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¿Vale la pena vivir? (Albert Camus ante el absurdo de la vida)

Esta es justamente la condición humana: hemos intentado eludir la muerte, postergarla por todos los medios imaginables.

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Roberto Palacio
02 de noviembre de 2025 - 12:03 a. m.
Camus propuso aceptar el sinsentido del mundo como la única manera de ser verdaderamente libres.
Camus propuso aceptar el sinsentido del mundo como la única manera de ser verdaderamente libres.
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La primera gran pregunta de la filosofía, pensaba Albert Camus, es si la vida merece ser vivida. No arroje esta columna ya, estimado lector. Le haré el “spoiler” de una vez: merece ser vivida según el existencialista argelino autor de “El Mito de Sísifo”, pero no por las razones que normalmente suponemos.

No es sencilla la pregunta, ni siquiera para los fundamentalistas del pensamiento positivo… ¡hombre claro, yo no me pongo a pensar bobadas y soy feliz! Suele ello ser una alarma que grita justamente lo contrario.

Los adolescentes, cuando se asoman a la vida de los adultos, se preguntan si todo ello vale la pena; las dificultades simplemente son demasiadas y los placeres casi inexistentes. La pregunta es difícil para cualquier ser humano pensante porque sabemos que nos levantamos a diario, vamos a ese lugar -para algunos horrendo- que se llama colegio o trabajo. Nos desgastamos, llegamos exhaustos reducidos a la condición de “cuerpos” que deben simplemente comer, dormir y al otro día emprendemos la misma tarea. Eventualmente morimos y al cabo de los años, llegará un momento en que nadie recordará siquiera que existimos.

Este lenguaje oscuro, sin esperanza, es lo que Camus llamaba el absurdo. Nuestra relación con el mundo está marcada por el absurdo. No tiene sólo esta dimensión en la vida personal; también hay un absurdo en sentido amplio. ¿Hará falta que lo explique más en un mundo en el que ha resurgido lo impensable, como las guerras de exterminio basadas en el hambre? A Camus se le hizo claro en su tiempo, cuando vio en una de las guerras del norte de África cómo los tanques volvían cubiertos de flechas. El absurdo es vivir en un mundo que apenas si podemos habitar.


Los animales experimentan existencias marcadas por el temor y el hambre, pero viven en su entorno como parte de él. Su relación con el mundo no es la del absurdo. Nosotros, por el contrario, siempre parecemos inadecuados; somos exiliados, dice Camus.

El absurdo se hace evidente cuando nuestra capacidad de plantear preguntas sobre el sentido de la vida choca con lo que Camus llamó “el silencio del mundo”: uno puede gritar sus más profundas y desesperadas dudas al universo y sólo escuchará el viento o, en el mejor de los casos, el ruido de las olas: ¿por qué? ¿por qué a mí?

¡Qué horrible panorama! ¿Acaso no queda nada por hacer? Para Camus había tres alternativas. Por un lado, estaba el suicidio… físico, real. Pero pensaba que se trata de una extraña paradoja: intentar matarse para huir del absurdo es sucumbir al absurdo, entregarse a él.

La segunda opción es lo que denominó “el suicidio filosófico”: optar por un sistema de creencias metafísico como una religión. Podría uno suponer que una religión es capaz de darle sentido a esta deslucida vida. O en su defecto, una serie de creencias como el pensamiento positivo. Pero entre el cielo y los rostros estupefactos que miran hacia él, no hay lugar para anclar una ética, una filosofía de la esperanza o lo que Richard Rorty llamaba una filosofía salvífica. Para Camus, suponer un dios todopoderoso sólo es plantear un absurdo mayor. Considérese de cara a la vida: cuando el niño muere dolorosamente porque Dios “lo ha llamado a su presencia”. No nos tenemos más que los unos a los otros.

La última alternativa, por la cual opta Camus, es aceptar el absurdo y eventualmente rebelarse contra él. ¿Cómo? Frente a este sinsentido, adoptamos personajes en nuestras vidas. Algunos optarán por buscar desesperadamente el amor: se convierten en Casanovas. Otros actuarán: su papel es no ser ellos mismos. En Colombia, habría que añadir a los propuestos por Camus, el rumbero, quien cree que su astucia le permitirá eludir el absurdo de la vida yendo siempre un paso más allá en el baile del carnaval de la existencia.


Pero el héroe absurdo por excelencia es Sísifo. En la mitología griega, Sísifo fue castigado por los dioses por intentar engañar a la muerte. Condenado por Zeus a ir al Hades, ata a la muerte y se logra escapar. Los dioses furiosos lo condenan a subir la misma piedra una y otra vez a la cima de la montaña solo para verla caer de nuevo, obligado entonces a repetir al día siguiente la proeza vacía.

Esta es justamente la condición humana: hemos intentado eludir la muerte, postergarla por todos los medios imaginables: la tecnología, los tratamientos rejuvenecedores, los monumentos y las piras fúnebres.

Piénsese si las pirámides egipcias no son una afrenta a nuestra condición de mortalidad, agravio cometido contra los dioses inmortales. Bien dice en el Génesis bíblico que menos mal el hombre no comió del árbol de la vida; de lo contrario sería inmortal como un dios. Nuestro castigo es la experimentación del sinsentido: nos tenernos que levantar todos los días para emprender algo casi idéntico a lo que hicimos el día anterior.

Pero he acá el giro hermoso que Camus le da a la condición humana. El absurdo no ha de desecharse. Es posible encontrar en él, justamente, el sentido que ansiamos:

“Toda la alegría silenciosa de Sísifo consiste en eso. Su destino le pertenece. Su roca es su cosa. Del mismo modo, el hombre inmerso en el absurdo, cuando contempla su tormento hace callar a todos los dioses. (…) Cada uno de los granos de esta piedra, cada fragmento mineral de esta montaña cargada de noche, forma por sí sólo un mundo. El esfuerzo mismo para llegar hasta la cima basta para el corazón del hombre. Hay que imaginar a Sísifo dichoso”.*

Nuestras batallas no son la lucha del superhéroe que en una sola ofensiva acaba con el enemigo. A menudo es la contienda que dura años, sin momentos álgidos, difícil de identificar como una sola lucha, en la que se gana más por perseverancia que por fuerza. Pero esa persistencia, la de levantarse a diario y hacer lo que nos toca, la única de la que realmente somos capaces los humanos, esa puede mover montañas.

*Tomado del final de “El Mito de Sísifo” de Albert Camus

Por Roberto Palacio

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