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De más a menos, segunda corrida de abono

La Santamaría vio salir a ‘El Juli’ a hombros.

Lego
29 de enero de 2010 - 03:01 a. m.

Y los toros trajeron a Bogotá las lluvias. En varios meses no habíamos visto sino sol. El cartel prometía. El encierro prometía, reses de Ernesto Gutiérrez de encaste Murube y Santa Coloma. La Santamaría estaba a rebosar. Los caballos de los alguacilillos, de pelo lustroso y crin cuidada, elegantes de andadura, abrieron la tarde.

En el paseíllo —como es ley— el torero menor de la terna camina en el centro, defendido por los matadores mayores. El domingo, El Juli, de más tardes en la plaza, iba a la derecha, de verde botella y oro; El Fandi, de mandarina y oro, a la izquierda, y Solanilla, de crema y oro, en el centro. Tan pronto pisó éste la arena hubo un aplauso cerrado de homenaje al nuevo torero. Con la aristócrata perversidad acostumbrada, María Isabel Rueda comentó el lunes lo extraño que resultaba que un muchacho egresado de un colegio de los Casas —el Campestre— y graduado en los Andes fuera torero, como si ese oficio quedara reducido, como en tiempos de Carlos V, a los de a pie.

El primer toro de la tarde —ya soleada— correspondió a Solanilla: refrendaba su alternativa.  Salió con andares a vérselas con Aristócrata, un negro de 475 kilos,  sólido, que humilló en lances. Recibió un toque en varas que Solanilla alivió por navarras bien dibujadas en los quites. Luego, el ritual de confirmación. El maestro ordenó en nombre del arte y del valor al novicio. El Juli le entregó ceremonioso a  Solanilla, muleta y espada. El Fandi, discreto, atestiguó. Silencio roto por aplausos cerrados. De pase en pase Solanilla empacó a su animal en la muleta. Es un torero de modales. Aplausos. Con un cambiado por la espalda remató. Ovación. Rechazada por el hueso, salta el acero. Vuelve a intentar, pero atraviesa a Aristócrata. Feo final. Pálido y triste, Solanilla se retira al callejón.

A El Juli le tocó el más bello y bien hecho de los cinco  de la camada, llamado Tapir, de 500 kilos. Un prólogo provocador. Tapir buscó el corazón del caballo y le dio, digamos, un redondo al picador, que no pudo impedir cerrarle la salida al toro. Rechifla bien ganada que El Juli borra con chicuelinas ajustadas en el centro. Brinda al público, vibra la plaza. Cuatro naturales cargando como se debe, torea con la femoral. Somete a Tapir, sostiene y liga y remata con un forzado de pecho que arranca la ovación contenida por un silencio sabio de un público muy entendido. Un pase de la firma, una estocada con saltito sin burlar la suerte. Tapir cae muerto. Dos orejas.

En el cuarto del encierro, El Juli recibió a un ejemplar de 475 kilos llamado Platir. Un toro rechazado por el público desde cuando alumbró la cabeza en el ruedo. Era mal hecho. Cara de pollo y culo de pollo. Y así lo vio el matador y sin más ni más, lo despachó.

Solanilla salió por las orejas del sexto, Joropo, que partió plaza, pero se detuvo frente al burladero dos.  Las penas de Solanilla no tardaron en llegar con el tardeo de Joropo. Era imposible ligar los pases. El toro se fue cayendo más y más y el torero también. Sacó los sustos al público con dos bernardinas pegadísimas que rasgaron el traje por debajo del sobaco.  Entró a matar y pinchó. Joropo se atrincheró en tablas.  Solanilla se descomponía, intentaba cualquier cosa y a nada respondía el toro.  La plaza también era un mar de angustias. Al doblar Joropo, un gracias a Dios recorrió los tendidos. Solanilla lloraba.

Por Lego

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