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'El Juli', figura de época

Julián López no se detiene en su intención de hacerlo cada vez mejor, en una actuación que le mereció cuatro orejas.

Víctor Diusabá Rojas
11 de enero de 2011 - 02:00 a. m.

La Feria de Manizales se despidió arriba. Esta vez, de las manos maestras de Julián López ‘El Juli’, y con el empuje de Sebastián Castella y Pepe Manrique. Todos, de una y otra forma, ayudaron a tirar del carro para que la gente se fuera feliz, mientras la ganadería de Ernesto Gutiérrez Arango volvió a poner en alto su divisa, más allá de la innecesaria benevolencia del palco, que concedió vueltas al ruedo en el arrastre a dos toros que no lo merecían.

Pero ese es un capítulo chico frente a las letras mayúsculas de varios hechos importantes de la tarde. El primero, el que Julián López escribió en sus dos toros. En el primero de su lote, segundo de la tarde, dio varias lecciones, pero si hay que quedarse con una, es la de cómo ligar. Ató con su poder al toro hasta hacerlo una pieza más de su muleta.

Y con él en plan de compañero, nos deleitó hasta convertirnos en testigos de cómo hacía un par de cráteres con la horma de sus zapatillas clavadas en la arena. Eso para no hablar de los naturales, largos como de Manizales a Velilla de San Antonio. Dos orejas y vuelta al ruedo a un toro que trascendió, entre otras razones, gracias al maestro que lo supo llevar.

En el quinto, mandó la técnica. Esa que cada vez depura más. Los tendidos vibraron al compás de los lances de su firma, pero lo inolvidable fue cómo sacó su libro de soluciones, promedió tiempo, distancia y terrenos y puso al de Gutiérrez a que rompiera. Le gritaron ¡torero!, pero sería bueno que fueran ensayando ¡torero de época!, porque hace rato que lo es y eso que no se detiene en su intención de hacerlo cada vez mejor. Dos orejas.

Sebastián Castella pudo sacar en el sexto buena parte de todo lo que lleva por dentro, porque el primero de los suyos fue descastado y se paró. En ese otro, el francés se embraguetó, como primer paso, para luego mandar sobre un animal que se movía, aunque con clara tendencia en principio a buscar la huida, en cuanto le quitaran el trapo de la vista. El toro quiso ir a más, pero pronto volvió a ese estado natural de no dar pelea. Y Sebastián, ahí, sin regalarse un milímetro, como una fiera. Estocadón y dos orejas. Otra vuelta al ruedo sin razón en el arrastre.

Y Pepe Manrique tuvo su cuarto de hora en el que abrió la corrida, el más serio de la tarde. Templó con el capote, mientras el animal hacía surcos con el morro.

Las embestidas tuvieron tranco y fueron hasta el final, donde hubo mano para correr y disfrutar. La bravura marcó alto y la espada trajo una oreja de mucho peso, ante un público aún frío. En el otro, el unipase se hizo costumbre. El toro no rompió del todo y los esfuerzos del torero nacional tampoco hallaron la veta. Palmas a los dos.

Por Víctor Diusabá Rojas

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