Alejo Durán, los caminos del juglar

Entre música, mujeres, amistades y gallos trascurrió la vida de este gran juglar del acordeón, que permaneció en Córdoba 33 años, de los cuales 27 vivió en Planeta Rica. Este lunes se cumplen 32 años de su muerte.

Manuel Vergara
15 de noviembre de 2021 - 08:40 p. m.
Sus cumpleaños (9 de febrero) eran un acontecimiento artístico y de afecto. Su casa de puertas abiertas, era escenario propicio para los encuentros musicales y la oportunidad de conocer de cerca a connotados personajes del folclor nacional.
Sus cumpleaños (9 de febrero) eran un acontecimiento artístico y de afecto. Su casa de puertas abiertas, era escenario propicio para los encuentros musicales y la oportunidad de conocer de cerca a connotados personajes del folclor nacional.

Alejandro Durán conoció a Joselina Salas en Yucal, caserío cercano a Calamar en 1952, en una fiesta en casa de Agustín Salinas. Y se casó con ella en Barranquilla en 1953, cuando Alejo tenía 34 años. Fueron amores rápidos, intensos, descubiertos por su acordeón. El instrumento le comunicó a Alejo que Joselina estaba enamorada de él. Por eso cuando se le pidió que contara algo de la historia de ese amor, Alejo respondió: “A ella le gustaba mi música y a mí me gustaba ella”.

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A finales del 53, el matrimonio se radicó en Magangué, en un abierto desafío a su vocación de juglar que no le permitiría detenerse en ninguna parte. Allí vivieron 3 años y tuvieron 2 hijas. Antes de casarse, Alejo se había hecho esta reflexión: “Si dos años antes había tomado la determinación de separarme por primera vez de mis padres porque quería ser músico y tenía, para lograrlo, que buscar el ambiente propicio para el desarrollo de mi vocación ya definida, el matrimonio no podía impedir que continuara mi profesión”.

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Joselina no era consciente de que se había casado con un juglar. No estaba preparada para compartir su vida con quien había decidido escoger una profesión que se prestaba para la errancia, los líos amorosos y las ausencias prolongadas. Ese viajar incesante a Barranquilla para sus grabaciones; las interminables giras por diferentes pueblos de la región: Mompox, Pinto, Santana, San Cenón, Piñón, Las Conchitas, Palomino, Pijiños, Talaigua Viejo, Talaigua Nuevo, San Fernando, Altos del Rosario. Y más adentro, Sudán, Los Patos, Los Pegados, La Rufina, Colorado, Cocotiquicio, Palma Esteral, Pueblo Nuevo y Gamarra. Y luego, por los ríos Cauca y San Jorge, a Caucasia, Convención, San Marcos, Ayapel, Montelíbano y cientos de pueblos más que sería prolijo enumerar, no le dejaban tiempo disponible para su esposa.

Alejo nunca pudo asegurarle a su mujer que retornaría en una fecha determinada porque era imposible planificar las aventuras. El tiempo solo le alcanzaba para el acordeón, los compromisos con las casas disqueras, las parrandas que se sucedían unas tras otras y el huracán de su vida de juglar. Ya su voz, su estilo, sus bajos nunca antes escuchados y las impactantes expresiones ¡Oa!, ¡Apa!, ¡Ay!, ¡Sabroso!, despertaban admiración por un músico que se parecía a sus canciones, que ponía el alma en ellas y que hacían parte de su propia vida.

Los celos y la rabia de Joselina, sumados a la soledad, a las canciones con nombres de mujeres y a los rumores de la existencia de otros hijos, precipitaron la ruptura. De ese drama amoroso quedó una canción que ya no se escucha:

“Yo he llegado a Magangué

preguntando por mi esposa

Unos dicen que se fue

que se fue brava y celosa”

A finales de 1956 Alejo abandona a Magangué y enrumba sus pasos hacia Córdoba, un departamento prácticamente desconocido para él. Y se radicó un año en Montería, a los 37 años de edad, con la sola compañía de su acordeón, guía y confidente de sus emociones y pesares. De esa simbiosis de instrumento y músico nace 11 años más tarde, en 1967, Pedazo de Acordeón, que por un designio del destino, desde ese entonces, seguirán juntos tanto en el sonido melodioso de sus notas como en la angustia del silencio.

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Si bien es cierto que en 1956, Alejo Durán era ya un músico conocido en Bolívar, Atlántico y toda la región del Magdalena, aún no había adquirido la trascendencia nacional e internacional que logró a partir de su llegada al Departamento de Córdoba. Durante su corta permanencia en Montería, Alejo conoció a Tierralta, Valencia y los pueblos ribereños del medio y bajo Sinú. Todos escucharon y compartieron con él sus pregones y dolencias.

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De Montería se trasladó a Sahagún, un pueblo de las sabanas de Córdoba, donde vivió 5 años, a los 42 de edad. Desde allí difundió su música en los departamentos de Córdoba, Sucre, Bolívar y Antioquia. Una mañana veraniega de marzo de principios del 62, Alejo abordó el bus de Manuel Ramón López (a. el Sapo), con destino a Planeta Rica. Había dejado algunos recuerdos en Sahagún, pero no tan fuertes que lograran mortificarlo. Desde Planeta Rica, Alejo intensificó su trabajo musical y los contratos con las casas disqueras abundaban.

