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Los “Ejercicios de memoria”, de Salomón Kalmanovitz

Fragmento de la autobiografía del reconocido economista barranquillero, que es también una revisión de la historia de Colombia y de la cultura judía.

Salomón Kalmanovitz * / ESPECIAL PARA EL ESPECTADOR
27 de febrero de 2022 - 02:00 a. m.
La autobiografía del exmiembro de la junta del Banco de la República, Salomón Kalmanovitz.
La autobiografía del exmiembro de la junta del Banco de la República, Salomón Kalmanovitz.
Foto: Cortesía de la editorial

Colombia en los años treinta disfrutaba todavía del auge cafetero, iniciado tras la Guerra de los Mil Días, a lo que se sumaba la industrialización desatada en la década anterior. Las guerras civiles del siglo XIX y la hegemonía conservadora de 50 años (1880-1930) habían mantenido al país en un profundo atraso económico, en particular durante los gobiernos confesionales de La Regeneración. (Recomendamos leer las columnas de Salomón Kalmanovitz en El Espectador).

Miguel Antonio Caro fue el ideólogo conservador del período, y a él le repugnaba en especial el protestantismo: aducía que Inglaterra y Estados Unidos eran sociedades libertinas y degeneradas. Hubo también un cambio de régimen político en 1930, cuando terminó el aislamiento de las corrientes culturales de Occidente, impulsado por la hegemonía conservadora, aunque habían empezado a abrir tímidamente la economía frente a Europa y Estados Unidos desde 1910.

En agosto de 1930 se instaló un gobierno liberal progresista: otorgó derechos laborales, se alejó de la Iglesia católica e introdujo la protección arancelaria. El presidente Olaya Herrera enfrentó la Gran Depresión con un aumento del gasto público que permitió su rápida superación. Después de una contracción leve en 1931 y 1932, la economía obtuvo un notable desarrollo que se prolongó hasta después de la Segunda Guerra.

Barranquilla había surgido de la nada a mediados del siglo XIX, como centro comercial, alimentada de gente llegada de las áridas llanuras costeñas, del interior del país y por migrantes sirio-libaneses, alemanes, italianos, judíos sefarditas y del este europeo. No contaba con una oligarquía establecida como la que comandaba las ciudades de las montañas y la altiplanicie bogotana, lo que dio lugar a una sociedad menos estratificada, más democrática, si se quiere, donde no se usaban el usted o el vos, sino el simple tú. Con todos estos migrantes y una dinámica cultural distinta a la del interior del país, en 1910 ya era el primer puerto de Colombia y la tercera ciudad en población e industria.

No obstante, hacia 1930 la ciudad vivía el final de la primacía de su puerto. El Canal de Panamá funcionaba desde 1918, lo que le dio alas al puerto de Buenaventura, que ya en 1935 superó a la Puerta de Oro de Colombia en volumen de comercio. El freno de la actividad portuaria también ralentizó su auge comercial e industrial, aunque los agentes económicos, incluyendo a mi papá, no se daban cuenta del cambio económico adverso que se cernía sobre la ciudad.

El crecimiento de Barranquilla fue muy veloz: en 1921 contaba con 70.000 habitantes, en 1938 alcanzó 152.000 y en 1951 casi había duplicado nuevamente su número, no tanto por ofrecer muchas oportunidades, sino por las condiciones de gran pobreza que imperaban en la zona rural. El país y la ciudad que la rodeaba, caracterizada por una gran concentración de la tierra en manos de terratenientes ganaderos. En todo caso, era mejor la pobreza de la gran ciudad con las oportunidades de progreso que brindaba la informalidad, que la pobreza y sumisión absolutas del campo.

La ciudad asumió su carácter caótico con sus barrios de invasión y su centro comercial atiborrado, sus calles sin pavimentar, por lo que la llamaban “la Arenosa”, exceptuando el centro de la ciudad y los barrios del norte, ordenados por un ingeniero norteamericano, Karl C. Parrish. Barranquilla era una ciudad joven y abierta en las primeras décadas del siglo XX. Su clase dirigente había surgido del comercio y la industria, aunque había ganaderos ausentistas, que montaban sus casas en la ciudad y que eran representados por el Partido Conservador.

