Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
La tarde del domingo fue en la capital esplendorosa, brillante, cálida. La Santamaría, que cumple 79 años, no se llenó. El paseíllo fue deslumbrante por la luz que inundaba la plaza, por el garbo de los toreros y por el colorido de sus trajes. Verde botella y oro el de José Ignacio Uceda, de caldero y oro el de Sebastián Vargas y perla y plata el de Matías Tejela.
Vargas recibió a Rancherito, un castaño requemado que resultó tardo y flojo de manos, desproporcionadamente pequeñas para los 461 kilos que pesaba. La pica no logró ahormarlo, pero las banderillas del matador levantaron el ánimo. Es un gran banderillero. Brindó al empresario suplicándole —textual— que le diera una mano para torear en España. Con la muleta nada pudo. El bicho no humilló nunca. Dos pinchazos y las manitos del toro no resistieron más. Se echó y el cachetero hizo su deber.
Uceda lanceó a la verónica a Tejedor, con 447 kilos, un requemado bien hecho. La capa en sus manos adquiere una volatilidad de ensueño. Huyó del caballo y el picador tuvo que recurrir a la poco honorífica carioca para aplicarle el castigo. Media verónica en quites. Banderillas sin suerte. Toreo de frente, cruzado, templando. Se adorna al remate, suena la banda. La plaza se abre. Pero la faena se quiebra, el toro se queda al final del muletazo. La estocada parecía perfecta, Uceda respetó los cánones, pero el toro caminaba al sol con la muerte a cuestas. Una larga muerte.
Tejela salió con ganas a vérselas con un negro que salió suelto, como sus hermanos. Apunté una media verónica airosa a pie junto. No brindó con la montera, pero regaló redondos entregados. Es un torero de poca brega, pero de naturales templados, cargando la suerte y, lo más meritorio, citando de frente. La Santamaría, que sabe, aplaudió con respeto. Al final el toro, que venía buscando los adentros, se aculó sin fuerzas. Tejela lo mató sin más.
Vargas toreó al cuarto. Lo tenía visto. Bienvenido se llamaba y así fue recibido. Playero, negro, galopón. Gustó la capa de Vargas, sobre todo en los quites donde apretó un par de chicuelinas de mano baja y cuerpo inmóvil. Volvió a banderillear. Aguanta hasta el instante final para levantar las manos y mirarle el testuz al toro. Las últimas fueron soberbias: citó desde el estribo, hizo el quiebro, clavó al violín y salió galleando. Levantó los tendidos. El toro tenía clase, humilló y no quitaba la vista del engaño. Así, Vargas hizo redondos templados, se cruzó, ligó. Logró naturales y —contados— siete redondos para finalizar con manoletinas. Metió toda la espada saltando —y apostando— sobre el morrillo. Se premió al encastado, se premió al valiente.
Al quinto de la tarde, Uceda apenas lo miró. Se le notaba el asco por el más pesado del encierro. Fue bien picado este toro, Cavador de nombre. Banderillas desordenadas. Con la muleta Uceda no tuvo temple ni sitio. Es inusual ver trompicar la muleta en un torero de su clase. Pero ni por la izquierda ni por la derecha logró algo honorable. Cierto que el toro tiraba tornillazos de mala ley, pero tampoco el diestro quiso bajarle la mano a ver si topaba agua en secadal. Desobligante faena.
A Tejela le salió un toro cojo de la mano derecha. No alcanzó a suceder lo que estaba a punto de estallar porque la afición bogotana sabe y al animal se le partió la punta del cuerno contra un burladero. Pitos. Bandera azul. Cambio. Salió entonces un toro fuerte, rápido, movido, que a diferencia de sus hermanos no tardeaba, pero como ellos mandaba gañafones. El toro tenía ganas de llevarse la femoral del torero. Finalmente el matador aceptó que poco tenía que hacer con ese descastado huracán y lo mató sin pena ni gloria.