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A 50 años de la masacre de Marquetalia

Desquite: el ángel exterminador

Johnny Delgado M.*
14 de agosto de 2013 - 04:43 p. m.
A 50 años de la masacre de Marquetalia

Algunos comerciantes de Manzanares y Marquetalia venían conversando dentro del bus de la empresa Arauca que se desplazaba lentamente en esa madrugada del lunes 5 de agosto de 1963, en cercanías del sitio La Italia, en la carretera que comunica a Marquetalia con Victoria en el oriente del departamento de Caldas. Iban a comprar y hacer transacciones bancarias a Honda o a la feria de Samaná.

Más adelante, tres volquetas con trabajadores de Obras Públicas se acercaban también al sitio en dirección a Victoria. Tras una curva cerrada, una docena de hombres vestidos de militares los hicieron detener y los obligaron a descender de los vehículos. En ese momento llegó el bus al cual le ordenaron lo mismo.

Los sorprendidos pasajeros escucharon a un hombre que parecía ser el comandante del grupo de hombres armados decir que se trataba de la banda de Efraín González y necesitaba saber quiénes eran conservadores. Los engañados obreros, campesinos y comerciantes que creyeron salvar la vida siendo partidarios del bandolero conservador se hicieron a un lado. De inmediato los llevaron y los encerraron en una casucha de madera al lado de la vía. Otros dos vehículos que arribaron a esa hora, seis y media de la mañana, también fueron detenidos. Todos fueron despojados de su dinero y objetos de valor.

El asalto en realidad había sido perpetrado por el famoso bandolero liberal José William Angel Aranguren alias Desquite. El calvario para las víctimas había apenas comenzado y durante casi dos horas de agonía, fueron pasando uno a uno hacia un patio donde eran interrogados. Luego recibían golpes de garrote en la cabeza para después ser rematados a machete inmisericordemente. Evitaban hacer disparos con sus armas para prevenir que las autoridades se pudieran dar cuenta y acudieran a socorrer a aquellas desventuradas víctimas.

Los muertos, algunos decapitados, eran amontonados como bultos de café en un costado del patio mientras un estanque de cemento se llenaba de cabezas y el suelo se cubría con la abundante sangre de las personas sacrificadas. Solo los quejidos y los golpes de madera y machetes sobre los cuerpos inermes se escuchaban en esa mañana de terror. Al final de la horrible masacre, 25 pasajeros del bus y 17 obreros viales, perecieron en el asalto.

Hubo una veintena de sobrevivientes que salvaron su vida por ser liberales, otros por ser conocidos de algún bandolero. Se conoció el caso de una señora que iba ser asesinada a machete por el verdugo. Entonces instantes antes, otro cuadrillero le pidió a Desquite que la salvara, que muchos días de su infancia, él “había calmado su hambre en el rancho pobre de aquella mujer”. Desquite ordenó liberarla. Otro hombre suplicó al comandante bandolero que no lo matara que viajaba a Victoria a comprar medicinas para su madre moribunda. Desquite se le acercó y le dijo que le repitiera su pedido. El hombre aterrorizado, con un último aliento le suplicó dejarlo vivo. William Angel le perdonó la vida pero lo obligó a no marcharse hasta un buen tiempo después que la banda se retirara.

La pavorosa masacre había sido planeada con mucha antelación y algunos colaboradores de la cuadrilla los habían conducido a preparar el asalto en esa zona desolada. Había un oscuro motivo de carácter político y era que se tenía información que un conocido dirigente conservador, patrocinador de los bandoleros y pájaros conservadores de Marquetalia, iba en el bus. Al final el referido político no viajó y salvó la vida. El caso era de suma importancia porque había obligado a Desquite salir de sus reductos del norte tolimense, cruzar el río Guarinó y entrar a Caldas.

Una vez consumado el execrable genocidio cruzaron el río y entraron de nuevo al Tolima. Durante un mes fueron perseguidos con todos los recursos bélicos del Ejército cuando se internaron en la Serranía de Lumbí, cercana a Mariquita, de donde lograron escapar del cerco militar.

El halo de terror que producía Desquite crecía. El hombre que hacía varios años había sido amarrado, desnudo y humillado públicamente en una calle de un poblado tolimense al ser capturado luego de cometer un asalto había cumplido su promesa y profecía: — me desquitaré, me desquitaré— había gritado con pudor, angustia y rabia contenida en ese lejano día.

 

Los orígenes de su rebeldía

Cuando iniciaron las persecuciones de los conservadores a los liberales en 1946 y se recrudecieron con los triunfos electorales del caudillo liberal Jorge Eliécer Gaitán en 1947, la confrontación a gran escala se veía llegar. El modelo de exterminio chulavita institucionalizado en el gobierno de Ospina Pérez, y tras el asesinato de Gaitan en abril de 1948, arreció el conflicto que en 1949 se disparó para no parar hasta el presente.

