Camila López: una búsqueda incansable de libertad creativa

Es una artista polifacética, versátil, que paradójicamente no tiene formación académica en arte. Además, es compositora y el cine resulta ser una de sus más grandes fuentes de inspiración.

Giancarlo Calderón
20 de julio de 2019 - 05:58 p. m.
Para Camila López, su obra se ubica en el momento de la vida por el que esté pasando, y nada más.  / Cortesía
Para Camila López, su obra se ubica en el momento de la vida por el que esté pasando, y nada más. / Cortesía

“El arte no reproduce lo visible. Hace visible”.

Paul Klee

Hay algo perturbador y amoroso, y siniestro y tierno, en los dibujos y pinturas de Camila López. Pero, ¿acaso no son, esos rasgos, antípodas, para estar presentes en una misma obra?. No. O sí. Y en caso tal no habría inconsistencia en ello. Al contrarío: habría una realidad expresada desde la honestidad de una creación en libertad. Esa que sugiere que todo lo humano es un entretejido complejo. Y es además, y por tanto, una permanente contradicción, cuando no un misterio. En ello, tal vez, esté la función -si aceptamos que tiene alguna- del arte: en hacer visible lo invisible; en destacar lo intangible. En mostrar, de modo singular, realidades complejas; en tratar de descifrar enigmáticas marañas humanas. Y, en lo posible, armonizarlas: convertirlas en belleza. Camila López, a través de su obra, parece conseguirlo. 

Obra llena de trazos delicados, a veces hasta nerviosos, y por momentos más insinuados y sugeridos que claros y definidos. Hecho que no le resta contundencia a su trabajo artístico, ni fuerza expresiva, sino que particulariza cada pintura, cada dibujo, con encantadores matices plásticos. Camila López dibuja y pinta, la mayoría del tiempo, figuras humanas: niños, niñas, jóvenes, viejos. Todos ellos particularmente melancólicos. O tristes, o reflexivos, o burlescos, o ¿todas las anteriores, tal vez?, o ¿ninguna, quizá?. Sólo sabemos con certeza que traza figuras con carácter y sello propio: cuerpos flexibles con extremidades libres, distendidas, estiradas, a veces curvas, e incluso circulares. Y manos largas, larguísimas, sutilmente delineadas, un tanto amorfas, y por ratos algo delirantes. Delirantes e infinitas: si se miran bien no sólo son largas sino continuas, pues pareciera que no acabaran en el papel o la tela o la madera, si no que se instalaran en otra dimensión, en una onírica tal vez: un universo surrealista, un poco oscuro, e indefinible. Tal como su propuesta estética, de la que comenta con cierta candidez y sana displicencia: “No podría ubicar mi obra en una escuela artística. Ni definirla. Diría que mi obra se ubica en el momento de la vida por el que esté pasando, y nada más”.

Y sus rostros, los rostros de esas figuras humanas con manos sin fin, se nos muestran dentro de un amplio abanico heterogéneo: adustos, estoicos, atentos, idos, eróticos, despiertos, dormidos, etc. Lo mismo: ¿todos éstos, tal vez?, o ¿ninguno, quizá?. ¿Acaso están soñando?, o ¿muertos?, o ¿más vivos y lucidos de lo normal?. Están, en algunos casos, con los ojos cerrados: ¿será que ven, así, con cierto dolor y compasión, y más claramente, algo que les ocurre a ellos, o a otros -nosotros- en el mundo real?. Ella misma nos da algunas pistas: “A medida que pasan los años, siento que cada vez hago más zoom hacia la expresión del personaje que dibujo, tratando de que cada línea de su figura sugiera la situación o sensación por la que pasa… y cada vez me enfoco menos en la situación, acción o paisaje que lo acompaña”.

Pero antes de todo esto, de la pintura, del dibujo, de las ilustraciones, estuvo la música. Sobre esto recuerda: “Mis primeros pasos en el arte fueron más por el lado musical que por el del dibujo. Empecé a componer música a los catorce años. Me dediqué a la música por un buen tiempo, grabé algunas canciones e hice algunos conciertos en Medellín.  El dibujo siempre estuvo acompañándome, pero entró con más intensidad a mi vida a los veintiún años”. Camila López es una artista polifacética, versátil, que paradójicamente no tiene formación académica en arte. Paradójica por decirlo de algún modo, pues la academia, para un ser creador, que es lo que es un artista en esencia y síntesis, no es más que una de las tantas formas de nutrirse y acercarse a este oficio. O a este destino, tan sufrido como placentero. Al respecto dice: “No he tenido formación académica en el arte. No conozco ese camino. No lo juzgo porque no lo conozco. Sólo puedo decir que me he emocionado profundamente con las creaciones tanto de personas que han pasado por una formación académica en el arte, como por las que no”.

Ella, por su parte, ha hecho su propia ruta: una más ligada al empirismo y a la pasión por otros modos de expresión artísticos. El cine, entre otros, ha sido fundamental en su formación intelectual y creativa. “Mis influencias más profundas casi siempre han estado ligadas a artistas que, de alguna manera, se obsesionan por poner  a prueba los límites del  ser humano. Me refugio sobre todo en el cine para encontrar eso. Películas como Persona, de Bergman, y Las amargas lágrimas de Petra Von Kant, de Fassbinder, prendieron un fuego importante en mí, precisamente por eso. También debo decir que me encantan los personajes que ha encarnado la actriz Isabelle Huppert. Ella para mí es la cara de muchas cosas que quiero dibujar. En literatura, siento muchísimo amor por el escritor Samuel Beckett. Para mí, él logra ridiculizar el comportamiento humano de una manera muy sensata y con un sentido del humor que me gusta mucho”.  

Humor, sutil, que también está presente en la obra de Camila López. Logra, por ejemplo, con una mirada fija, o una indiferente, que sus personajes jueguen y caminen, de modo sofisticado, en los terrenos movedizos y espinosos del humor: meritoria tarea, pues si no se es lo suficientemente audaz para hacerlo bien, puede salir muy mal. También está presente la trascendencia del drama en algún gesto facial, o en una lagrima casi escondida. Y la alegría en una sonrisa leve, blanca, o en una pícara y socarrona. Y el amor y la humanidad en un abrazo; o el afecto en un beso, o en una caricia suave con la mano, o con la mirada misma. Y la fortaleza de la fraternidad familiar, o su fragilidad. Y la aparente irrelevancia de lo cotidiano… En fin: son muchos los temas y las intenciones y las sensaciones, y las destrezas técnicas para plasmarlas, que habitan en el trabajo artístico de Camila López. Ella misma se aventura a una manera particular de mirar lo que hace: “Para mí el arte es quebrar el espejo e intentar unir de nuevo sus partes”.

Valga decir, también, que su trabajo como ilustradora le ha permitido ampliar el horizonte creativo. Y es precisamente esto, el hecho de no quedarse quieta ni conforme en éstos términos, el no estacionarse en la repetición, o en la copia de sí misma, tan común en el trasegar artístico, y más bien estar atenta y vigilante en la búsqueda de una libertad creativa, lo que le ha permitido, hasta ahora, seguir creciendo y expandiendo sus posibilidades como artista. Sobre esto reflexiona: “Mi búsqueda ha sido, en mayor parte, poner en ridículo ciertos dramas por los que pasamos los seres humanos. Sin embargo, no me gusta quedarme en un solo camino. Dibujo también lo que me produce ternura, o placer, o miedo. Me encanta también dibujar al azar, ver qué sale después de un ‘error’…”. Y remata para cerrar: “Espero experimentar cada vez más y descubrirme en diferentes facetas”.

Por Giancarlo Calderón

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