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Lo que nos deja el gran músico Roberto Roena

Un melómano exalta la vida y obra de uno de los fundadores de El Gran Combo de Puerto Rico y miembro de la legendaria Fania All Stars.

Petrit Baquero * / Especial para El Espectador
24 de septiembre de 2021 - 10:05 p. m.
Roberto Roena nació el 16 de enero de 1940, en Mayagüez, Puerto Rico, y murió el pasado 23 de septiembre. Aquí durante un ensayo en Nueva York.
Roberto Roena nació el 16 de enero de 1940, en Mayagüez, Puerto Rico, y murió el pasado 23 de septiembre. Aquí durante un ensayo en Nueva York.
Foto: Getty Images - Getty Images

“Se está acabando el mundo, me supongo”, dijeron —y siguen diciendo— los míticos hermanos Lebron, algo que corroboro todas las semanas, casi diariamente, por la partida de aquellos referentes que construyeron el mundo en el que vivo y que, como estaban aquí “guapeando” cuando yo nací —y llevaban un buen tiempo haciéndolo—, ingenuamente creía eternos. (Recomendamos: Falleció Roberto Roena, leyendas de la salsa).

Es que hace apenas dos semanas nos despertamos con la lamentable noticia de la muerte de Adalberto Álvarez “el Caballero del Son”, y una atrás con la desaparición del gran pianista salsero Larry Harlow, “el Judío Maravilloso”, así como nos golpeó la muerte súbita de Johnny Ventura, uno de los pilares fundamentales del merengue en todas las épocas. Y un mes antes nos sorprendimos con la muerte prematura de Víctor “el Nene” del Real, y poco después nos levantamos con la información del brutal asesinato en Cali de Junior Jein (por cierto, ¿qué pasó con las investigaciones al respecto?). Hace poco también nos enteramos de la partida de Hugo Morejón, trombonista estrella de Los Van Van de Cuba, y, por supuesto, un poquito antes recibimos con tristeza la muerte del “Zorro Plateado” de la Fania, el dominicano Johnny Pacheco. (Recomendamos: La raza latina de Larry Harlow, por Petrit Baquero).

Claro, son muchos, muchísimos más, los artistas, pensadores, hacedores del mundo que conocimos y creadores de nuevas miradas sobre el universo, que han partido este año dejándonos, por supuesto, con un vacío (¿una herida?) en el corazón y muchas ganas de hacerles un homenaje para sentir que continúan con nosotros, al menos mientras sigamos por acá: Charlie Watts, Jorge Oñate, Bunny Wailer, Lee “Scratch” Perry, Mario Gareña, “Juan Chuchita”, Cristian Vega, Ela Calvo, Armando Manzanero y muchos otros que han ido por diferentes circunstancias. Estas desapariciones, obviamente, nos hacen sentir un poquito más solos, porque eso es lo que muchos sentimos por la partida de quienes nos acompañaron en distintos momentos de la vida, así sea solamente oyéndolos en un disco (o viéndolos en programas de concurso con Pacheco), y eso que solo estoy hablando de estos grandes músicos (porque me falta mi homenaje a Antonio Caballero).

Supongo que una de las cosas de envejecer es darnos cuenta de que nada ni nadie es eterno y que lo que conocimos, nos hizo felices, constituyó referentes para seguir, rechazar o ignorar, entregó parámetros y nos mostró distintos caminos, algún día desaparecerá, y cada vez más rápido. Esa es la vida y es la muerte, pues, como decía Keynes, a la larga todos estaremos muertos y ¿qué le vamos a hacer? Tal vez apelar a la resignación, lo cual decía —y cantaba—, con bastante jocosidad, El Gran Combo de Puerto Rico.

Digo todo esto, porque anoche, antes de irme a dormir, me llegó, como un fuerte totazo en la cabeza (es que hay golpes en la vida tan fuertes…), la noticia de la muerte, por un infarto, del gran Roberto Roena, otra de las estrellas relumbrantes de la “salsa” de todos los tiempos, afirmación que se puede decir muy fácilmente, pero que no deja de ser cierta, pues se trata de uno de los creadores de ese movimiento social y cultural que trascendió muchos espacios hasta llegar a todo el mundo, marcándonos a muchos nuestra manera de ser, pensar, actuar y hasta sentir. Qué vaina, ¿no?

