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Apuntes sobre la creación de la filosofía alimentaria de Valeria Campos

En la historia de la filosofía nadie se había tomado en serio el problema de la alimentación. Una filósofa chilena decidió cambiar esta perspectiva y de allí nació “pensar/comer”, el libro que puso sobre la mesa lo que nuestras prácticas alimentarias dicen de nosotros.

Santiago Gómez Cubillos

07 de mayo de 2025 - 08:07 a. m.
Valeria Campos Salvaterra es doctora en filosofía y docente e investigadora de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, Chile.
Foto: Óscar Pérez
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Una de las dudas que la filósofa Valeria Campos tiende a hacerse a la hora de acercarse al trabajo de algún otro filósofo es cuál fue el momento exacto en el que surgió la pregunta que dio lugar a su reflexión. Para ella, es posible rastrear el episodio en la vida de un pensador que dio vuelo a sus teorías e ideas. El suyo, por ejemplo, llegó en septiembre de 2020. En plena pandemia, y aún sin vacunas, se contagió del virus y, a pesar de que tuvo la fortuna de combatirlo con una “impecable ausencia de fiebre”, su tragedia fue haber perdido los sentidos del gusto y el olfato.

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“Mi primera reflexión, hipercrítica, fue acusar el alto grado de insignificancia cultural que tiene el sentido del gusto. Si el covid-19 nos dejara ciegos, pensaba, sería un escándalo de proporciones”, escribió en su libro “pensar/comer: Una aproximación filosófica a la alimentación”. “Después de este episodio sentí que este libro era urgente. La pandemia me mostró patentemente cómo el sentido del gusto sigue siendo un sentido marginal, secundario, dentro de nuestra cultura estética. Y eso me llevó a decidir que era el momento de que estas reflexiones vieran la luz”, contó en una entrevista para El Espectador.

Este era un trabajo que la filósofa tenía pendiente desde mucho antes. Campos ya había detectado que nadie se había tomado en serio el problema del gusto y la alimentación en la historia de la filosofía, por lo que decidió hacerse cargo del tema. Para ese septiembre, en el que la comida se le volvió “trapo”, llevaba 10 años pensando en desarrollar esta idea, motivada también por las ganas de unir las dos facetas principales de su vida laboral: periodista gastronómica y doctora en filosofía. La pandemia fue el empujón que necesitaba.

“Mi intención fue, de manera muy ambiciosa, proponer una filosofía de la alimentación en un sentido completo y lo más sistemático posible”, afirmó la autora. “Claro, existían reflexiones aisladas, comentarios sueltos aquí y allá, pero quería reunir todo eso en un solo volumen, hacer un recorrido reflexivo que abordara los grandes temas de la filosofía —como el conocimiento, el arte, la comunidad, la política y la ética—, todos tratados desde una perspectiva alimentaria. Este libro, que no parece tan extenso, representa al menos 10 años de investigación”.

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Su gestación tuvo algunos obstáculos, principalmente el de la falta de literatura al respecto. “Desde que comencé a investigar me di cuenta de que no había prácticamente nada escrito al respecto. Y no solo eso: más que una ausencia, lo que encontré fue un cierto rechazo. Al revisar los grandes textos de la filosofía occidental —los griegos como Platón y Aristóteles, y también la filosofía moderna—, noté que la alimentación tenía un lugar muy marginal, siempre tratado de forma anecdótica o incluso explícitamente relegado”, una idea que se sustenta con el epígrafe con el que comienza el primer capítulo.

“—Examina ahora, amigo, si compartes mi opinión en lo siguiente. Pues con eso creo que sabremos más de la cuestión que estudiamos. ¿Te parece a ti que es propio de un filósofo andar dedicado a los que llaman placeres, tales como los propios de comidas y de bebidas?

“—En absoluto, Sócrates, dijo Simmias”.

