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Besos de antología, pasión y protocolo

Homenaje al más humano de los comportamientos: el beso. Más dulce que el vino, como dice el ‘Cantar de los Cantares’.

Jorge Cardona Alzate*
18 de septiembre de 2009 - 03:32 a. m.

Con los ojos cerrados y la lengua en punta; de soslayo en el cuello como introito al amor; de mejilla en mejilla por señal de confianza: es el lenguaje universal del beso, legado de transmisión oral desde tiempos inmemorables; símbolo de la comunicación sin micrófonos; génesis de la pasión, aliento de los pueblos, simple estrategia de los hombres para sobrevivir a su nostalgia.

Sin testigos o frente a la retina expectante de vecinos y suegras; con el miedo abigarrado en las entrañas o como el amor de los marineros que besan y se van, pero carecen de complejos para vibrar en su desarraigo; o más dulce que el vino, como se afirma en el Cantar de los Cantares: de cualquier modo, el ósculo ancestral que debutó también en los anales de la jurisprudencia:

El beso de los homosexuales por TV que se derrumbó en la Corte, y que constituye el único amor sin propaganda, en las postrimerías de un siglo que conoció los besos políticos de Gorvachov; la mujer sucia de besos y arena de la que Federico García Lorca no quiso enamorarse, porque teniendo marido le dijo que era mozuela cuando la llevaba al río; y de centenares de volantonas que están más besadas que anillo de obispo.

El mismo beso con sitial de privilegio en la primera fila del recuerdo de quienes alentaron su fantasía con los arrebatos del Jeque Árabe Rodolfo Valentino; se mofaron de los besos frustrados de Charles Chaplin; soñaron con la pasión de Clark Gable y Vivian Leight en Lo que el viento se llevó, o pasaron saliva en los encuentros de Gary Cooper e Ingrid Bergman en Por quién doblan las campanas.

Despecho de voces destempladas que con falsa modestia sostienen que yo quiero que te besen otros labios, para que me compares hoy como siempre; o que después de recibir el mote de hombre meloso, hombre amargoso, no les queda otra opción que cantar en venganza yo sé que en los mil besos que te he dado en la boca se me fue el corazón, porque caricias muchas, pero un beso de amor no se lo dan a cualquiera.

Para la muestra, el encarte en que debió verse Álvaro Dalmar cuando confesó que le estaban pidiendo que besa, que besa la condenada, porque amor sin mordisco no sabe a nada; o cuando el regionalista compositor de El Cuchipe, con ánimo vindicatorio aseguró que las mujeres de su pueblo no saben ni dar un beso, en cambio las bogotanas estiran hasta el pescuezo.

De cualquier modo, si el rey David sacrificó a su principal guerrero, Urías El Heteo, por llevar al tálamo nupcial a su mujer; y el rapto de Helena precipitó la legendaria guerra de Troya; llegó la hora de perdonar a Abelardo y Eloisa porque la sabiduría los condujo al amor y el amor precipitó la castración del religioso; y en especial a Madame Bovary, que tenía derecho a un beso ajeno.

Después de todo, y al decir del poeta inglés Lord Byron, quién no soñó con el dulce reflejo de sincera mirada del primer beso de amor; qué poeta de los años 80 no dramatizó con el pasaje de Rayuela donde las bocas se encuentran y luchan tibiamente; o qué voluptuoso no envidió a Casanova, que las complació a todas, incluso a la Duquesa de Urfé, que a sus 70 años no se resignó a vestir los santos.

Si Dafnis y Cloe en la antigua Grecia descuidaron los rebaños por descubrir qué misterio se escondía detrás de un beso; y el pontífice de Roma en sus periplos por el mundo, se arrodilla y le aplica un beso simbólico a la tierra, por qué no aceptar las mueleras de los personajes del bajo mundo; la mariposa erótica de los lujuriosos, o el minúsculo pico de los resignados.

Es el beso sin idiomas, fronteras, religiones ni sexos: el mismo que se configura cuando el goleador patea y el balón pasa besando el travesaño; el del pugilista que le aplica dos jabs a su contrincante y el retador besa la lona; la inmortal escultura de Auguste Rodin, El Beso, donde esculpió su amor por Camile Claudel; o el legendario reclamo de Jesucristo al traidor Judas, cuando le aplicó su sentencia: ¿Con un beso entregas al hijo del hombre?

*Artículo publicado en El Espectador el domingo 4 de diciembre de 1994.

Por Jorge Cardona Alzate*

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