Marcos Mundstock, el humor inteligente hecho palabra

En Les Luthiers había dos personajes histriónicos que, con solo verlos salir a escena, provocaban inmediata hilaridad en el público: Marcos Mundstock y Daniel Rabinovich, también fallecido.

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José Luis Ramírez León * / Especial para El Espectador
22 de abril de 2020 - 09:22 p. m.
Marcos Mundstock, estrella de Les Luthiers, fallecido este miércoles. / Juan Mabromata / AFP
Marcos Mundstock, estrella de Les Luthiers, fallecido este miércoles. / Juan Mabromata / AFP
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El humor, lo sabe perogrullo, es algo muy serio. El complejo equilibrio entre la palabra ingeniosa, el gesto en el momento preciso y el desenlace inesperado que se avizora son componentes esenciales de un coctel perfecto. Mezclados de manera apropiada, con la temperatura necesaria, como en la “fórmula para hacer el Merengue”, pueden hacer estallar a la audiencia en sonoras carcajadas. En algunos casos terminan por convertirse, de inmediato, en piezas de culto. Eso han sido y serán Les Luthiers, el inigualable grupo argentino del cual se apagó a los 77 años, y para siempre, la voz profunda de Marcos Mundstock, su inimitable narrador.

En el grupo había dos personajes histriónicos que, con solo verlos salir a escena, provocaban inmediata hilaridad en el público. Marcos Mundstock y Daniel Rabinovich, también fallecido, fueron los artífices de algunas de las piezas más recordadas de Les Luthiers. Una de ellas, el inolvidable “biólogo” sobre Ester Piscore, dado que el “monólogo” es de uno solo, puede ser escuchado hasta la saciedad y nunca dejará de producir una carcajada de nueve minutos. Con su smoking impecable, barba bien cortada, y su porte de intelectual que va a leer una sesuda ponencia, cada vez que Marcos Mundstock miraba el contenido de la elegante carpeta que lo acompañaba, y hacía referencia a Johann Sebastian Mastropiero, personaje que él había inventado, se abría de inmediato una puerta al Olimpo de la genialidad y el humor inteligente.

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Los agudos textos de cada temporada se preparaban con cuidado de filigrana, al igual que la música. A pesar de que el encargado de los mismos era Mundstock, junto al maestro Roberto Fontanarrosa escribieron algunas de las piezas más emblemáticas del grupo: "La gallina dijo Eureka", "Cartas de color" y "El sendero de Warren Sánchez", entre otras. Su papel en escena era esencial, pues se encargaba de ir calentando el ambiente para la orgía de ingenio que se venía a continuación. Un solo gesto suyo, al momento de pronunciar cierta palabra equivocada y en el lugar preciso del texto, rompía de inmediato el frío inicial del teatro. Aunque no interpretaba ningún instrumento, participaba de algunas de las piezas con su actuación o, como narrador. El Adelantado don Rodrigo Días de Carreras es otro de los clásicos en esta última actividad.

Poco se conoce un hecho inédito que define muy bien a Marcos Mundstock, como artesano de la palabra y el humor. En marzo del año pasado se llevó a cabo en la ciudad de Córdoba, Argentina, el VIII Congreso Internacional de La Lengua Española. Uno de los invitados especiales al evento fue este gran Luthier. Haciendo gala de su infinita capacidad para mamar gallo en grado superlativo y de jugar con las palabras, llevó ante los académicos una ponencia inigualable. En la misma hizo una referencia al cuidado que hay que tener al momento de pronunciar ciertas palabras que, según él, tienen un significado distinto: Agnosticismo, Angosticismo, Agosticismo o Agnolotticismo. Decidió, además, hacer un aporte al lenguaje, incorporando nuevos términos: los médicos que solo atienden actrices de cine, son los “Cinecólogos”.

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En otra de sus doctas palabras, recordó que el famoso predicador mediático Warren Sánchez había expresado: “Nunca me he sentido mejor sujeto, que después de haber predicado”. Por último, ilustró a la sala al mencionar que, entre las cosas que escribió y que más satisfacciones le trajeron, fue su importante aporte a una colección de temas eróticos, con un libro titulado: “Manual de autoayuda. Autoayuda manual”. Dijo que “La expresión ‘me importa un bledo’ no tiene igual. ¿Alguien sabe lo que es un bledo? Algún día un ejército de bledos se lanzará sobre los hispanohablantes para vengarse de tantos siglos de ninguneo”. Propuso además “formas más directas”: cambiar expresiones como “donde manda capitán no manda marinero” por “el más explícito “donde manda capitán hay que ir”, o, que en vez de “una golondrina no hace verano”, se deberían usar “expresiones más vulgares” como “una golondrina no hace un carajo”. Por supuesto, “con perdón de Gustavo Adolfo Bécquer”.

Junto a les Luthiers se hizo acreedor hace un par de años al premio Princesa de Asturias en la categoría Comunicación y Humanidades. Al recibir la noticia del premio su primera reacción fue: "El célebre compositor Johann Sebastian Mastropiero está indignado, desde el rincón en el que se esconde, por el otorgamiento (…) a esos músicos que solo se ocupan en denigrarlo”.  En la muy formal ceremonia dijo que: “El ejercicio del humorismo, profesional o doméstico, más refinado o más burdo, oral, escrito, mímico, dibujado... mejora la vida, permite contemplar las cosas de una manera distinta, lúdica, pero sobre todo lúcida, a la cual no llegan otros mecanismos de la razón”.

Pero sus incursiones no fueron solo en el campo del humor. En Roma, la bella y nostálgica película de Adolfo Aristaraín, en 2004, interpretó al dueño de una librería que en los años sesentas se entretenía en Buenos Aires conversando con los jóvenes de la época y escuchando jazz. También había hecho presentaciones en televisión y en el teatro. Su compañera de vida fue la cardióloga Laura Glezer y decía que se enamoró de ella “porque conoce mi corazón”. También hacía bromas al mencionar que por su inconfundible voz siempre lo convocaban para hacer de Dios o de psicoanalista.

En su mensaje de despedida, sus compañeros de Les Luthiers expresaron que: “Nos quedará su profesionalismo. Su autoexigencia, su ética de trabajo y su respeto extremo por el público (…) la inteligencia de sus comentarios y su respeto por las opiniones ajenas (…) el recuerdo de sus chistes cotidianos, rápidos y asombrosamente ingeniosos, listos para brindarnos una chispa de alegría en todo momento, en las buenas y en las malas”.

Si, en una de sus canciones, el recién fallecido cantautor español Luis Eduardo Aute decía que “queda la música”, con Mundstock siempre van a quedar la palabra y el impecable humor, que en su caso fueron uno solo. Para despedirlo, y como se dice en Hebreo: Kol Hakavod, Todo el Honor, para un grande.

Por José Luis Ramírez León * / Especial para El Espectador

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