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Huellas de “Figurita” Rivera en Medellín

El pintor, que perteneció al Grupo de Barranquilla, vivió varios años en Medellín. Se hizo amigo de escritores como Alberto Aguirre, Carlos Castro Saavedra, Gonzalo Arango y otros. Trabajó de publicista y se casó con una monja.

Alberto González Martínez

23 de abril de 2023 - 09:00 p. m.
Orlando "Figurita" Rivera en Medellín en 1954. En 2023 es el homenajeado en el Carnaval de las Artes en su natal Barranquilla. / Museo Figurita
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El homenaje a Orlando Rivera lleva uno de sus cuadros más representativos: La mujer de la flor del arrebatamachos. Una de sus amantes. La historia detrás podría ser interesante, pero mi búsqueda se iba por otro camino. Uno que tomó Figurita a sus 34 años, poco antes de su muerte. El camino llega hasta Medellín.

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Todo comenzó al encontrar unas palabras que el poeta nadaísta Gonzalo Arango le dedicó Figurita. Estaban en un artículo digital del periódico El Mundo: “Orlando Rivera aspira primero al título de hombre y después al de pintor, como si estas dos actitudes fueran irreconciliables y lo que se hace fuera distinto de lo que se es”.

Esa cita deja ver una cercanía de los artistas. Fui a la búsqueda de la fuente original y la hallé en el Archivo Histórico de la Universidad de Antioquia en una revista publicada en 1954. Es una reseña que hace Gonzalo Arango de una exposición de las obras del barranquillero que se adelantó en la Alianza Francesa en Medellín.

Los amigos que conoció

Su llegada a Medellín fue a causa de otros de arrebatos, según Álvaro Suescún, periodista que ha investigado su vida. Pasó de pintar cuadros, fachadas y murales y de vivir la vida bohemia en Barranquilla para hacerlo en la capital paisa. Allí conoció a un par de intelectuales que se reunían en el Café Madrid. Eran Alberto Aguirre y Carlos Castro Saavedra.

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“Yo creo que la instancia de vida de Orlando Rivera en Medellín fue muy importante. Lo definió como pintor, lo afincó y le dio conciencia como tal. La misma distancia que tomó de sus orígenes le ayudó a asentarse”, aseguró Aguirre en una entrevista que registra el libro Orlando Rivera: Figurita entre comillas.

A Arango ya lo había conocido en Bogotá, mientras buscaba futuro en esa ciudad. Medellín lo esperaba. Allí duró cuatro años y también conoció al amor de su vida, con la que tuvo cuatro hijos. Se hizo cercano a otros escritores paisas que se reunían en aquel café. Y según su hijo, ilustraba para algunos de ellos.

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“Ilustra una entrevista que le hacen a Gonzalo Arango para la Universidad de Antioquia. Se titula ‘Mi vida en el arte’. Muchos en Medellín creían que mi papá pertenecía al movimiento nadaísta porque él les ayudó a ilustrar afiches y pancartas. También les ayudó con la publicidad del movimiento”, asegura su hijo en el texto “Ruptura y reconciliación”, incluido en el libro mencionado.

Las figuritas que dibujó

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Los amigos del Café Madrid lo ubicaron en la ciudad. Inicialmente pernoctaba y pintaba en el sótano de la emisora La Voz de Medellín, que dirigía su amigo barranquillero Juan Eugenio Cañavera. Luego sus amigos le consiguieron un apartamento pequeño, en obra negra, cerca de la Escuela de Medicina y el Hospital San Vicente.

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Estos amigos también le ayudaron a crear la exposición que luego reseñó Gonzalo Arango. En esa exposición, que sus amigos ayudaron a organizar, conoció a Luis Lalinde Botero, quien compró uno de sus cuadros y era el propietario de Delta Publicidad, agencia localizada en Medellín.

“Manito querido. Es que Medellín está lleno de paredes blancas que están pidiendo a gritos grandes murales. ¡Esta ciudad es puro ladrillo y cal, carajo!”, le dijo Figurita a Lalinde en un artículo publicado en un libro sobre él. Según el dueño de la agencia, proponía ideas complicadas de llevar a cabo y además de publicista hizo algunas caricaturas para el periódico El Colombiano.

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La monja que se robó

Varias obras de su autoría se exhibieron en Medellín y, como ya lo había dicho su amigo Aguirre, afinó su pincel en su estadía por esta ciudad. Pero la obra más emblemática que hizo fue conocer a uno de los amores de su vida, con la que tuvo cuatro hijos, después de hacerla dejar sus hábitos.

Estando en la agencia publicitaria de su amigo Lalinde le dijo alguna vez que lo ayudara a conquistarla. “Manito, tengo que hacerte una confesión: estoy enamorado de una monja… La conocí en el hospital donde me atendió; se llama Sol. Ayúdame a robármela, que me quiero casar con ella”.

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Eugenio Cañavera lo vio alguna vez por los lados del Hospital San Vicente, según le contó a Álvaro Suescún. Bajaba al primer piso siempre a tomarse una cerveza y encontró en esa misma vía a Figurita. Le preguntó qué hacía por ahí y él le respondió que trabajaba en un mural para una compañía religiosa.

Así fue. Duró cerca de tres años trabajando en ese mural. Se demoró más de la cuenta para poder ir a visitar a la monja con la que estaba obsesionado. Ella hacía servicio social en ese hospital y él, a la hora del almuerzo, merodeaba afuera del centro hospitalario.

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Lalinde terminó siendo padrino del hijo primogénito y del matrimonio entre Figurita y Sol Santamaría. Vivían con poco dinero, aunque Figurita siempre vivió así, asegura Suescún. Un día le entró otro de sus arrebatos. Quería volver al Caribe, exactamente a Malambo (Atlántico), donde hizo rancho a aparte.

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Antes de irse le dijo a Alberto Aguirre que iría a México a una exposición y que volvería a seis meses después a Medellín. Aguirre quería organizar una exposición a su regreso con unas pinturas que no se habían vendido. Un día de 1960, Sol Santamaría se comunicó con Aguirre para contarle que Figurita había muerto tras caerse de una carroza que el mismo diseñó para el Carnaval de Barranquilla.

Por Alberto González Martínez

Vallenato formado en la Universidad de Antioquia. Escribe sobre música, cine y demás temas culturales.albertosartreagonzalez@elespectador.com

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