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Estaba camino a mi casa de regreso de la suya, gratamente acompañado por su calurosa presencia, la nieve crujía quedamente bajo nuestros pasos, caminábamos lentamente en un suave abrazo como el algodón y, como los copos de nieve, sólo queríamos flotar en el instante hasta desvanecernos en nuestras también efímeras vidas.
Casi era medianoche y la natividad estaba próxima, el mundo aparecía congelado en el tiempo, estático, como si quisiera retener el regocijo de las familias que en vísperas del festejo dejaban sus diferencias para unirse con la inocencia de un niño que cree, el entusiasmo de un adolescente que ansía, el afecto de un adulto que está orgulloso de los suyos y la serenidad del viejo que sabe de la perfección del poder ser en familia.