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El Juli o las razones de una figura

Dueño de una técnica que raya en la perfección, el joven maestro prefiere dejarse llevar “por el alma y por la pasión”. Alternará con El Fandi y Juan Solanilla. Vuelven a Bogotá los toros de la ganadería Ernesto Gutiérrez Arango.

Víctor Diusabá Rojas
24 de enero de 2010 - 02:00 a. m.

El Juli ha vuelto a tener una exigente temporada europea para ver reflejada en ella las diferentes miradas de la suerte de un torero al que siempre le pedirán todo, quizás porque saben que el hombre ahora maduro y asentado no conoce la definición del nada.

Para comprobarlo, ahí están todos los testimonios. Por ejemplo, ese del exigente público francés, que no es uno solo, sino muchos diferentes, depende de dónde provenga su concepción artística. Igual, en Bayona, Dax, Nimes y Mont de Marsan, el joven maestro cultivó en 2009 no pocos trofeos pero, más que eso, sentimiento.

Ya en España, la Feria de Sevilla vivió en La Maestranza un capítulo en el que Julián tocó hondo en el alma andaluza, pese a que falló con la espada.

Esa fue la cara en las plazas más importantes. El sello lo vivió en Madrid, que volvió a ser su pesadilla, y Bilbao, plaza en la que vivió un calvario por culpa de una ‘involuntaria’ encerrona con seis toros, por obligada ausencia de sus alternantes. En total, 58 corridas, 127 toros lidiados, 78 orejas y un rabo.

Con esa carta de presentación, El Juli llegó a Colombia a finales de diciembre pasado. Y entusiasmó. En especial en Cañaveralejo, el 28 de diciembre, ante el quinto de la tarde de la ganadería de Ernesto González Caicedo, en una faena donde hubo sentimiento y entrega, desde los muletazos de rodillas con que abrió hasta el espadazo que le sirvió de broche. La hondura y la profundidad, esas que la Santamaría degusta como nadie, deberían llegar también hoy.

¿Quién es entonces El Juli hoy por hoy? La pregunta da vueltas en la cabeza del taurino para tratar de encontrar respuestas que expliquen no sólo el porqué de su vigencia, once años después de su alternativa precoz, sino lo que hay en el fondo de su concepción torera, esa misma que lo ha mantenido tanto tiempo en lo alto del escalafón, al lado de otros que, como él, parecen hechos para una sola cosa: mandar.

Se podría, primero, decir que El Juli es una figura en ciernes de hacerse torero de época. Es una figura desde la perspectiva de un artista capaz de convocar. Otros llamarían a esto mismo gancho comercial, pero lo cierto es que pocos de sus actuales alternantes en España, Francia y América se pueden preciar de haber llevado tantos aficionados a las plazas a lo largo de la última década. Y muchos de esos mismos aficionados están dispuestos a jactarse de haberlo visto, más que a satisfacción, con el gusto que se vuelve memoria en las tardes inolvidables, más ahora que confiesa anteponer el corazón a la razón.

Y segundo, El Juli es una figura que quiere escribir época con un ‘alma de novillero’ que carga bajo la chaquetilla. Eso que él llama “entrega” es mucho más. Es afición sin pausa. Con ella sale a triunfar, sin términos medios.

Por Víctor Diusabá Rojas

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