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Iván Velásquez: El juzgador

Se convirtió en el hombre más temido del Congreso al aceptar dirigir la Comisión de Apoyo Investigativo de la parapolítica.

Ramiro Bejarano / Especial para El Espectador
20 de diciembre de 2007 - 01:48 p. m.

Hace apenas unos meses salvo las gentes del poder judicial y sus agradecidos alumnos, nadie recordaba el nombre sonoro de Iván Velásquez Gómez, no porque no hubiese  desempeñado labores de trascendencia nacional, sino porque se ha movido silenciosamente en los estrados judiciales y en la docencia universitaria. Hoy, representa el símbolo de la gigantesca tarea de la Corte Suprema de Justicia, en la investigación y juzgamiento de los parapolìticos.

Este antioqueño de expresión amable no parece ser el recio funcionario que tiene temblando medio Congreso, y que ha sacado de casillas al Presidente de la República, con quien se conocen desde tiempos inmemoriales en los que ambos transitaban como estudiantes de la Universidad de Antioquia. Quienes no conocen a Velásquez, suelen confundirlo con un sacerdote, equívoco del que salen muy pronto cuando empieza a citar códigos, leyes, decretos, incisos y jurisprudencia, en cuya construcción ha contribuido durante los últimos años, porque ha sido profesor en derecho administrativo, procesal penal, disciplinario, ética y hermenéutica, en las principales universidades de Medellín, Cali, Barranquilla, Pereira e Ibagué, y prolijo autor de textos sobre derecho disciplinario y penal.

Este antioqueño de 52 años registra muchas proezas como funcionario judicial, algunas de las cuales todavía son comentadas. En su tierra aun recuerdan a Iván como el aguerrido fiscal del famoso allanamiento del “Parqueadero Padilla”, un valeroso operativo para desmantelar y capturar los delincuentes de la banda “La Terraza”  de Medellín. Velásquez, al igual que todo el mundo, sabía de la existencia de esta peligrosa banda, y decidió enfrentarla en el memorable allanamiento de un parqueadero, desde donde operaba esa siniestra máquina de la muerte que tenía aterrorizada la capital paisa. Desde entonces se sabe que este hombre aparentemente inofensivo y de talante apacible, tiene muy bien puestos los pantalones.

Muy pocos abogados en Colombia, de pronto contados en los dedos de la mano, pueden darse el lujo que exhibe sin arrogancia Iván Velásquez, de saberse experto en varias disciplinas jurídicas. Inicialmente se desempeñó como ardoroso abogado litigante, por un período de ocho años. Después decidió que lo suyo era el servicio público, e inició un periplo largo y afortunado al que aun le restan muchos años y numerosas batallas. Primero como magistrado del tribunal contencioso de Antioquia; luego cinco años como Procurador; después un par de años como abogado auxiliar en la Sección Tercera del Consejo de Estado; más tarde, Director de Fiscalías en su departamento, precisamente mientras se desempeñaba como gobernador el hoy Presidente de la República, doctor Álvaro Uribe Vélez; posteriormente, un paso fugaz como magistrado del tribunal contencioso administrativo de Antioquia, de donde lo sacó el magistrado Álvaro Orlando Pérez Pinzón, para traerlo a Bogotá, como su auxiliar en la Sala Penal, sitio en el que ha vivido sus días más ruidosos como funcionario, pero también los más brillantes e inolvidables.

En efecto, Iván Velásquez Gómez recibió del pleno de la Sala Penal de la Corte el delicado encargo de dirigir la Comisión de Apoyo Investigativo creada a finales de 2006, para adelantar el proceso de la llamada parapolítica en compañía de otros magistrados auxiliares. A partir de entonces se transformó su propia vida, pero también la de 41 congresistas que hoy andan enredados judicialmente sindicados de peligrosos e indebidos nexos con las autodefensas, muchos de ellos detenidos.

En la Casa de Nariño poco o casi nada deben de querer a Velásquez, pero es indiscutible que en todo caso lo respetan. Hay quienes aseguran que por cuenta de esa injustificada malquerencia, unos magistrados de la Sala Administrativa del Consejo de la Judicatura, amigos del Gobierno, le echaron balota negra para impedirle llegar por ahora a la Corte Suprema. A él no lo desvela esa soterrada malquerencia, no sólo porque está seguro de lo que está haciendo, sino porque cuenta con el respaldo de sus superiores, los magistrados de la Corte Suprema de Justicia, que no lo han dejado solo en los ataques feroces de que ha sido víctima.

Cuando Velásquez en cumplimiento de sus funciones con otra magistrada auxiliar, igualmente valerosa, se entrevistaron con ”Tasmania” en la cárcel de Itaguí, jamás imaginó que ello iba a exaltar a su paisano Álvaro Uribe Pérez, quien se sintió perseguido y reaccionó de la manera deliberante que el país le conoce. Pero se equivocaron el mandatario y sus aliados, porque Velásquez y sus compañeros de comisión, ni se arredraron ni perdieron la calma. Entonces el país supo con certeza que los penalistas de la Corte Suprema de Justicia habían puesto en las mejores manos el delicado expediente de sacar a flote la podredumbre de la clase política que creyó que desde Ralito era lícito ejercer su nefasto poder. Iván Velásquez sabe también que la historia que de su mano se está escribiendo, apenas está empezando.

Por Ramiro Bejarano / Especial para El Espectador

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