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Dos décadas de unidad Alemana

Hace 20 años el mundo contempló estupefacto la caída del Muro de Berlín, que durante 28 años mantuvo separada la Alemania Oriental de la Occidental.

Redacción Especiales
03 de octubre de 2009 - 04:31 a. m.

Imágenes de personas abrazándose en las calles celebrando la demolición del Muro de la infamia le dieron la vuelta al mundo.

Rara vez coinciden en un solo año numerosos aniversarios de tanto peso histórico y simbólico en un mismo país. El año 2009 es sin duda emblemático para los alemanes. Resume, en cuanto a aniversarios y conmemoraciones, la vida de la República Federal, una historia turbulenta que, paradójicamente, inicia con un final sombrío y culmina en democracia, libertad y prosperidad.

Al tiempo que los alemanes celebran el sexagésimo aniversario de la fundación de la República Federal de Alemania en 1949 y la caída del Muro de Berlín en noviembre de 1989, Alemania y el mundo conmemoran también el inicio de la Segunda Guerra Mundial hace 70 años. Como si esto fuera poca coincidencia, este año se celebra, además, el 90 aniversario de la República de Weimar, precursor de la democracia actual que sucumbió ante el nazismo.

Estas fechas y sucesos están ligados por el hilo de la historia. La simultaneidad de sus aniversarios genera una gran fuerza simbólica que obliga a la reflexión, sin embargo, prima la alegría sobre lo logrado en sesenta años de democracia, 20 años de unidad nacional y más de 50 de paz y amistad con los adversarios de antaño. Algunos de ellos son hoy socios de Alemania en la Unión Europea, el más exitoso proyecto de integración económica y política.

Hace sesenta años, el 23 de mayo de 1949, nació la República Federal de Alemania con la adopción de una nueva Constitución deliberadamente titulada Ley Fundamental, en lugar de Constitución para manifestar su carácter transicional ante la inminente separación de Alemania como consecuencia de la Guerra Fría.

En esa fecha se inició, a pesar de las circunstancias adversas y la aplastante carga moral que pesaba sobre el nuevo Estado, una historia sin par de reconstrucción física y moral.

Todo ello en buena medida gracias a la sabiduría de los constituyentes que hace 60 años redactaron la Ley Fundamental, que después de tantos años no tiene nada de provisional y se ha convertido en el punto de referencia de una nueva identidad y un “patriotismo constitucionalista”.

Esa historia se construyó alrededor de lo que después de cuarenta años parecía ser una realidad irreversible, la división de Alemania en dos Estados pertenecientes a bloques políticos enfrentados en una guerra más o menos fría, desgastante y, vista en retrospectiva, absurda. Una realidad amarga de familias, amistades, pueblos separados por la voluntad de un régimen totalitario, que acabó siendo asimilada —no aceptada— como el estado normal de las cosas.

 A tal punto, que en 1989, la mayoría de los alemanes no se imaginaron que esa situación anormal pudiera tener un final, y mucho menos, uno feliz. A pesar de los síntomas de decaimiento económico y político de la Alemania Oriental, a pesar de las manifestaciones cada vez más atrevidas y la huida en desbandada de sus ciudadanos a través de las fronteras de Hungría y Checoslovaquia en el verano de 1989, a pesar de la apertura de la Unión Soviética y de los avances políticos en países como Polonia, donde se celebraron elecciones democráticas a comienzos de 1989, el rapidísimo desmoronamiento del régimen de la República Democrática de Alemania (RDA) tomó por sorpresa hasta a los más optimistas.

Y al régimen de la RDA también. Confiado en que la Unión Soviética le prestaría una mano como lo hiciera en otras ocasiones —en 1953 cuando se alzaron los trabajadores en la misma RDA, en 1957 cuando los Húngaros trataron de emanciparse del yugo soviético, en 1968 durante la primavera de Praga y en 1980 ante el movimiento sindical Solidaridad en Polonia— el régimen de la RDA subestimó la fuerza del deseo de libertad de sus ciudadanos y la dinámica de los acontecimientos.


Ante la negativa de Michail Gorbachov de intervenir una vez más, trató de capear la situación haciendo concesiones. Esto, sin embargo, no hizo más que fortalecer la dinámica de la oposición que para entonces ya no buscaba concesiones, sino un cambio de régimen.

El 9 de noviembre, poco antes de las 19 horas, un miembro del politburó del Partido Socialista Unificado, titubeante y visiblemente afectado, anuncia planes para facilitar la salida del país, anuncio que los ciudadanos toman por hecho consumado para, acto seguido, acudir en masa a los pasos fronterizos, donde los guardias, inseguros también, acaban cediendo y abren el paso.

Durante los días siguientes, miles de ciudadanos de la RDA atraviesan la frontera, la gran mayoría de ellos por primera vez. Las imágenes de personas abrazándose en plena calle, celebrando y demoliendo el Muro de la infamia, le dieron la vuelta al mundo.

Son el símbolo de un proceso que se desarrolló en el corazón de Alemania y de los alemanes, pero que tuvo raíces y repercusiones más allá de ese país. Significaron el final de una era geopolítica difícil, muchas veces amarga.

Poco después de la caída del Muro se celebraron por vez primera en la historia de la RDA elecciones libres. El nuevo gobierno, atendiendo el deseo de la gran mayoría de los ciudadanos, buscó el acceso de la RDA a la República Federal. Éste, y con él la reunificación, se materializó el 3 de octubre de 1990, fecha en la cual los alemanes celebran hoy su fiesta nacional. Con el acceso a la República Federal de Alemania, la RDA dejó de existir como Estado. El marco jurídico para este proceso lo constituyó el así llamado Tratado de Unificación, un extenso compendio de reglas de transición que regulan la aplicación de la legislación de la República Federal en el territorio de la RDA. Se trató de un ejercicio complejo y sin antecedentes: la suplantación instantánea de un régimen constitucional y legal por otro totalmente distinto.

Veinte años después de la caída del Muro, Alemania sigue reinventándose y reconstruyéndose a partir de una división que duró cuarenta años y dejó marcas profundas de lado y lado. Una de las muchas experiencias rescatables del gran esfuerzo que ello implicó es sin duda la construcción de una memoria colectiva con el fin de hacer justicia, reconciliar e implantar las lecciones de la historia en la conciencia colectiva del pueblo alemán.

Para la razón de Estado alemana, tanto el “milagro económico” después de 1949, como la caída del Muro en 1989 y la reconstrucción de la unidad nacional son impensables fuera de una visión europea y transatlántica de la nación. Es muy probable que la reunificación de Alemania no habría sido posible de no ser por el contexto geopolítico del momento y el apoyo decidido de EE.UU.

Es probable, además, que el respaldo político, moral y material que significó ser miembro de las Comunidades Económicas Europeas —la Unión Europea no existía todavía— ayudó enormemente. La fuerza de atracción que ejerció Alemania Occidental sobre los ciudadanos de la RDA fue, en buena medida, la misma que la Unión Europea sigue ejerciendo hasta hoy sobre las sociedades de los países vecinos.

Por Redacción Especiales

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