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No era necesario ser fan o saberse todas sus canciones. La sensación se percibió igual: estallidos de alegría, aplausos y gritos fueron cesando poco a poco para dar paso a dos segundos de un silencio sacro, expectante y lleno de ansiedad. Había pasado una hora de antesala entre cantos de hip hop y rap y se acercaba el momento esperado por todos. Sin embargo, cuando ya el reloj marcaba las nueve de la noche, fue saliendo la luna, majestuosa e imponente en medio de las montañas. Su redondez casi perfecta y su color dorado captaron la atención de la multitud que llenaba las 40 mil sillas del estadio Atanasio Girardot de Medellín. Luego, un par de piernas largas, torneadas e imponentes se dibujaron a contraluz en la tarima. El silencio estalló en gritos y aplausos y hasta llanto: Beyoncé estaba en el escenario.
Uno de los conciertos más esperados de 2013 tuvo lugar el 22 de septiembre en el principal espacio deportivo de Medellín, casi un año después de la visita de Madonna en ese mismo escenario, que dejó alucinando a la mayoría de los asistentes. Tanto así, que en las graderías del estadio se hacían constantes comparaciones de los dos conciertos: “Al de Madonna como que asistió más gente”, “Este pinta bien, pero superar la presentación de la reina del pop va a ser difícil”. Esas voces de duda e incertidumbre fueron llenándose de certeza y excitación después de corroborar por qué Beyoncé ha sido merecedora de ocho Premios Grammy. Sí, el juego de luces, el sonido claro y potente, el coro, el apoyo de imágenes de fondo y el baile de los acompañantes hicieron que el show tocara muchas fibras, pero cantar y bailar con la tremenda pasión con que lo hizo la diva del pop y del soul, caló en los huesos.
La puesta en escena tuvo momentos memorables. Uno de ellos, sin duda, cuando el escenario fue atenuando las luces cálidas y eufóricas de su anterior baile, para dar paso a unas más tenues, de colores azulados, que dieron protagonismo a un foco de luz redondo que se dirigía hacia un imponente piano de cola. Allí, una mujer tocaba apasionadamente mientras el foco fue iluminando hacia atrás: saxofones, guitarras, percusión y luego ella, arrodillada en la base del piano, cubierta con uno de los ocho vestidos que usó esa anoche: negro, de lentejuelas que brillaban desde su cuello hasta los talones. Se contoneaba desde allí, al son de las teclas del piano. Luego se acostaba y, cuando terminó su interpretación, quedó como dormida, de espaldas al público, que estalló.
Y cuando, en homenaje a Whitney Houston, cantó la introducción de I will always love you, seguido de Halo, los gritos y aplausos parecían no cesar. El concierto de Beyoncé superó las expectativas de muchos. Al final, varios se impresionaron al enterarse de que la diva del pop no tuvo ni un momento de descanso antes de empezar el concierto. Se bajó de su avión y tan pronto tocó suelo colombiano se fue directo al estadio. Ni siquiera usó las alfombras y sábanas nuevas “con diseños colombianos” que pidió para su estadía. Ella, sin asomo de agotamiento, bailó y cantó por dos horas hasta saciar a sus seguidores.
* Periodista del El Espectador