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Este fragmento del “Fedón” de Platón representó para Campos la actitud con la que la filosofía antigua se había relacionado con la alimentación. Claro, era una época en la que la distinción entre cuerpo y alma era el común denominador del pensamiento, pero incluso con la paulatina superación de esta idea, la filósofa detectó que no parecía haber un interés por entrar en las preguntas sobre nuestras prácticas alimentarias. “Incluso en las filosofías del cuerpo, que hoy son muchas, se enfatizan normalmente otros aspectos de la corporalidad, y la alimentación sigue teniendo un rol más bien marginal. (...) El hecho de que comer y defecar sean procesos marcados por lo poco agradable o incluso vergonzoso hace que todavía no se los vincule con el pensar, con la reflexión o con la construcción de la identidad”.

¿Por qué, entonces, desenredar la pita de esta línea de pensamiento? Campos encontró la respuesta a esto en un viejo dicho popular: “Somos lo que comemos”. “El hecho de que la frase diga simplemente ‘somos’, a secas, y no ‘somos corporalmente’ o ‘somos biológicamente’ deja la puerta abierta a una interpretación muy amplia y plural. Nos permite pensar cómo la comida —el modo en que comemos, lo que comemos, con quién comemos, etc.— determina nuestro modo de ser en general. Justamente por eso pienso que un estudio filosófico de la alimentación puede ofrecer muchas claves para entender qué somos, no solo en un nivel estrictamente corporal o cultural, sino en un sentido mucho más integral”.

Ahora bien, la filósofa hizo una precisión sobre esta frase que, para ella, puede tener un contrapunto muy peligroso cuando se analiza desde lo que consideramos “comida chatarra”. “Si alguien me ve comer ‘comida chatarra’ y piensa ‘somos lo que comemos’, ya sabemos cuál podría ser la conclusión. Pero el problema ahí no es la frase en sí, sino el juicio previo que hacemos sobre ese alimento. Sí, una hamburguesa de una cadena de comida rápida puede tener muchos problemas en términos de producción o valor nutricional, pero probablemente la estoy comiendo con alguien: un amigo, una amiga, mi pareja, mi familia. Y en ese acto hubo una emoción, un placer compartido. Entonces, la idea de que ‘somos lo que comemos’ solo funciona si no demonizamos previamente los alimentos”.

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Esta es apenas una de las ideas que se desprendieron de esta extensa reflexión sobre nuestras prácticas alimentarias y que llevaron a Campos a defender que este era un terreno fértil para el pensamiento crítico. Tanto así, que tuvo que enfrentarse a sus editores para que el título de su libro estuviera libre de preposiciones. “Creía que cualquiera que utilizara iba a ‘sobredeterminar’ el sentido de la relación entre pensar y comer. Mis editores me decían que era raro poner un slash y me proponían alternativas como ‘pensar en comer’, ‘pensar sobre comer’, ‘pensar para comer’, etc. Pero insistí en que no, porque todas esas opciones acotaban demasiado el significado. Lo que a mí me interesaba era mostrar que esa relación siempre es continua. Comer es siempre una forma de pensar, y pensar es también una forma de comer. Cuando comemos hay en juego procesos biológicos, sociales y emocionales, y también se producen ideas e ideologías. Y cuando pensamos, simbólicamente igual estamos incorporando algo: tomar una idea del mundo, hacerla parte de nosotros, analizarla internamente. Esa dinámica de incorporar lo exterior en lo interior es algo que comparten tanto el pensar como el comer. Por eso preferí dejar el título abierto”, explicó la autora.

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Ella reconoce que, como con toda investigación, hubo aspectos e ideas que quedaron pendientes por desarrollar. La dimensión política de la alimentación o “las relaciones de marginalización de la cocina que se dan a la par de la marginalización social de la mujer” son algunos de los temas que ella quisiera explorar en el futuro. Pero también entiende que este es un primer paso para sacar de la oscuridad a uno de los grandes relegados de la filosofía, y que pensar sobre las cosas que consumimos día a día es también pensar sobre nosotros mismos, sobre la vida misma.

Por Santiago Gómez Cubillos

Periodista apasionado por los libros y la música. En El Magazín Cultural se especializa en el manejo de temas sobre literatura.@SantiagoGomez98sgomez@elespectador.com
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