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Estudiar con ganas

La educación todavía no ha alcanzado plenamente la conciencia de que a la hora de enseñar es necesario tener en cuenta el aspecto afectivo.

Raúl Garavito Rivera
03 de marzo de 2021 - 04:37 p. m.
El componente afectivo es el factor dinámico, energético, que moviliza el comportamiento.
El componente afectivo es el factor dinámico, energético, que moviliza el comportamiento.
Foto: Pixabay

La psicología hace aportes que los educadores, sean padres de familia o docentes, deben tener en cuenta para poder alcanzar los objetivos que se proponen. Quienes orientan el estudio de niños y jóvenes en la casa o en el colegio desean que estos lo asuman con una actitud positiva, estudien con orden y concentración e inviertan en el aprendizaje la mayor cantidad posible de energías, todo lo cual es una expectativa difícil de cumplir en las edades de la infancia y la juventud.

Sin embargo, los educadores que deben enfrentar esta dificultad tienen en la psicología un gran aliado que podría facilitarles las cosas. La psicología es la ciencia que estudia la conducta y el aprendizaje, razón por la cual los encargados de la educación de las nuevas generaciones deberían tener al menos un conocimiento básico de los resultados obtenidos por esta ciencia en sus investigaciones. Uno de esos resultados es que la conducta de las personas tiene un componente cognoscitivo y otro un afectivo, cada uno de los cuales va acompañado siempre por el otro, de modo que si solo se tiene en cuenta a uno de ellos no se puede entender el comportamiento de los individuos, y mucho menos influir en este en la forma conveniente.

En cuanto al componente cognoscitivo, es la forma o estructura de la conducta, el aspecto técnico del comportamiento. Por otra parte, el componente afectivo es el factor dinámico, energético, que moviliza el comportamiento haciendo posible que se lleve a cabo. En las actividades de estudio, de enseñanza y aprendizaje se acostumbra centrar la atención en el aspecto cognoscitivo, que se manifiesta en las memorizaciones, los conceptos, los razonamientos y juicios, y, por lo tanto, da la impresión de que la adquisición de conocimientos depende solo de él. Pero el intelecto y la razón servirían de poco, o, mejor dicho, no servirían de nada sin el factor emocional, es decir, sin la motivación y el interés.

Así pues, si un adulto, en la casa o en el colegio, espera que un niño o un joven aprenda algo bien sin importar el interés que tenga en ello ni los sentimientos y las emociones que acompañen el estudio, podrá terminar frustrado o, por lo menos, estará esperando algo difícil y poco probable. Por el contrario, si la mamá, el papá o el profesor tienen presente que aquello que los niños o jóvenes tienen que estudiar debe parecerles interesante, evitan hacerles sentir que es una imposición o una especie de castigo y crean una atmósfera tranquila y estimulante alrededor del trabajo escolar, y las probabilidades de que estudien con juicio y aprendan bien son altas. No se debe olvidar que explorar, estudiar, descubrir, inventar y aprender son impulsos naturales de los seres vivos y especialmente de los seres humanos, que si no se obstaculizan o deforman hacen que el individuo esté siempre deseoso de adquirir conocimientos y saber todo lo que más pueda.

Ninguna otra característica distingue más al humano que su avidez por recoger información y estar enterado de lo que ocurre a su alrededor, ya que está inclinación natural es indispensable para poder comprender y controlar el medio en que transcurre su vida.

Desafortunadamente la educación todavía no ha alcanzado plenamente la conciencia de que a la hora de enseñar es necesario tener en cuenta el aspecto afectivo. Los adultos nos preocupamos demasiado por dirigir los aprendizajes, que, según lo ha establecido la ciencia contemporánea, son elaborados autónomamente por cada individuo, y nos olvidamos casi siempre de que son el interés en los temas y el deseo natural de aprender los que mueven al educando y lo animan a esforzarse para apropiarse de los conocimientos. Trátese de las matemáticas, las ciencias naturales o sociales, los idiomas, la literatura, la tecnología o cualquier campo que sea, el adulto, aunque no domine los contenidos, puede animar a los alumnos, hijos o nietos a comprender lo valiosos e interesantes que pueden llegar a ser.

Por Raúl Garavito Rivera

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