Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Con el encierro mandado por Ernesto Gutiérrez a la cuarta de abono en Manizales, la feria se vino arriba. Toros con edad reglamentaria, toros con trapío, encastados, aunque no tan fuertes. El primero, toreado por El Cid, el quinto por Bolívar, y el último por Hermoso de Mendoza, fueron extraordinarios, no tanto como para ser indultados, según la Presidencia, que en general ha estado acertada. El otro toro de Bolívar, Dios te dé, 456 kilos, era bien hecho aunque sin peligro en los cuernos; humilló pero se fue apagando como un cabo de vela. El primero de Hermoso persiguió y permitió lucimiento al jinete. El cuarto, segundo de El Cid, muy hecho, fue noble y parecía enamorado del torero. Buenos toros que se fueron con poca pica a banderillas y a muleta. Picas protocolarias. Salvo para el Boni y para Devia, no fue tarde afortunada para los banderilleros.
Y cuando hay toros, hay toreros. Si los toreros hacen los toros en las faenas, lo contrario es también cierto: buenos toros, aún sin gran peligro, obligan a los toreros a sacar lo mejor que llevan. Bolívar vive el mejor momento de su carrera, que ha hecho paso a paso con honradez y paciencia. Ayer mostró temple, llevó a sus toros acompasados, haciéndoles camino. Toreó a su primero sin dejarle ver dónde estaba, con la muleta en la cara y ligó tandas enteras sin trompicar. Molinetes, circulares, un cambiado peligroso y un pinchazo que le quitó la oreja. Escalador se llamó su segundo, el de la gran faena de dos orejas y al que le dieron vuelta al ruedo. Buscó la pelea desde que salió y al que Bolívar recibió con una larga cambiada. Le queda bien a ese novillero que echa la rodilla al suelo. Con saltilleras ganosas dejó al toro a distancia para darnos el placer de una arrancada de lejos. Al centro hizo tres quites a una sola mano arrastrando el capote y, sabiendo qué buscaba, brindó a todos. Clavó la espada en la arena y se fue de naturales por derecha e izquierda; templados sí, pero con la mano en el extremo del palillo, tocando la cadera. Volvió al ayudado para mostrar de nuevo temple y aseo, y sobre todo sin mover las zapatillas. Ligó. Se cruzó. Vertical. Hizo lo que quiso a un toro obediente: naturales, manoletinas, circulares, cambiados. Torea en el centro lo que hace más grande y más armonioso el ruedo. Citó una y otra vez por la espalda y remató la serie tirando muleta y espada. Pero volvió a las manoletinas alargando sin necesidad la faena, razón por la cual habría podido perder por lo menos una oreja de las dos que ganó. Metió la espada donde es, tanto y tan bien que casi deja sin nada qué hacer a Piña. Vuelta al ruedo al toro y al torero con la corona de café al cuello.
El Cid toreó de salón. En sus manos -más en la izquierda- el toro es una sombra líquida que pasa y pasa. A Mentiroso, con 440 kilos, lo lanceó por chicuelinas garbosas y con una gracia sevillana, gitana, sin ser gitano. Al toro le pusieron un puyacito por no dejar. Suave, como es la cadencia con que torea el Cid, condición que es virtud con la muleta y pecado con la pica. El Cid torea con la izquierda casi todas sus faenas por ser zurdo, pero lo hace con tal naturalidad y desmayo que pareciera torear con la derecha del Juli. Sería desesperante si no fuera tan bella y tan meritoria la lentitud de sus movimientos, y más si es un toro noble y franco como Mentiroso. Le hubiera cortado las dos orejas, pero pinchó tres veces y recibió un aviso.
A su segundo, Urdidor, menos encastado que sus hermanos, lo llevó al centro metiéndolo en la capa por verónicas y sacándolo por arriba. El toreo vertical le agrega porte y solemnidad a sus faenas. Los forzados de pecho, contados y ceñidos, los hace con apasionada severidad. Hizo un teléfono, sin duda dedicado a Hermoso, que los hace a galope. Es un desplante pavoroso, un cara a cara a un codo de distancia, menos de un metro. Pinchó de nuevo. Una espada tendida dejó a Urdidor amorsillado y el torero recibió otro aviso.
Hermoso fue recibido con ovación. A Cortesano le hizo una faena completa y corta, templada. Torea con el estribo, aguanta y sabe burlarse del toro; con sarcasmo a veces, con respeto otras y siempre contando con la agilidad de sus caballos. El público, fascinado pidió dos orejas, y dos orejas le dieron al rejoneador. En su último, Buena muela, el más pesado, 490 kilos, lo esperó con Charrumey, que no quitaba los ojos de la puerta de toriles. Templado lo corrió media plaza, jalándole la rienda al caballo para provocar a Buenamuela. Una vuelta entera y salida por dentro, contra las tablas, y rematándolo con una caracola. Gran jinete. Pero la estrella de la tarde para mí siempre es Ícaro, un caballo dorado de anca, ligerísimo de patas, que mira al toro todo el tiempo a los ojos. Hermoso volvió a emocionarme no tanto por lo que hace sino por la forma como sus caballos citan, torean y salen limpios de suertes muy comprometedoras. Dos orejas y otra corona de café en una tarde espléndida que hizo olvidar lo pasado.
Bolívar y Hermoso salieron a hombros, pero la gran ovación del público fue para El Cid, que toreó con alas y no con brazos.