En 1952, el alcalde conservador y la policía de Rovira, donde vivía la familia Angel Aranguren, asesinaron al padre de José William. Este ingreso al Ejército y luego de un tiempo se retiró siendo suboficial.
De retorno a su tierra, participó en el asalto al camión de Coltabacos donde el hermano de José William y él mismo, fueron capturados.

Luego de estar en la cárcel de La Picota en Bogotá, había escapado. Su hermano había sido enviado a la isla prisión Gorgona y él decidió marchar al norte del Tolima. En 1961, se encontraba en El Líbano ocupando el lugar que había dejado Joaquín González Centella al ser abatido por las autoridades en diciembre de 1960. Desquite sería el bandolero que los hacendados liberales protegerían en su lucha partidista contra los bandoleros conservadores del norte tolimense.

Sin embargo, su primer asalto lo realizaría en Pulí, Cundinamarca, el 16 de marzo de 1961, donde su temible cuadrilla asesinó a 7 campesinos. Un mes después haría su primera masacre en el Tolima, el 18 de marzo de ese año. Allí en Venadillo, masacró a 12 campesinos. Los años siguientes señalarían la descomposición social del norte tolimense. Una tierra de desolación donde el imperio bandolero operaba a su antojo. En abril de 1962, en unión de Jacinto Cruz Usma Sangrenegra y Noel Lombana Tarzán, emboscaron a un convoy militar y asesinaron a 13 militares y 2 civiles en el Taburete, Líbano.

El 19 de diciembre de 1962, atacó el puesto policial de El Hatillo, Mariquita. Murieron cuatro policías. Al trágico lugar habría de retornar Desquite y su cuadrilla el 11 de febrero de 1963. Se tomó el caserío y estuvo durante cinco días al dominio de la población, autonombrándose como jefe civil y militar.
Luego de la masacre de La Italia, de la cual se cumplen en estos días los 50 años, Desquite sería asediado sin descanso. El coronel Joaquín Matallana y el Batallón Colombia lo perseguirían donde fuera. En marzo de 1964, fue muerto junto a tres de sus hombres en Venadillo, en el norte del Tolima. A su muerte, el poeta Gonzalo Arango dedicó una Elegía a Desquite donde habría de anunciar otra profecía cumplida:

….Nunca la vida fue tan mortal para un hombre. Yo pregunto sobre su tumba cavada en la montaña:
¿No habrá manera de que Colombia en lugar de matar a sus hijos los haga dignos de vivir?
Si Colombia no puede responder a esta pregunta, entonces profetizo una tragedia: Desquite resucitará y la tierra volverá a ser regada de sangre, dolor y lágrimas..

Triste epitafio para varias generaciones de colombianos que debido al horror de la guerra, ya sea como víctimas o como victimarios, se han desperdiciado para la patria. Cuando se juzga al bandolero y al bandolerismo sin conocer el trasfondo histórico del conflicto se omite un aspecto crucial de la reparación con las víctimas. De la reparación del derecho a conocer la Verdad por parte de las víctimas. Porque las clases dirigentes nacionales que lanzaron a los campesinos y gamonales de los pueblos de mitad del siglo XX, manipularon la historia, politizaron y degradaron a la policía, empujaron al Ejército a la tiranía del período rojista y crearon un Frente Nacional excluyente para ocultar su responsabilidad histórica. Por el contrario, los principales responsables de dicha catástrofe social, con el tiempo y el olvido, alcanzaron una aureola de respetabilidad.

Cuando la violencia bipartidista terminaba mediante la eliminación del contrario y no por los cambios sociales y políticos que eran necesarios, esa misma casta política del Frente Nacional, beligerante, guerrerista, sectaria en lo político y lo religioso, no satisfecha con ello, lanzó desde el Congreso y el gobierno, la consigna de exterminar a los grupos y ligas agrarias liberales y comunistas que vivían arrinconados en las selvas remotas, huyendo a las violencias anteriores.

Hoy el tiempo ha cambiado y algunos vientos soplan para beneficio de la patria. Cuando se acepta que hay un conflicto y se reconoce al adversario no para aniquilarlo sino para construir, podemos decir que se aspira mediante la reconciliación, evitar que se repitan las tristes historias como la de Desquite.

 

*Autor de ‘El bandolerismo en el Valle del Cauca 1946-1966’, ganador del premio Jorge Isaacs 2011.
 

Por Johnny Delgado M.*

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