Lucía Morón o una pulsión vital y creativa

En su propuesta, libre, de línea expresionista, los negros y grises, intensos, caóticos, lanzados de modo vertiginoso en la tela blanca, están llenos de energía creativa: de alegría, tanto como de dolor.

Giancarlo Calderón*
30 de diciembre de 2018 - 11:01 p. m.
Lucía Morón es una artista venezolana y dentro de menos de un mes tendrá a su primer hijo.  / Carlos Zárrate
Lucía Morón es una artista venezolana y dentro de menos de un mes tendrá a su primer hijo. / Carlos Zárrate

“Hay que tener caos y frenesí en el interior

para dar a luz una estrella danzarina”

Friedrich Nietzsche

Lucía Morón, artista plástica venezolana radicada desde hace más de diez años en Colombia, va a ser mamá. Lo será en menos de un mes de, seguramente, una bella bebé ( de bello nombre: Gala). Esto, si se cumple, por el lado de la madre, aquel adagio que sentencia, modificado a femenino: hija de tigresa sale pintada. Será su primer parto. Lucía será, dentro de poco, una bella mamá primeriza. Pero, por cierto, realmente: ¿Es la primera vez que Lucia va a parir?. O mejor, más puntual: ¿Es el primer parto cargado de belleza de esta joven y talentosa artista?. Si echamos un vistazo a su obra, abstracta e inquieta en búsquedas técnicas y conceptuales, tendríamos que aventurarnos a responder que no. (Le puede interesar: Entre el olvido y la memoria)

Al respecto, ella dice, inicialmente, de modo simple: “Siempre me gustó pintar y dibujar, desde pequeña en las reuniones de adultos me la pasaba dibujando sobre el piso…”. Luego, al hablar de los dos procesos –el arte, la futura maternidad-, complejiza: “Uno toma la decisión de ser madre y toma la decisión de hacer arte. Luego el proceso es un proceso orgánico, biológico, que se desarrolla prácticamente por sí solo y uno sólo tiene el privilegio de irlo sintiendo”.

Parir. Parir. Parir. Vida, belleza, arte. Todo consiste en eso: parir; o dar a luz: una expresión, según percibo entre nerviosos puristas, desprestigiada, pero que aquí cobra un singular y preciso significando. Es esa luz, acunada dentro de cada quien de modo particular, la que, al parecer, funge de guía en un camino creativo y lúcido. Alejandra Pizarnik, magnífica escritora argentina, lo dice bellamente: “… Lúcido viene de Lucifer, el arcángel rebelde, el demonio. Pero también se llama Lucifer el lucero del alba, la primera estrella, la más brillante, la última en apagarse”.

Crear. Crear. Crear. Vida, belleza, arte. Lucía lo sabe bien. De esto se trata cualquier proceso vital, creativo: salirse -entrarse en lo profundo y más honesto de sí- de lo ordinario, de lo rutinario, de los actos automáticos, y llevar una obra, o la vida misma, a dimensiones insospechadas, donde imaginación y trabajo duro se toman de la mano, cada uno mirando para su lado, logrando, con suerte, un equilibro justo y admirable. Y Justo y admirable es el equilibro que logra Lucía Morón en su obra. Ya lo dijo, agudo, hace mucho, Pablo Picasso, y es ya, tal vez, un lugar común, tan común como cierto: “La inspiración existe, pero tiene que encontrarnos trabajando”.

Pues esta próxima mamá trabaja duro. Emprende, con disciplina y rigor, y amor, proyectos que demandan concentración y esfuerzo, mental y físico: una vez define una idea, una ruta, sólo se deja llevar, acompañada de las herramientas y materiales de trabajo, y siempre con un sentido exploratorio, alerta a qué pueda pasar en ese plan sin plan que es un proceso creativo en el que se engendran las obras de arte.

En su pintura, libre, de línea expresionista, los negros y grises, intensos, caóticos, lanzados de modo vertiginoso en la tela blanca, están llenos de energía creativa: de alegría, tanto como de dolor. Balance: ternura y rudeza. Simpleza y complejidad. Belleza y belleza. Volvamos a Pizarnik: “…Lúcido viene de Lucifer, y Lucifer viene de Lux y de Fergus que quiere decir el que tiene luz, el que genera luz, el que trae la luz que permite la visión interior, el bien y el mal, todo junto. El placer y el dolor”.

Ante todo, Lucía mantiene la libertad como faro: “Mi búsqueda nace del placer que me produce pintar, este placer viene de una sensación de libertad plena. Así que lo que busco en mis obras es libertad”. Y cierra, contundente, al referirse a su más clara influencia artística, e insiste con la libertad como premisa de trabajo: “El trabajo de Jackson Pollock, entre otros, me enseñó que existía un camino hacia la libertad absoluta, en un momento que me sentía agobiada y atrapada en un camino geométrico duro”. 

En Espacio en deconstrucción, una serie de trabajos impecables, explora desde lo geométrico, justamente, pero con la soltura plástica necesaria para crear piezas exquisitas visual y táctilmente, ya que logra mediante el linóleo e intaglio un relieve acertado, a blanco y negro, o a dos y tres colores, o a un precioso y arriesgado blanco y blanco:  “Lo que me mueve a ir probando de una técnica a otra es, principalmente, la curiosidad, curiosidad de comprender otros procesos y de ver si soy capaz de amoldarlos a mi metodología, si soy capaz de realmente expresarme en ellos. Lo interesante es comprobar como existe un lenguaje, que a pesar de que cambia en su formulación, sigue produciendo sentido”. 

Libertad también en sus dibujos. Pequeños dibujos. Esas preciosuras de rayones de un lado a otro, y de otro más y de nuevo por este y por ese otro lado también... Así es : una confusión ordenada. Trazos emocionales hechos con grafito, diversos y parecidos entre sí, como los hermanos de una misma familia. Todos hijos de Lucia, pequeñitos, particularmente bellos.

Los frutos a nivel de reconocimiento se han ido recogiendo, poco a poco. “Este año ha sido un año de intenso trabajo, he hecho las mejores pinturas de mi carrera… Al principio del año tuve una exposición con la Galería Sextante y en octubre estuve en Artbo mostrando unas litografías, con el taller Arte Dos Gráfico”. Y remata, con singular y sonriente resignación : “Lo que continua después del nacimiento de Gala, es continuar trabajando”.

Lucía tiene cara de niña y quizá siempre la tendrá. No sólo por sus rasgos sino por sus gestos: de curiosidad, de juguetona complicidad con la belleza que circunda y que, podemos suponer, ella detecta en cualquier entorno, para luego revertirlo en la tela o el papel. Su cara, igual que su obra no se guarda mucho; es un rostro con contenido paradójico: de juego , y de trascendencia. Todo eso está presente en la obra de esta artista: emociones genuinas  y búsqueda estética constantes.

Toda obra de arte es intensa. O es obra en cuanto es intensa, y entonces cobra vida: ha sido parida después de una gestación y un desarrollo paulatino (nada en arte es fugaz y repentino), interno, creativo y pasional. Toda obra es pasional. Aquí están las creaciones de Lucía Morón para constatarlo.

* Comunicador S. - Realizador audiovisual. U. Javeriana

Por Giancarlo Calderón*

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