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Mundo hipster

Esta movida, que nació en los años 40 Y 50 en Estados Unidos, llegó al país  y conquistó a una generación de jóvenes.

Gabriela Supelano y Mariana Suárez

17 de octubre de 2010 - 07:59 p. m.
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El periodista norteamericano Douglas Haddow dijo hace tan sólo dos años que la movida hipster era el fin de la civilización. Lo dijo sin titubear, luego de realizar una exhaustiva investigación de lo que significaba esta tendencia. Llegó a esa conclusión después de percibir un gran vacío en los hipsters, quienes nutren su apariencia y sus perfiles de las redes sociales de referentes culturales, de símbolos de otros movimientos o de sucesos de la historia sin identificarse realmente con alguno.

Detrás de ellos no hay ninguna ideología, sólo una búsqueda incesante de elementos estéticos que los hagan más interesantes. No les interesa defender ninguna causa, simplemente disfrutar de lo que ellos llaman buena música, de descubrir nuevas tendencias y de encontrar lo bello en cada una de sus creaciones, que comienzan por su vestimenta.

Por eso, cada uno con sus botas Dr. Martens (aquéllas de estilo minero de colores y diseños, provenientes  del movimiento punk), sus enormes gafas que parecen sacadas de los armarios de las abuelas, su mezcla de ropa de última moda y prendas encontradas en los mercados de pulgas, termina siendo sólo eso. Un accesorio sobre otro, el gusto por grupos musicales que casi nadie conoce, la necesidad de asistir a eventos exclusivos que se publicitan entre unos pocos, los hip, los cool, los que sí están a la moda.

Casi ningún hipster admite que lo es. Un poco incómodos con la pregunta por su identidad responden que les gusta escuchar música y preocuparse por vestirse bien. “Además, qué tienen de malo los pantalones entubados, y si necesito usar gafas, por qué no ponerme unas bien bonitas”. Siempre hay una excusa para justificar su comportamiento acorde con la palabra “hipster”, que viene de la movida relacionada con el jazz de los años 40 y 50 en los Estado Unidos.

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En ese entonces, el término hacía referencia a aquellas personas que les gustaba el jazz atrevido. La mayoría eran jóvenes blancos de clase media que imitaban el estilo de vida de sus ídolos musicales afroamericanos. Pero a finales de los 90, lo hipster describía a quienes tenían un interés por ir adelante de todas las tendencias. Camo, un fotógrafo colombiano especializado en moda, explica que la cultura hipster surgió en Williamsburg, una pequeña ciudad de la costa este de los Estados Unidos, en donde los jóvenes de clase alta se volvieron famosos por estar a la vanguardia.

Hace algunos años esta cultura llegó con fuerza a nuestro país y conquistó a toda una generación entre los 17 y 25 años que tiene la posibilidad de viajar, gastar en ropa y que adora las fiestas de electrónica experimental. Muchos son diseñadores, artistas, cineastas, fotógrafos. Lo importante es compartir un interés por lo estético. La mayoría de sus pintas evocan modas de otras épocas. Pantalones de bota recta que muchas veces suben hasta la cintura, camisas con hombreras, saquitos de lana, boinas, gabardinas de colores, medias veladas de diseños con faldas diminutas, tocados o diademas de plumas de pavo en sus cabezas y relojes dorados marca Cassio, como los que se usaban en los 70, hacen inevitable voltear la cabeza cada vez que alguno de ellos pasa por la misma acera.

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Claro que eso no es algo que suceda todos los días. Los hipsters aman la exclusividad, así que los lugares en donde se sienten a gusto son desconocidos para quienes no forman parte de esta tendencia. Sin embargo, cada dos meses muchos de ellos se reúnen en el Parque de El Chicó para exhibir sus creaciones. La feria Las Puertas del Cielo se ha convertido en la pasarela perfecta para apreciar, en medio de árboles, rodaderos y columpios, sus diseños, su originalidad, su estilo. Andrea Arbeláez cuenta que Las Puertas nació como un espacio que busca marcar la diferencia.

Los objetos que se venden parecen sacados de un mercado de antigüedades, aunque cada uno tiene un sello personal que lo hace atractivo y único. Están los llaveros de tela en forma de galleta de jengibre, los sombreros con llamativos tocados, las plantas carnívoras, los sofás hechos con dardos dañados, los zapatos de cordones amarillos y rojos con un salpicado de negro, los conejos gigantes de peluche, los teléfonos con forma de cuerno y los prototipos de las primeras neveras que llegaron al país.

El ambiente es muy familiar. Todos se conocen con todos, se ríen, se ayudan, y cantan o bailan al ritmo de una banda invitada que ameniza esas tardes de domingo. La rumba de los hipsters también es bastante particular. No van a sitios concurridos que estén a la moda. Prefieren descubrir lugares que prometen ser los más cotizados, pero que hasta ahora están comenzando a darse a conocer como Le Cok y, hace varios meses, Armando Records. Cuando el sitio adquiere popularidad pierden el interés y buscan nuevamente en dónde divertirse.

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Douglas Haddow cree que todo este esfuerzo por no caer en los estereotipos es el síntoma de una generación desinteresada, sin ideologías, que busca siempre la manera de destacarse.

Por Gabriela Supelano y Mariana Suárez

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