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El Luis Bolívar del 29

La lidia de ‘Rachido’, un toro de la ganadería de Palha, el año pasado en San Isidro, mostró los alcances de su torería.

Víctor Diusabá Rojas / Especial para El Espectador
01 de febrero de 2009 - 03:00 a. m.

El 29 de mayo pasado, mientras saludaba desde los medios, Luis Bolívar entendió que la inmensa diferencia entre la inmortalidad y la excelencia va más allá que el filo de una espada. Y lo hizo en medio de la soledad que significa estar bien pero no cortar las orejas en la plaza de Las Ventas.

Al menos, recuerda, eso le decían los gestos de Miguel, su amigo de Viña P, uno de los restaurantes más tradicionales de Madrid: “Eres un sinvergüenza, cómo no lo has matado (bien)”.

“Sí, piensa hoy Luis en voz alta, mientras va camino a un tentadero cerca a Bogotá, si lo hubiera matado (que quiere decir bien, en lo alto y sin ventajas), hubiera dado un salto inmenso”. Ocho meses después se sigue hablando de su faena a ese toro serio, muy serio, de la ganadería de Palha, ‘Rachido’ se llamaba, al que le ganó la pelea; aunque él, el toro, se llevó mucho más: una vuelta al ruedo en el arrastre.

¿Y Luis? Una vuelta sin pelo que le sigue sabiendo a poco porque era una Puerta Grande en pleno San Isidro. En medio de su cuadrilla, Bolívar vuelve y se flagela, como quién sabe cuántas veces lo habrá hecho: “A mí, en particular, eso no me sirve para nada”.

Exagera. Y no piensan lo mismo quienes lo vieron ponerse y no dudar. “Sin importarle lo que pesaba dejarse llegar al toro a distancia, con firmeza y la muleta adelante, lo empujó y lo ligó a su altura”, escribió Alfonso Santiago en la revista 6Toros6. 

Tanto que se habló de “largura”, “profundidad” y “hondura” en esa faena. Muchos calificativos, dirán los escépticos. Muchos que valen más si se advierten las condiciones del toro, uno de aquellos que hacen vibrar a Madrid. Ése es el Luis Bolívar que llega a la Santamaría. Eso sí, no hay duda que viene más hecho.

Gracias, entre muchas razones, a que ha ido forjando su personalidad. Porque antes que nada, Luis Bolívar sólo se parece a Luis Bolívar. En cada tarde, echa por delante su raza. Y tiene oficio hecho entre corridas duras y ‘victorinos’ que no saben de clemencia. Todo eso nos entrega a un torero que quiere seguir cuajando. Las 40 tardes entre España y Francia de la temporada 2008 lo ponen más cerca de ese propósito.

Frente a los públicos, hay que detenerse en su fina mano izquierda, esa misma que ya tiene militantes y es a la vez el camino más corto entre Luis Bolívar y los aficionados. Y que vale tanto como su variedad con capote y muleta de un torero nada previsible, la línea directa para llegar a todos los tendidos.

¿Qué le falta? Mucho. Por eso trabaja mañanas y tardes en el campo y en el salón. Y en especial, en la cabeza. Para matar los toros (bien). Y que Miguel, el de Viña P, le sirva un rioja y una (ración) de boquerones, mientras las orejas vienen en camino. Las de Las Ventas y, ojalá, las de los toros de Alhama, hoy en la Santamaría.

Por Víctor Diusabá Rojas / Especial para El Espectador

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