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Cayetano, simplemente Cayetano

Es el sexto miembro de una de las más importantes dinastías de toreros que actuará en Bogotá.

Rodrigo Urrego B. / Especial para El Espectador
22 de febrero de 2009 - 03:00 a. m.

Bisnieto del Niño de la Palma. Nieto de Antonio Ordóñez. Sobrino de Luis Miguel Dominguín. Hijo de Francisco Rivera Paquirri. Hermano de Francisco Rivera Ordóñez. Cayetano, simplemente Cayetano, tiene en sus venas la sangre más torera.

Es el último exponente de una de las dinastías más importantes del toreo. Sin embargo, Cayetano, simplemente Cayetano, no quiere ser el hijo, el nieto, el sobrino. Quiere ser simplemente torero, y así quiere que lo reconozcan sin desconocer su ascendencia, pues dice que en el ruedo el toro no distingue apellidos.

En la plaza, en los tendidos, la gente sí que le recordará que su sangre es Ordóñez, Rivera y Dominguín. Es una doble responsabilidad que Cayetano aceptó. Un poco tarde, pensarán algunos, pues sólo a los 27 años le pegó los primeros muletazos a una becerra. En el momento justo, dice el torero, quien asegura no creer en el destino, ese que intentó eludir, en principio, al buscar su futuro al margen del toreo.

Cayetano, quien el domingo confirmará su alternativa en Bogotá, no oculta su emoción por pisar el ruedo de La Santamaría. Esa plaza por la que han pasado todos los miembros de su familia y los convirtió en ídolos. Por eso quiere que la leyenda siga, ahora con un nuevo nombre. “Bogotá ha significado mucho para mi familia. Incluso mi tío Luis Miguel tomó la alternativa con 14 años. Ojalá pueda la afición de Bogotá disfrutar tanto conmigo, como disfrutó en su momento con el resto de mi familia”, dice Cayetano.

Hay una célebre fotografía que resume gran parte de la historia del toreo. Es una vuelta al ruedo en la plaza de Ronda, en la que van el maestro Antonio Ordóñez, Francisco Rivera Paquirri, y dos niños Cayetano y Francisco. ¿Qué ha heredado  de ellos?

Intentar compararme con alguno de ellos sería un error. Todos ellos fueron genios, cada uno en su estilo, todos diferentes. Todos nos hemos dedicado a la misma profesión, pero cada uno tiene su propia personalidad.

Como aficionado, ¿qué admira en particular de cada uno?

De mi abuelo (Antonio Ordóñez) su maestría, su empaque y su forma de llenar la plaza en todo momento, con y sin el toro. Por lo que he podido ver en videos y en fotografías, y por lo que he escuchado de gente, creo que se paralizaba la plaza. De mi padre (Paquirri) el tesón, el afán de superación, el querer superarse a sí mismo y el valor. De mi tío (Luis Miguel) la personalidad tan arrolladora y esa facilidad que tenía de andar por la cara del toro.

Su caso es el de quien no pudo eludir un destino señalado. ¿Cómo fue ese llamado, esa señal que su destino no era el que había escogido, sino el natural que ha marcado su familia?

No creo mucho en el destino. Pienso que el futuro no está escrito, que haga uno lo que haga, no influye nada en él. Es normal que como cualquier niño sienta una curiosidad por la afición y la profesión de su padre, y en este caso no sólo de mi padre, sino de toda mi familia. Siempre tuve esa curiosidad, pero no tuve la fuerza o no estaba lo


suficientemente decidido. Fue con la edad, precisamente lo que en el toro parece ser lo que nos aleja de la posibilidad de empezar, lo que me dio esa fuerza y el momento de tomar la decisión que  llegó.

Cuando se inclinó, a los 27 años, por el camino del toreo, algunos no le daban la trascendencia de su aparición en los ruedos. ¿Cómo ha conseguido cambiar esa opinión?

Al principio sorprendió, sobre todo porque los toreros suelen empezar con una edad temprana. Y también por la preocupación propia de alguien que te importa y que se dedica a una profesión que tiene riesgo. Nunca lo deseas. La primera reacción fue quitárselo de la cabeza, es lo que yo habría intentado también, sugerirle a un hermano, a un sobrino, a un primo o a un hijo mío que no fuera torero. Pero lo que me ayudó para seguir adelante es que dependía de mí mismo y que por mucho que pase alrededor, en la plaza está uno a solas con el toro y allí en el ruedo no hay nadie más.

¿Ha cambiado la relación con su hermano, Francisco Rivera Ordóñez, desde que decidió convertirse en torero?

Por mucho que haya estado vinculado al mundo del toro, nunca se llega a entender del todo hasta que uno se ve en esas situaciones tan extremas. Eso ha pasado en mi relación con mi hermano. Cuando hablamos de toros, nos entendemos mejor, ya no sólo hablamos de hombre a hombre, de hermano a hermano, hoy lo hacemos de torero a torero.

¿Es consciente de la responsabilidad que implica ser, junto a José Tomás, el torero que más gente lleva a las plazas?

Me halaga. Prefiero no definirme. Intento seguir avanzando y disfrutar de la profesión, que muchas veces por la preocupación o los miedos no se disfruta, y esa sensación es a veces agria. Vivo con la intención de disfrutar y si en mí se juntan esas cosas, casi que toco el cielo.

Una tarde para escoger. ¿Su triunfo en Barcelona el 17 de junio de 2007 o el de Madrid el 4 de junio de 2008?

Las sensaciones son diferentes. De cada día especial me llevo una sensación especial. No es una mejor que otra, sólo diferente. Pero en esas plazas y en esos días tan marcados, las sensaciones te marcan más que en otras plazas. Ahora lo que tengo en mente es disfrutar el domingo en Bogotá.

Por Rodrigo Urrego B. / Especial para El Espectador

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