Ganarse la confianza de las personas nunca es fácil para un documentalista, pero es aún más difícil cuando ellos piensan que quieren matarlos. Este fue el desafío que enfrentó la directora estadounidense Madeleine Gavin, cuya película “Beyond Utopia” sigue a desertores norcoreanos en su fuga.
El filme, que se estrena el lunes 23 de octubre en Estados Unidos, tras haber sido seleccionado en enero en el Festival de Cine de Sundance, sigue la labor de un pastor que desertó a Corea del Sur y ahora ayuda a familias a escapar del régimen comunista de Kim Jong Un.
Entre ellas estaba la familia Roh, a quienes Gavin conoció apenas semanas después de que huyeron de su represiva y aislada tierra patria, alimentada durante años por propaganda. “Nunca olvidaré la forma en que ella me miraba”, dijo Gavin. En la época, para ellos “los estadounidenses solo existían para hacer a los norcoreanos miserables, para matarlos y atacarlos”.
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“No éramos ni siquiera seres humanos (...) eso era lo que les habían enseñado”, dicen en el documental. Poco después de que la familia Roh se escabulló a través de la vigilada frontera con China, un agricultor local los puso en contacto con un “ferrocarril subterráneo” para desertores, que es operado por el pastor Kim Sung-eun, con quien Gavin estaba grabando.
El pastor organizó el viaje para que la familia fuera en secreto a través de China, Vietnam y Laos, todos bajo el dominio comunista, atravesando alcabalas policiales y pasos fronterizos a través de la selva. La película utiliza imágenes filmadas en China por los “agentes” del pastor antes de que Gavin pudiera encontrarlos y filmarlos en persona en el sureste de Asia.
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Al principio Gavin sintió “un fuerte sentimiento de desconfianza y sospecha” de parte de la familia. Pero a pesar del fuerte lavado de cerebro que habían sufrido en Corea del Norte, incluso la actitud de la abuela de 80 años empezó a cambiar rápidamente al ver el mundo exterior con sus propios ojos.
“No le gustaba nada (...) Siempre le habían dicho que, en comparación con el resto del mundo, los norcoreanos eran los más afortunados de la tierra”, explica Gavin. “Y ver un mundo donde hay animales, vida e ¡incluso retretes! Éramos una pieza de ese rompecabezas”.
Cuando Gavin empezó a rodar su película, se centró en los norcoreanos que ya llevaban muchos años viviendo en Corea del Sur. Allí, al llegar, muchos desertores acuden a un “centro de reasentamiento” donde se les enseña sobre el resto del mundo, las mentiras del brutal régimen de Kim Jong Un y prácticas modernas básicas como el uso de un cajero automático.
Pero tras conocer al pastor Kim Sung-eun, implicado en la red clandestina que lleva a los fugitivos al Sur, Gavin reestructuró la película para que fuera la crónica de dos familias que huyen de Corea del Norte.
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El documental sigue a Soyeon Lee, una madre que escapó hace tiempo de Corea del Norte, pero que ahora intenta sacar clandestinamente al hijo que tuvo que dejar atrás. La tragedia se intensifica cuando él es capturado en China y devuelto a Corea del Norte para ser castigado. Filmar la angustia de la madre “fue realmente lo más difícil”, dice Gavin. “Lo que ella ha pasado y sigue pasando es lo peor por lo que puede pasar nadie”.
La otra parte de la película sigue a la familia Roh en su angustioso viaje de 5.000 kilómetros por tierra hacia Tailandia, y hacia la libertad. Un descuido podría suponer su repatriación a Corea del Norte, lo que confiere al documental una tensión dramática más propia de las películas de suspenso de Hollywood. Pero Gavin también se propuso hacer algo “vivencial y en tiempo presente”, que diera “voz a los norcoreanos de verdad”, cuyo país es conocido en el resto del mundo sobre todo por su arsenal nuclear y su aterradora política.
Incluso en su huida, la familia Roh expresa una compleja mezcla de sentimientos, desde el asombro y la emoción, a la rabia por lo que se les ha privado durante tanto tiempo, pasando por la vergüenza. La abuela “no abandonó la idea de que Kim Jong Un era una persona increíble que estaba a cargo de uno de los trabajos más difíciles”, dice Gavin. “Sentía una enorme culpa por marcharse, y que cualquiera que abandona el país está básicamente abandonándole, y lo desgarrador que es para él”.
La película incluye imágenes rodadas en secreto en Corea del Norte y sacadas de contrabando por la red del pastor, que muestran desde los bárbaros gulags del país hasta la crudeza de la vida cotidiana. “Como dice la abuela al final de la película, ‘somos muy afortunados, pero no puedo dormir pensando en la gente que sigue allí’”, explica Gavin. “Y por eso quería dejar la película como una memoria para esas personas. Porque esas personas están allí y nos necesitan para sacar sus voces adelante”, termina diciendo la cineasta.