Roena fue siempre un tipo talentoso, inteligente y con mucho swing. Nació el 16 de enero de 1940 en en el barrio Dulces Labios de Mayagüez, Puerto Rico, aunque se crio en Santurce donde se destacó, en compañía de su hermano Francisco “Cuqui” y bajo la guía de su tío Aníbal Vásquez, como un gran bailarín de mambo y son cubano, además de bomba y plena boricuas. Esto le permitió cultivar mucha de la música afro que todavía en los años cincuenta algunos miraban mal y con mucha desconfianza en los círculos de la “alta sociedad” puertorriqueños (¿la de los autodenominados “puertorriqueños de bien”?), pero que emergió desde las capas más bajas de su tierra, como toda la música popular, para convertirse en símbolo de identidad de toda su gente, y sabemos cuál era su gente.

De esta manera, Roena, con su indudable carisma, fue parte de ese proceso de expansión de la cultura popular borinqueña, entrando rápidamente en contacto con grandes músicos de la “isla del encanto” que vieron que el hombre tenía buen ritmo y talento para la percusión, por lo que fue invitado a tocar bongós por varios lugares del continente sin quitarle espacio al baile del que se hizo también todo un maestro. En ese contexto, fue parte importante, desde 1956, de la legendaria agrupación “Cortijo y su Combo” que, con su mítico cantante Ismael Rivera, puso a gozar a los seguidores de la música afrocaribe de Puerto Rico, República Dominicana, Colombia, Venezuela, Nueva York, Perú y Panamá, con un impacto que, además, ayuda a dejar clara la premisa de que la “salsa” es mucho más compleja, en sus orígenes y desarrollos, de lo que creen los que afirman que solo tiene un padre o una madre.

Por los líos judiciales de sus mentores (por razones que, tanto hoy como hace casi 60 años, suenan absurdas), el combo de Cortijo se desmembró, por lo que Roena integró “El Gran Combo de Puerto Rico”, donde permaneció por varios años. Sin embargo, Roberto tenía vocación de líder y entendió que, bajo el mando de Rafael Ithier, no iba a poder sacar adelante muchas de sus ideas, por lo que decidió partir hacia Nueva York, escenario en donde se siguió rodeando de importantes artistas que le ayudaron a afinar —afilar— su concepto musical.

Esto es importante, porque si bien Roena no tenía los conocimientos técnicos para hacer sofisticados arreglos, tenía muy claro su concepto, además de que contaba con credibilidad entre otras figuras del gremio para sacar su proyecto adelante. Esto me recuerda al gran Jairo Varela, otro ícono nuestro, quien afirmó alguna vez que “músicos buenos hay muchos, pero ideas no tanto”, y eso aplica perfectamente a Roena, quien siempre demostró claridad para crear, desarrollar y consolidar una agrupación única, original y poderosa, sabiéndose rodear de las personas ideales para plasmar sus ideas y conceptos, y hacernos, por supuesto, gozar hasta el final, como debe ser.

La primera agrupación bajo su mando se llamó “Los Megatones”, con un nombre muy en la onda de la era nuclear de comienzos de los sesenta del siglo XX (de hecho, alcanzó a fundarla cuando todavía estaba con El Gran Combo), pero fue con la “Apollo Sound”, bautizada poco después en homenaje al mítico programa de la carrera espacial estadounidense de fines de esa década, con la que se consolidó con creces. Con esta banda —tronco de bandota—, tuvo la premisa de presentar música con un swing que no olvidaba a Cortijo y a sus hermanos del Gran Combo, pero que añadía sonoridades contemporáneas urbanas más newyorkinas que le debían bastante al soul y al resto de la música afroamericana, mucha de la cual, a la vez que interpretaba piezas musicales maravillosas y muy bailables, lanzaba poderosas proclamas por los derechos civiles en Estados Unidos y en contra de la guerra de Vietnam (y esa pelea todavía la estamos dando). Por eso, la Apollo Sound, a pesar de su swing y tradición puertorriqueña, no habría podido existir sin el breve pero importantísimo periplo de Roena por Nueva York.

“Mi Desengaño”, “Marejada feliz” (salsitas románticas setentudas), “Vigilándote” (un tema crítico a cualquier opresión política), “Cui Cui” (ojo, del gran Calixto Ochoa y grabado originalmente por Alfredo Gutiérrez, que se llama “Manantial del alma”) y “Guaguancó del Adiós”, son algunos de los temas que hicieron de Roberto Roena una figura ineludible durante más de cincuenta años del movimiento salsero, desde Nueva York y Puerto Rico —donde rápidamente se volvió a asentar— hasta el resto del mundo.

