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Por fortuna la detonación no causó víctimas mortales pero si 73 personas heridas y serios destrozos en varias edificaciones a la redonda. La sede de El Espectador salió muy afectada, pero aun así el periódico circuló al día siguiente con el titular: “¡Seguimos adelante!”.
Desde el asesinato de su director, Guillermo Cano Isaza, en diciembre de 1986, El Espectador no declinó en sus informaciones y editoriales contra Pablo Escobar, sus socios y sus secuaces. Por eso, el Cartel de Medellín sostuvo su ofensiva criminal contra el periódico. Pero no solamente para impedir que al menos el diario pudiera circular en la capital antioqueña, sino también para garantizar que la impunidad se consolidara en la investigación judicial adelantada por el magnicidio de Guillermo Cano.
De esta manera, la mafia de Escobar Gaviria en varias ocasiones quemó los ejemplares del periódico cuando llegaban a Medellín, al tiempo que arremetió contra todo aquel que quiso impulsar el expediente por el crimen de Guillermo Cano. Y la primera víctima fue el abogado de la familia y periodista del diario, Héctor Giraldo Gálvez. Con notable disciplina, Giraldo Gálvez se dedicó por entero a realizar su propia investigación sobre el caso, convirtiéndose en un aliado fundamental de la justicia.
La organización de Escobar detectó rápidamente el papel que estaba cumpliendo Giraldo y, sobre todo, la forma como a partir del cheque con el cual se pagó la motocicleta desde la cual actuaron los sicarios que acabaron con la vida de Guillermo Cano, el abogado y periodista estaba aportando las pistas fundamentales para desentrañar la maraña asesina del Cartel de Medellín. Por esa razón, en la mañana del 30 de marzo de 1989, Héctor Giraldo Gálvez fue asesinado por dos sicarios motorizados.
Esa mañana, Giraldo viajaba en su vehículo precisamente para conocer detalles del expediente, pero a la altura de la calle 72 con carrera 24 en Bogotá fue atacado por los sicarios. El abogado y periodista murió en el sitio de los hechos, pero sus aportes fueron determinantes para aclarar el papel que cumplió el prestamista y cambiador de dólares Luis Carlos Molina, para consumar el asesinato de Guillermo Cano. Gracias a esas averiguaciones, la justicia pudo vincular a los altos mandos del Cartel de Medellín.
Pero la racha sangrienta para borrar las evidencias del expediente de Guillermo Cano siguió en marcha. La víctima de turno fue el magistrado de la Sala Penal del Tribunal Superior de Bogotá, Carlos Valencia García, quien confirmó el auto de llamamiento a juicio contra Pablo Escobar Gaviria, y fue acribillado a tiros al caer de la tarde del 16 de agosto de 1989. La jueza Consuelo Sánchez, quien había proferido la primera orden de captura contra Escobar y sus socios, ya estaba viviendo en el exilio.
En esas condiciones, el presagio de directivos y periodistas de El Espectador era que no iba a demorar el ataque directo contra el periódico. Y así fue. Un furgón cargado con explosivos fue llevado en la madrugada del 2 de septiembre de 1989, con el objetivo de parquearlo junto a los talleres de impresión. No pudieron hacerlo y lo dejaron abandonado junto a una estación de gasolina ubicada en el costado sur del diario. La explosión no dejó víctimas mortales porque a esa hora no había movimiento en el periódico.
Sin embargo, en medio de los escombros y tratando de rescatar documentos u objetos afectados por la explosión, los periodistas desarrollaron una edición extraordinaria de 16 páginas. “Un golpe más. El Espectador lo resiste, como ha resistido tantos otros. No creemos estar solos, porque simbolizamos el desgarramiento de la patria. Esta es una lucha de más de 100 años”, quedó escrito en el editorial del 3 de septiembre. La sociedad y la comunidad internacional rodearon a El Espectador y al periodismo.
Pero Escobar Gaviria y su red de sicarios sabían que uno de los frentes en su contra era precisamente el periodismo. Por eso persistió en sus ataques contra los medios de comunicación. Y El Espectador fue nuevamente el blanco. El martes 10 de octubre, en dos sitios alternos de Medellín, fueron asesinados los gerentes administrativo y de circulación del diario en la capital antioqueña, Martha Luz López y Miguel Soler. La orden de la mafia del Cartel de Medellín era impedir que el periódico pudiera venderse en sus dominios.
Seis días después, en la mañana del lunes 16 de octubre del mismo 1989, un Renault 4 amarillo cargado con 50 kilos de dinamita explotó frente a las instalaciones del periódico Vanguardia Liberal de Bucaramanga. Murieron un vigilante que acababa de recibir su turno, un ayudante de rotativa que llevaba 32 años al servicio del diario, otro empleado que trabajaba en la sección de impresión y un transeúnte que accidentalmente pasaba por el lugar. Como sus colegas de El Espectador, también circularon al día siguiente.
Con una edición de 20 páginas y bajo el título “Duelo y destrucción”, los directivos y periodistas de Vanguardia Liberal decidieron circular con un mensaje de resistencia: “Nos han destruido materialmente pero nuestros principios están intactos. Nos alienta la presencia solidaria de nuestros coterráneos que han acudido en masa en esta hora de dolor. Nos alienta también la certidumbre de que el terrorismo, venga de donde viniere, y sea cualquiera su precio, jamás ha doblegado los ideales de paz y de concordia”.
Sin embargo, la nueva ofensiva contra el periodismo agregó rápidamente una nueva víctima. El domingo 29 de octubre, hacia la 1:45 de la tarde, minutos después de concluir la emisión de su noticiero de televisión, Mundo Visión, sicarios que se movilizaban en una moto atentaron contra el director del informativo, el periodista Jorge Enrique Pulido. El atentado se presentó en la esquina de la calle 23 con carrera 9 en Bogotá y en el mismo resultó herida la presentadora del noticiero, María Jimena Godoy.
Desde ese día y hasta el miércoles 8 de noviembre, Jorge Enrique Pulido libró una desigual batalla contra la muerte. Los balazos le habían causado graves destrozos en uno de sus pulmones, y por más esfuerzos que hicieron los médicos, una insuficiencia respiratoria segó la vida del consagrado reportero. Con su muerte, la mafia de Pablo Escobar Gaviria se quitaba de encima a otro de sus principales enemigos, pues Pulido nunca ahorró palabras para señalar al Cartel de Medellín como el causante de la crisis en Colombia.
Como el bombazo a El Espectador o el crimen de Héctor Giraldo, o años después el asesinato de la jueza Rocío Vélez, también por atreverse a enjuiciar a Pablo Escobar por el crimen de Guillermo Cano, la muerte de Jorge Enrique Pulido estaba cantada. Ya la sede de su programadora había sido blanco de un atentado terrorista en el mes de mayo. No obstante, Pulido siguió denunciando a los terroristas y el narcotráfico. Con su silencio, la sociedad perdió a otro gran aliado de la resistencia contra el horror.