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José Covo, el escritor que ha vivido demasiado

El autor cartagenero habla de su viaje a través de un arsenal de drogas. Su testimonio no es una apología al consumo, es todo lo contrario: es la bitácora de su desafío a la realidad durante la transición de la adolescencia a la adultez.

Carlos Torres Tangarife
02 de agosto de 2021 - 02:00 a. m.
José Covo, el escritor que ha vivido demasiado

¿Escribir sirve para algo? En su caso, ¿de qué sirve compartir su testimonio?

Toda la realidad es un acto de escritura. Desde el “buenos días” hasta el E = mc² estamos negociando la naturaleza del mundo. Los buenos libros nos muestran nuevas maneras de sentirnos en la realidad. Nuevas maneras de vivir. Creo que todos hemos tenido lecturas de las que no nos recuperamos, para bien o para mal. No quedamos iguales. Hemos cambiado nuestra manera de estar en el mundo. Hay películas que también nos hacen eso, o personas, o fiestas. Nos escribimos desde las cosas que experimentamos. Yo ciertamente no quedé igual después de escribir esta parte de mi vida. Siento una gran empatía con el lector al que imagino sintiendo algo parecido después de leerla.

¿Hubo algo relacionado con sus padres que se reservó de publicar? Si es así, ¿por qué lo hizo?

Mis papás sufrieron mucho a causa de mis investigaciones en la naturaleza de la realidad. Se podría contar la misma historia desde su perspectiva y sería, con toda seguridad, otra historia con otro sentido. Aunque Cómo abrí... se enfoca en mi experiencia subjetiva, de todas formas traslucen por momentos algunos rasgos de mi papá y sobre todo de mi mamá, que intenta ayudarme de varias maneras. Pero la verdad es que hace tres años, cuando escribí el libro, no sabía cómo hablar sobre ellos. Era un nudo de mi psicología que no había resuelto. Si me hubiera forzado a meterlos en la historia esos segmentos habrían resultado muy malos, falsos, de esa manera que son falsos los discursos defensivos. En el tercer libro de la serie, del que llevo varias decenas de páginas, sí hablo de ellos, porque ahora sí siento que puedo hacerlo sin ser injusto.

Usted tiene dos libros de ficción, ¿en qué momento se decide a escribir? Se lo pregunto porque, según el libro, empezó en la pintura…

Empecé como pintor, pero no me gustaba la pintura. Quiero decir que nunca aprendí el alfabeto de técnicas que los pintores tienen. En los cuadros de esa época es evidente, me parece, que quería decir cosas sin tener que estar un mes moviendo el palito del pincel con paciencia. Ahora lo interpreto como la necesidad de hacer uso de la inmediatez que otorga la palabra. Desde entonces ya escribía cosas cortas que con el tiempo se fueron alargando y pidiendo más de mi concentración. Cuando digo “mundo” muestro algo muy grande sin tener que construirlo materialmente. Digo “alma” y me conmuevo, siempre, un poco. Hay algo violento, poderoso, en poder decir tanto en tan poco espacio. Tengo fijas en la mente frases así, de Pessoa o de Hölderlin, que en dos versos me dejaron nuevo.

¿Cómo domesticó el pudor? ¿Pensó en la reacción de sus amigos al leer sus memorias?

Creo que nunca tuve un pudor saludable. En la infancia me la pasé sobre escenarios en el colegio y a veces por fuera, tocando violín, cantando con un grupo de cumbia o actuando en obras de teatro. Por medio de esas cosas lograba comunicarme con los demás, lo que ahora veo que me costaba trabajo en el día a día. Me costaba encontrar cosas en común con la gente de mi edad sobre las que pudiéramos construir una amistad. No puedo decir que ahora sea diferente. Tal vez el exhibicionismo sea una respuesta que iguala en intensidad a mi sensación de aislamiento. Así logro comunicarme. No estoy hablando de comunicar una idea o una historia, sino de comunicarme yo como persona, establecer una intersubjetividad.

¿Qué recomendación le daría a alguien que quiera explorar la realidad a través de las drogas?

Que haga bien las cuentas y compute el riesgo versus la recompensa. Hay bastante de ambas en las drogas. Yo no le digo a nadie que haga o que no haga, eso es decisión de cada uno. Muchas actividades también tienen sus riesgos, algunos deportes, el crimen lucrativo, meterse en grupos con líderes carismáticos que pueden resultar ser sectas, hasta algunas amistades que hacemos pueden ser así. Sobre todo, si esta persona hipotética, que tal vez lee esto y convierte con su lectura la hipótesis en certidumbre, quiere, hechas las cuentas, explorar la realidad, que también lea, porque hay que darles nombre a las sensaciones, y que haga terapia para preguntarse quién es y por qué quiere buscarle la quinta pata al gato. Hacia adentro hay tanto o más mundo que hacia afuera.

En sus memorias no hay límites, ¿en el José Covo de hoy sí los hay?

A los veinte años creía que la libertad era cuestión de no tener límites. Como si el alma fuera un agua pura que se puede regar por la extensión completa del mundo. Me esforcé por romper todo lo que parecía obstaculizar mi colonización líquida de la realidad. Ahora es claro que hay límites inherentes a la experiencia humana. Esa libertad que me imaginaba escondida detrás del telón del sentido común no existe. No es practicable. Recuerdo la famosa paradoja de la omnipotencia: ¿Dios puede crear una piedra tan pesada que ni él mismo la pueda levantar? Si no puede crearla, no es omnipotente. Si puede crearla y luego no puede levantarla, tampoco. Hay límites en el alma y también en nuestra constitución animal.

¿Qué queda de José Covo de hace diez años?

Arriba digo que el delirio enseña. Es una filosofía, el delirio. Siente uno que descubrió la verdad absoluta. Todo es tan evidente que nada más importa. Somos capaces de dedicar la vida a esa verdad. Y algo interesante es que cuando el delirio regresa, como me ha pasado varias veces, la última hace como un año, uno siente que se le había olvidado cuál era la verdad del mundo. Y en ese momento regresa a la luz de la comprensión. Es muy emocionante esa experiencia, recordarla me llena de una especie de respeto por la realidad, como el que se le tiene a alguien poderoso.

¿Puede describir cómo fue el ritual de escritura de “Cómo abrí el mundo”? ¿Bebió de otro libro antes de escribirlas?

Yo escribo rápido. Las ideas son unas jefas muy exigentes que me ponen a trabajar. Llegan y se me paran en el medio de la vida. No siempre estoy escribiendo, pero cuando lo hago vivo intranquilo. Estoy en servicio de algo más allá de mí. Es una responsabilidad. En verdad, prefiero los meses durante los que solo leo todo el día. Con esta sensación que describo saqué Cómo abrí... en tres o cuatro meses. Lo presenté como tesis de maestría en el programa de escritura creativa de la U. de Iowa, pero desde el comienzo lo traté como un libro que iba a publicar y no una asignación. Sobre el ritual, puedo decir que tengo que ponerme medio eufórico antes de empezar a escribir, como veo que algunos deportistas lo hacen.

¿Qué siguió después de la última prueba de orina?

Ahí comienza el siguiente libro en la serie, que está terminado, pero aún pendiente del proceso de revisión editorial. Si en Cómo abrí... destruyo mi capacidad de establecer las coordenadas de la realidad, en este describo el proceso para volver a formular unas nuevas coordenadas que ya incluyan lo integrado a través de la investigación destructiva del primero. No quiero decir mucho más, pero sí que el escenario es la clínica psiquiátrica y los principales personajes los demás pacientes.

Por Carlos Torres Tangarife

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