Recuerdo una casa enorme que parecía un palacio, de los Marulanda, reconocidos latifundistas del Gran Magdalena, que quedaba cerca del Teatro Metro. La llegada de inmigrantes sirio-libaneses -a quienes llamaban turcos por llegar con pasaportes del Imperio otomano-, de españoles refugiados de la Guerra Civil y de europeos huyendo del fascismo, incluyéndonos a los judíos, animaban la manufactura y el comercio. Así se fue construyendo una sociedad bastante cosmopolita, liberal y tolerante.

Los libaneses que llegaron eran católicos en su mayoría y se integraron más fácilmente en la sociedad local que los judíos, que tuvimos que soportar el mote de asesinos de Dios, y otros mensajes de odio que surgían de quienes simpatizaban con el eje fascista que se estaba erigiendo en la Europa de los años treinta y en la España franquista. Muchos descendientes de los libaneses incursionaron en política exitosamente, a diferencia de nosotros que nos sentíamos extranjeros, a pesar de haber nacido en el país, aun en la segunda y tercera generación.

Con todo, existía la tendencia entre los inmigrantes a segregarse en torno a sus clubes y colegios, entre estos el club libanés, el alemán y el italiano y, para los judíos, un club ashkenazi y otro sefardita, que en cierto momento se fusionaron en el Centro Israelita Filantrópico, aunque se mantuvieron separadas las sinagogas, dada la diferencia en los ritos de cada comunidad.

El Colegio Hebreo, en especial, fue una institución que tuvo una política abierta de admisiones, respetuosa de la religión de los no judíos, lo que permitió una mayor integración con la sociedad local. Hacia 1940 se creía que había 6.000 judíos en Colombia, de los cuales mil se habían establecido en Barranquilla. En los años veinte, Parrish demarcó manzanas cuadradas al estilo de los suburbios norteamericanos en la urbanización de El Prado, organizadas a partir de dos bulevares arborizados en unas rotondas; sus casas contaban con antejardines sembrados de césped, arbustos y frondosos árboles de matarratón.

Para los hijos de los norteamericanos, que trabajaban con las petroleras y otros negocios, se fundó un colegio que replicaba un currículo de su país, el Colegio Parrish, que colindaba con los campos de golf del Country Club. Allí estudiaban también los hijos de las familias ricas que aspiraban al nivel de vida norteamericano y que frecuentaban Miami para hacer sus compras.

* Se publica con autorización de Penguin Random House Grupo Editorial.

Por Salomón Kalmanovitz * / ESPECIAL PARA EL ESPECTADOR

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Eduardo Sáenz Rovner(7668)28 de febrero de 2022 - 02:50 a. m.
En la Universidad Nacional lo conocimos como un patán autoritario y desequilibrado.
Atenas(06773)27 de febrero de 2022 - 08:43 p. m.
Con los anticipos q’ nos da aquí c/ semana, ya supongo cuál ha de ser su sesgo, tal impronta es imposible de borrar.
Elvira(23309)27 de febrero de 2022 - 05:40 p. m.
Que buen escrito. Felicitaciones y gracias por contar la historia.
Luis(w8kh4)27 de febrero de 2022 - 12:45 p. m.
Muy bueno. La colonia china, los pocos japoneses, los jaimaquinos y de curazao, la colonia cubana, la inglesa, los "polacos", etc.? Retrata el mar de pobres que la ganaderia extensiva producia en la región que presionó el deterioro rapido de lo que Parrish y los banqueros de chicago con Samuel Hollopeter modernizaronen servicios publicos y vias hasta 1945. Asi nacio el clientelismo hoy tecnificado
Heliodoro(58669)27 de febrero de 2022 - 12:00 p. m.
Gracias por su aporte maestro. Sin ser corroncho comprare el libro.
  • samuel(77552)27 de febrero de 2022 - 10:09 p. m.
    El mote de corroncho se engrandece ante la cheveridad y autenticidad caribe.
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