En todas esas canciones, quedó en evidencia una poderosa percusión, además de trompetas brillantes y saxos potentes que contrastaban con las combinaciones de trompetas y trombones que caracterizaban a la salsa de Nueva York (lo cual lo acercó a otra agrupación “prima” como la de su colega Bobby Valentín). Además, los arreglos de su orquesta se destacaron por los viajes, tumbaos y las complejidades armónicas de otras músicas, no solo la afroamericana, sino también la brasilera, lo cual le dio un color especial a su propuesta, con lo cual muchas veces lo vimos “sambando” durante pasajes sonoros que nos llevaban a nuevos universos y que exploraban timbres percutivos brasileros con instrumentos como el agogô, la cuica y el pandeiro, algo que muchos después imitaron o, más bien, tomaron como ejemplo.

Roena fue también uno de los integrantes icónicos, como bongosero y campanero estrella, de la Fania All-Stars, agrupación con la que se hizo aún más popular, pues apareció en películas y videos, viajó por todo el mundo y dejó ver sus solos de percusión en distintos escenarios, sin dejar de lado sus espectaculares salidas bailando (y oigan “Coro Miyare” con la Fania, una maravilla). Y todo lo hizo sin perder el swing puertorriqueño y su tradición afrocaribeña, a la que le añadió su propio tumbao que, los que saben del cuento, reconocían y seguirán reconociendo.

A Roena lo vi pocas veces en vivo y nunca me decepcionó, pues esa poderosa orquesta, su carisma de showman e innegable don de gentes eran deslumbrantes. Además, siempre me causaron gracia esa voz ronca a la que no le entendía casi nada de lo que decía y su aspecto y comportamiento (y sé que algunos me entienden) que me recordaban al maestro Rochi de Dragon Ball, pero con swing boricua y jerga newyorikan. Era también uno de los invitados estelares a la Feria de Cali donde era recibido como un hijo más de esta tierra (o mucho mejor, por supuesto), por lo que más de una vez pude observarlo rumbeando, firmando autógrafos y tomándose fotos con toda la gente, incluso conmigo, como pasó una vez a la salida del bar Zaperoco.

Con la partida de Roberto Roena, se va una de esas figuras relevantes, legendarias y protagónicas de esos universos culturales, pero también sociales y políticos, que muchos hemos admirado y tratado de conocer —y reconocer— más profundamente, ya sea investigando, hablando, bailando, cantando o botándole corriente de la forma que sea. Pero es mucho más que eso, pues Roena fue un ser que ayudó a hacer del mundo algo mucho menos aburrido de lo que es (claro, muchos no pueden darse el lujo ni de aburrirse), y eso no es cualquier cosa.

“Se está acabando el mundo, me supongo”, vale volverlo a decir (de hecho, hace un año murió Frank Lebron, uno de los pilares de los hermanos Lebron), porque con la muerte de Roena y otras grandes figuras, es claro que el mundo que conocí, recorrí y viví se está acabando, algo que es, a todas luces (y lo saben los más viejos que yo), inevitable. Sin embargo, espero que quienes sigamos aquí por un ratico más (ojalá), podamos recordar, recrear y nunca olvidar a seres como Roena, quienes, de una forma u otra, estarán viviendo en nuestra mente y nuestro corazón, pues no quiero que ese mundo, mi mundo, el mundo que el gran Roberto Roena ayudó a convertir en una marejada feliz, desaparezca, pues, sea como sea, ese viaje estelar con la Apollo Sound (y con todo lo demás) valió mucho la pena.

¡Coro Miyare, maestro Roena!

* Petrit Baquero es Historiador y Politólogo. Músico y Melómano. Autor de El ABC de la Mafia. Radiografía del Cartel de Medellín (Planeta, 2012); Manual de Derechos Humanos y Paz (CINEP/PPP, 2014), y La Nueva Guerra Verde (Planeta, 2017).

Por Petrit Baquero * / Especial para El Espectador

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FABIAN(11005)25 de septiembre de 2021 - 03:08 a. m.
Gracias por esta gran reseña de este genio musical de la autentica música popular del caribe urbano.
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