Yo quise callá unos versos, benditos versos, y al final no pude resistirme…. Es cierto. Rafael (Rafa) Manjarrez no calló ninguno de los sentimientos que lo asaltaron en su vida y los transformó en versos. Tiene 62 años y más de 300 canciones escritas. Comenzó a componer desde los 12 y no ha dejado de hacerlo. Si hubiese que calcular la frecuencia con que compone, sería de cada dos meses. Pero eso no es tan así.
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El mismo Rafa cuenta que en su juventud había días en los que podía hacer tres canciones o también días en los que no hacía ninguna. Dependía de su entorno. “Una mujer pasaba, me torcía lo ojos y ya estaba haciendo una canción, o cuando tenía unos tragos encima me sentía rico y bonito, y componía así”, relata Rafa, como le dicen cariñosamente.
Y no sé por qué en La Guajira se mete hasta en el mar así, como si pelear quisiera…. Tampoco se sabe su estado anímico cuando compuso esta canción que llamó Benditos versos. Si estaba bajo el efecto de los tragos o el enamoramiento. O de ambas. Una forma inédita de describir la belleza de una dama y de aquella península en lo más norte de Colombia. Esa tierra árida y seca, pero nutrida de compositores, cantantes y acordeoneros. Él nació en un caserío llamado La Jagua del Pilar, pero en cada uno de estos pueblos, pequeños o grandes, brota el talento vallenato.
“Tengo la tesis de que en mi región (La Guajira) hay muchísimo talento. Lo que pasa es que los que tenemos el reconocimiento nos disciplinamos un poco y nos dedicamos al tema, pero hay mucha gente que tiene igual capacidad que nosotros o más. El problema es que no se dedicaron”.
¡Ay, pero linda, dime, al final tú callas, por favor decime, qué guarda tú alma!. Qué guardará el alma de Rafa Manjarrez para componer de tal forma. De manera singular, abstracta y poética. No tiene que envidiar a los poetas de la modernidad. Él también lo es. Un poeta castizo. Uno que no tiene un método preciso para contar historias y que las puede sacar del fondo de su alma o se las puede inventar.
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“No tengo un esquema rígido. Tengo obras que se las vi a un amigo cercano, otras que son de mis vivencias y algunas que son ficción. Esto último hay que decirlo, porque en el vallenato se valora más que uno componga desde la propia experiencia. Eso es casi una utopía. Vi a mis antepasados cantando en parrandas diferentes con una misma canción, pero la historia no era la misma”, revela el autor.
Se fue a estudiar a Barranquilla. Allá vivió en pensionados con su amigo y también compositor vallenato Roberto Calderón. Siempre buscaba lugares tranquilos para poderse inspirar. “Me mudaba donde no hubiese televisión o radio, porque el ruido me obstruía y me castraba el entorno que necesitaba para componer”.
Eran los años 70 y ya tenía un amplio repertorio de composiciones. Iba adonde los músicos y les entregaba canciones. Luego iba a las discotiendas a ver si el nombre de sus canciones figuraba en aquellos discos. La constante era la misma. No aparecía. En 1978, Daniel Celedón le dio la primera oportunidad con la canción El dengue.
Flamea una falda coqueta, piernas perfectas, porte de reina, de trato fino…. Describir a una mujer no es cosa difícil para Rafa. Por eso ella ocupa casi la totalidad de sus canciones. Entraron los años 80 y los éxitos. De todo tipo: locales y nacionales. Beto Zabaleta le grabó Desenlace, una historia parte real y parte ficción, como él lo asegura. Un éxito regional.
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Luego vinieron los éxitos nacionales con Diomedes Díaz, que le grabó Simulación, y Otto Serge, Bendita duda. Que Diomedes le grabara una canción significó mucho para él. Ya no era él quien rogaba a los cantantes, sino ellos a él.
Otto Serge repitió y grabó el mayor éxito de Rafa Manjarrez. Una canción que se ha versionado en otros géneros, incluso el rock, hecha por la banda colombiana The Mills. La canción es Señora, y su historia es particular. Un engaño contado de forma poética.
Dicen también que la noche pidió a la aurora que fuera cuidadosa contigo. La aurora del triunfo acompañó a Rafa en los siguientes años con las grabaciones de otros grandes del vallenato, como Los Hermanos Zuleta y Jorge Oñate, pero en el momento de escribir otras de sus canciones icónicas esa aurora no lo acompañaba económicamente.
Seguía con sus estudios. Era época de Festival Vallenato en Valledupar y no podía ir porque sus padres no tenían para correr con más gastos. Compuso una canción con la misma melancolía que le produjo esa noticia. Fue Ausencia sentimental. La presentó en el Festival de la Leyenda en 1986 y se llevó el primer puesto.
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Desde entonces ha sido la canción insigne del Festival. Tenía a todos los cantantes detrás de él para grabar ese tema, pero se decidió por Otto Serge, quien le había dado la oportunidad en sus inicios y todo lo que le grababa era éxito. Esta también lo fue.
Y claro, tiene una estampa, de acento y casta de gente buena. Rafa Manjarrez tiene estampa, acento y casta guajira. Tiene bien reforzadas sus raíces. Aprendió de los clásicos y coterráneos como Emiliano Zuleta Baquero y Toño Salas, pero no desdeña de los músicos modernos.
Es la razón por la que músicos como el Churo Díaz o Peter Manjarrés han versionado sus éxitos. Otros, como Silvestre Dangond, le han grabado varías canciones inéditas, aunque su poética ya no cale tanto en los jóvenes contemporáneos.
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Eso y los años han contribuido a que Manjarrez le haya mermado a la composición. Ahora dedica la mayor parte de tiempo a ejercer su profesión como notario y vicepresidente de la entidad que registra sus obras musicales, Sayco. Esas canciones que fueron éxitos de antaño y que no pasan de moda. Son como luceros, que aunque lejanos alumbran bastante.
Que el lucero que está bien distante que alumbra bastante, que aprecia bastante.
* De la Fundación Color de Colombia.