Primero fue una llamada al celular de mi esposo. Llamó un señor que no conocíamos. Él nos dijo que en frente de la Lotería de Bogotá había ocurrido un accidente, pero que Fabio estaba bien. Luego, antes de salir de la casa, entró una llamada al fijo: era una señorita que nos advirtió lo mismo. Nos trasladamos inmediatamente. Mi hijo fue muy solidario. Apenas sucedió todo se bajó a ayudarles a las personas del taxi. Cuando llegué yo vi tantas ambulancias que obviamente me asusté terrible; pensé que no era un simple accidente, como me habían dicho.
Pasé entre la gente y cuando lo vi salí corriendo hacia él. Todo el tiempo estuve pegada a él. Lo que pude ver del accidente fue por los medios. Yo no me fui a mirar nada; mi afán era él. Me acuerdo de cuando lo encontré, sentado en una ambulancia. Se le veían los golpes. No lo revisé, lo único que hice fue abrazarlo y cubrirlo. Los taxistas lo estaban insultando, le decían palabras soeces, le gritaban: “¡Asesino, usted es un asesino!”. Me decían que lo dejara ver, que me quitara, que no lo protegiera.
Yo le pregunté qué había pasado y él me respondió: “Mami, no sé, no sé qué pasó. Seguro tuve la culpa, pero no sé cómo pasó”. Estaba en shock total. Yo me imagino el impacto, bajar del carro, ver lo que estaba pasando. Luego alguien me hizo caer en cuenta de que a él no lo habían atendido y llamaron a los médicos, lo revisaron, le pusieron un cuello ortopédico y se lo llevaron a urgencias. Estuve todo el tiempo a su lado y como a las 5 a.m. tuve que pedir protección porque ya estaban ahí todos los medios. Entonces me mandaron a otra unidad con él.
Al día siguiente, como a las 5 p.m., nos fuimos con un policía a una sede de Tránsito. Allá le hicieron la reseña.
Para nosotros fue muy duro que los medios hubieran tomado como excusa la marca del carro que él conducía para crucificarlo. Nosotros somos estrato medio. ¿Acaso no tenemos derecho a surgir? ¿A esforzarnos para darles a nuestros hijos una buena educación? Fabio es una persona correcta, con valores, él no pretendía hacerle daño a nadie y aceptó lo que había pasado, le pidió perdón a la sociedad, a las víctimas especialmente, y a Dios.
Mi hijo no tiene su libertad y responderá hasta cuando la ley humana se lo indique. Mientras tanto, repito lo que he dicho desde la primera vez, en mi nombre, el de mi familia y el de mi hijo, sobre todo: les pedimos que nos perdonen. No solamente ellos son víctimas; también lo somos nosotros, mi hijo. Víctima de un accidente, de un mal momento en su vida. Comprendemos su dolor, pero, por favor, perdonen a mi hijo. No nos sigan maltratando. Nosotros cumplimos y seguiremos cumpliendo hasta el último momento.
* Madre de Fabio Salamanca.