir de esas casas viejas, en la voz de Ramón Carrasquilla y Camilo García. Y en los años sesenta, ya en Cali, fue fanática de la guasca, una versión más urbana, pero con el mismo color y ritmo monótono de la música ferroviaria.

                                                                                                                              Por eso, las canciones de cuna y las rondas infantiles que ella me cantaba, casi treinta años después de su llegada, eran las de las Hermanitas Calle: “Si no me querés, te corto la cara, con una cuchilla, de esas de afeitar”. Aunque era muy pequeña, yo lograba contrastar ese punto más crudo, luego de las narrativas románticas de los boleros y sones cubanos de mis padres. Mientras atendían sus pacientes de manera incansable, me dejaban en casa bajo el cuidado de la nana. Esa muchacha venida de Riosucio, sobre los rieles de un tren, me susurraba al oído: “El día de la boda te doy puñaladas, te arranco el ombligo y mato a tu mamá”.

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                                                                                                                              Hace unos días, cuando leí en las redes que él acababa de morir, pensé en ella y me enfrié toda. No me gusta que se ponga triste, aunque ella se pone triste y alegre muy seguido. Y luego vino la reflexión, cuando empecé a leer que había muerto el Rey del Despecho, que era el papá del hoy llamado género “música popular”.

                                                                                                                              No ad for you

                                                                                                                              ¿Por qué la industria decide poner este título tan amplio para un género único dentro del espectro? ¿Y los tangos, los sones, los boleros, las cumbias, el vallenato, las baladas, la salsa y el boogaloo, por mencionar unos pocos, no son acaso música popular? Estoy perdida desde que empecé a ver esta manera de promocionar la música carrilera, la guasca o de despecho de una manera tan abarcadora. Y me parece que esto puede ir en detrimento de la diversidad musical. Cosa grave para los oídos de quienes no nos queremos alimentar con un único sonido. Porque si hay algo que pueda mal nutrir a alguien es consumir el mismo alimento sin cesar, día a día.

                                                                                                                              No ad for you

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                                                                                                                              Podría interesarle leer: Historia de la Literatura: “Cuentos de amor, locura y de muerte”

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                                                                                                                              No ad for you

                                                                                                                              Lo de ella conmigo han sido sopas, manos en la cabeza, trenzas, lágrimas, muchas risas y noticias en la radio. Es mi nana adorada, mi hoy, mañana, ayer. Ha muerto su ídolo, vagón fundamental sobre esa carrilera que la une a sus orígenes. Esos que hablan de cosas muy distintas a las que se cuentan en las canciones de los sucesores contemporáneos del género. Letras que nos llevan por amores, lamentos, soledades, madres desagarradas, hijos que deben partir para nunca más volver, montañas y más montañas, que cruzan el tren como el viento: “Ay, ya se va, sobre los rieles con su vaivén, llevándose mi alegría a tierras lejanas, maldito tren…”.

                                                                                                                              Si le interesa seguir leyendo sobre El Magazín Cultural, puede ingresar aquí 🎭🎨🎻📚📖

                                                                                                                              Darío Gómez fue un vagón fundamental sobre la carrilera musical que nos conecta a un pasado sensible de la Colombia rural.
                                                                                                                              Foto: Julia Díaz Santa

                                                                                                                              Sarita llegó en un vagón de música carrilera a la casa de mi abuela. Un par de años antes, había tomado un tren en la estación de La Felisa, cerca de La Pintada. Pasó las horas, ensimismada, en el sentido contrario a la marcha del tren. La posición de su silla pareció acentuar todo lo que iba dejando atrás: padres, hermanos, amores, nombres, música, montañas de Riosucio y matas de iraca en las que se podía ver la Pata sola.

                                                                                                                              Llegó a Cartago y luego de un tiempo tomó un bus hasta Cali, en donde conoció a mi abuela. Digo lo del vagón de música carrilera porque ella trajo consigo los rieles melódicos de su lugar de origen: algunas canciones populares que, en ese entonces, ya se difundían profusamente en las montañas colombianas. Gracias al tocadiscos, a los traganíqueles y a la radio, las plazas de los pueblos habían cambiado drásticamente su paisaje sonoro, por ese entonces. “Yo le echaba un centavo al piano y ponía las canciones que me gustaban”, cuenta Sarita. En ese entonces se le decía piano a las rockolas.

                                                                                                                              Le sugerimos leer: En fotos: así se vivió “El concierto más grande del mundo”

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                                                                                                                              Sarita era una niña cuando la industria fonográfica nacional, a comienzo de los años cincuenta, se afianzaba en el país. Ella vivía en Riosucio y escuchaba canciones que hablaban de soldados que no vuelven a ver su mamá, en ese Llanto Militar de Rómulo Caicedo. O del crujir de esas casas viejas, en la voz de Ramón Carrasquilla y Camilo García. Y en los años sesenta, ya en Cali, fue fanática de la guasca, una versión más urbana, pero con el mismo color y ritmo monótono de la música ferroviaria.

                                                                                                                              Por eso, las canciones de cuna y las rondas infantiles que ella me cantaba, casi treinta años después de su llegada, eran las de las Hermanitas Calle: “Si no me querés, te corto la cara, con una cuchilla, de esas de afeitar”. Aunque era muy pequeña, yo lograba contrastar ese punto más crudo, luego de las narrativas románticas de los boleros y sones cubanos de mis padres. Mientras atendían sus pacientes de manera incansable, me dejaban en casa bajo el cuidado de la nana. Esa muchacha venida de Riosucio, sobre los rieles de un tren, me susurraba al oído: “El día de la boda te doy puñaladas, te arranco el ombligo y mato a tu mamá”.

                                                                                                                              Podría interesarle leer: El día que conocí a Guillermo Cabrera Infante

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                                                                                                                              Hace unos días, cuando leí en las redes que él acababa de morir, pensé en ella y me enfrié toda. No me gusta que se ponga triste, aunque ella se pone triste y alegre muy seguido. Y luego vino la reflexión, cuando empecé a leer que había muerto el Rey del Despecho, que era el papá del hoy llamado género “música popular”.

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