En la grabadora de acetatos de Víctor Amórtegui, en Barranquilla, grabó sus primeros discos en 1950. Luego se vinculó al Sello Atlantic, y más tarde a Discos Popular, Discos Fuentes, Discos Curro y Discos Tropical, en la costa Atlántica colombiana. Y en otras casas disqueras como Silver, Sonolux, Victoria, CBS y Philips en el interior del país, cuando ya Alejo había desbordado el ámbito nacional y se convertía en el mejor acordeonista de Colombia.

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En los caminos del juglar, el tema erótico fue manejado por Alejo Durán con especial interés. Su amor por las mujeres le hizo decir muchas veces que para poder componer sus canciones tenía que enamorarse, y él les correspondía generosamente incluyéndolas en sus cantos. Muchas fueron las mujeres que se cruzaron en su vida, convirtiéndose en su principal fuente de inspiración. Aquellos caminos no solo dieron cuenta del poder crítico y filosófico de sus canciones, sino que fueron iluminados por la impronta de mujeres-canciones grabadas para siempre en la memoria colectiva.

Córdoba aportó una amplia cuota femenina a su larga lista: Sabina, Irene, Guillermina, Gladys, Juliana, Elisa, María, Reyes, Norma, Berta, Nur, Catalina y Gloria, entre otras. Algunas de ellas inmortalizadas por Alejo. Quien se dé al trabajo de indagar a fondo las fascinantes historias de tantas mujeres de diversas geografías y paisajes, encontrará que algunas de ellas ocuparon un sitial de honor en el corazón y el recuerdo del cantor, mostrándose de cuerpo entero, sin nada que ocultar, orgullosas de haberlo acompañado en gran parte de su vida itinerante. Y otras que solo se asomaron tímidamente por los repliegues de su alma y su acordeón, pero todas, sin duda, muy cerca del músico compartiendo la vehemencia de sus amores, o lamentando quizás sus frustradas esperanzas.

Durante su periplo artístico Alejo recibió todos los honores y reconocimientos que un gran músico como él podía merecer. En 1968 fue Primer Rey de la Leyenda Vallenata, participó en las Olimpiadas de Méjico, trajo trofeo para Colombia, viajó a Estados Unidos, y en octubre de ese mismo año, fue declarado hijo adoptivo de Planeta Rica, en el Festival de la Canción Ciudad Planeta Rica; compuso y grabó canciones de antología como Pedazo de Acordeón, Ayapel, 039, Sielva María, Joselina Daza, Tristeza, La Sanmarquera, El Querendón, Hombre de malas, Besito Cortao, la Cachucha Bacana, Voy a sacar este merengue y muchas más de gran renombre; grabó más de 100 L.P.; le tributaron numerosos homenajes; participó con éxito en grandes escenarios, y con el mismo entusiasmo lo hizo ante poca gente en pueblos o en patios debajo de mangos y almendros.

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Sus cumpleaños (9 de febrero) eran un acontecimiento artístico y de afecto. Su casa de puertas abiertas, era escenario propicio para los encuentros musicales y la oportunidad de conocer de cerca a connotados personajes del folclor nacional. Desde las horas de la mañana desfilaban por el kiosco diversos grupos de artistas, mientras Alejo permanecía atento, sonriente, escuchando y compartiendo la alegría con los participantes. Era una especie de Festival de la Amistad, en donde cada cual ofrecía lo que tenía, con la única recompensa de los aplausos.

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Ya por la tarde, el maestro asumía su papel protagónico. Lentamente se levantaba de la silla y haciéndoles señas a sus compañeros de conjunto, con el acordeón bien aprisionado contra el pecho, iniciaba su intervención. Era el turno del maestro. El centro de la atención de todos. El homenajeado. El cumplimentado. Y cada vez que abría el acordeón recibía una salva de aplausos. Muchos, ya con sus tragos, lo acompañaban en el canto, y cuando el bajo de profundidad hacía su aparición, exclamaban emocionados: ¡Oa!, ¡Apa!, ¡Ay!, ¡Sabroso!. Y era entonces cuando Alejo, contagiado del entusiasmo de los presentes, hasta se daba el lujo de improvisar algunos versos dedicados a algún amigo que llegaba de lejos o que le agradara su presencia.

Alejo Durán en Planeta Rica adquirió especial connotación. Gozaba del aprecio general. Sus admiradores y amistades se multiplicaban. En la cumbre de su popularidad, la humildad era su fuerte. El pueblo era su aliado incondicional: festejaba sus triunfos y lo acompañaba en sus dificultades. No permitía que cualquier desconocido entrara a saco para hacerse importante con sus canciones exitosas.

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Con el tiempo, este andariego incansable, empezó a refrenar sus pasos. No obstante los halagos de la fama, le estaba fastidiando la trashumancia. Se volvió sentimental. Le entristecía escuchar sus canciones exitosas. Sentía quizás que se alejaba irremediablemente de aquella época dorada de su vida cuando todas las cosas le salían bien.

Entre música, mujeres, amistades y gallos trascurrió la vida de este gran juglar del acordeón, que permaneció en Córdoba 33 años, de los cuales 27 vivió en Planeta Rica. Y de los 22 años de su época de oro (1954-1976), 20 de ellos los vivió en Córdoba, 6 entre Montería y Sahagún y 14 en Planeta Rica. Allí resolvió permanecer hasta su muerte ocurrida el 15 de noviembre de 1989, a los 70 años de edad. Y desde ese instante, su alma que ya no podía con su cuerpo, siguió sola transitando por los caminos de la inmortalidad, como el máximo juglar de todos los tiempos.

Por Manuel Vergara

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