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La primera derrota de Chávez

No es posible prever los próximos pasos de quien proclamó siempre que "la revolución bolivariana llegó para quedarse". Sin embargo, el panorama no es muy halagador, pues Hugo Chávez no les dará tregua a los venezolanos, ni a sus vecinos, ni al mundo.

Simón Alberto Consalvi */ Especial para El Espectador
02 de enero de 2008 - 07:37 p. m.

El 2 de diciembre de 2007, Venezuela derrotó en las urnas, de manera pacífica, pero evidente, un proyecto autocrático de largo alcance y de características irreversibles. Sin embargo, los resultados de la votación no fueron equivalentes a la gran amenaza que se cernió sobre los venezolanos. Esta observación debe glosarse para ser comprendida desde lejos, pues no se trató de reformar la Constitución de 1999, aprobada por una Asamblea Constituyente bajo la más absoluta influencia del presidente Hugo Chávez Frías.

No se trataba, en efecto, de una simple reforma, sino de una nueva Constitución, pues se alteraban 69 artículos sustanciales destinados a limitar y redefinir el concepto de propiedad privada; se consagraba la educación como instrumento de captación y adoctrinamiento revolucionario; se eliminaba la autonomía (ya muy relativa) del Banco Central de Venezuela); se ponían las reservas internacionales bajo el control exclusivo del Presidente, todo destinado a “acabar con el régimen capitalista”.

Según la reforma, se creaba un llamado Poder Popular, cuya característica era la de ser un poder omnipresente pero no elegido, expresión de una red de consejos comunales y otras fórmulas que dependerían directamente del Presidente. A este Poder Popular se le asignarían atribuciones específicas mediante una ley orgánica aprobada por la Asamblea Nacional. De modo que la reforma abría espacios desconocidos para la transformación de Venezuela en un país socialista. No eran sólo los 69 artículos, sino el proyecto general que se ocultaba tras la reforma. En pocas palabras, toda la legislación de Venezuela tendría que ser adaptada a lo que iba a ser una nueva Constitución.

La concentración de poder en manos del Presidente de la República no conocía precedentes, ni siquiera en los regímenes comunistas aún sobrevivientes en el mundo. Por ejemplo, el Presidente tendría atribuciones para redefinir, mediante una llamada “Geometría del Poder”, la geografía política, creando “provincias” especiales que afectaban a los estados actuales, pudiendo designar vicepresidentes designados por él, quien tendría también la facultad de asignarles recursos económicos a discreción. Esto significaba que los gobernadores y alcaldes elegidos quedarían anulados por la influencia avasallante de los vicepresidentes, especie de sultanatos representantes del poder central.

En medio de estas redes destinadas a concentrar en el presidente Chávez Frías la mayor suma de atribuciones, lo que al personaje le interesaba de manera cardinal era la reelección ilimitada y la presidencia de por vida. Este fue su gran fracaso. No habrá manera ya de reformar la Constitución para que permanezca en el poder más allá de enero del año 2013. El hecho de que esta cuestión haya sido puesta en juego a tanta distancia, ilustra las ambiciones surrealistas de Chávez, quien no se concibe a sí mismo fuera del palacio de gobierno. La derrota no lo ha desconcertado y es visible su irritabilidad permanente.

No es posible prever los próximos pasos de quien proclamó siempre que “la revolución bolivariana llegó para quedarse”. Este era su grito de guerra antes de la derrota. Aun cuando aceptó los resultados, en su primera intervención apeló otra vez a la expresión “por ahora…”, utilizada en febrero de 1992 para reconocer el fracaso de su golpe militar. En estos días posderrota, el “por ahora…” se lee en Caracas en grandes vallas costosas, expresión del capitalismo personal del jefe revolucionario que maneja los dineros del petróleo como los manejó el primer Rockefeller. Estas vallas con el grito de guerra indican que Chávez no les dará tregua a los venezolanos, ni a sus vecinos, ni al mundo.

La realidad, sin embargo, no se maneja como en los teatrillos de pueblo. Inesperadamente surgió en Venezuela un poderoso movimiento estudiantil que sacudió a los dueños del poder y les transmitió a todos los sectores sociales la perdida confianza en el voto. Representan las generaciones a las cuales la presidencia de por vida amenazaba secuestrarles su futuro. Según los estrategas del Gobierno, son “agentes de la CIA”. Todo el que disienta en Venezuela es un representante del Imperio norteamericano. Chávez dijo que votar por el SÍ era votar por él, y votar por el NO era votar por Bush. De ahí el sarcasmo de The Economist: “Chávez ha hecho que Venezuela sea el único lugar del planeta donde George W. Bush gana elecciones con el voto popular”.

Durante nueve años, Chávez ha malgastado la suma inverosímil de 450 mil millones de dólares. Es difícil comprenderlo y penoso decirlo. Mirar a Venezuela por dentro produce un sentimiento deplorable. Mientras tanto, otros países (como Brasil) aprovechan sus “relaciones privilegiadas” con la revolución venezolana. Después de nueve años de revolución, los venezolanos nos alimentamos de lo que viene de afuera.

El Estado más rico de América Latina es el primer enemigo de la sociedad. El petróleo se convierte en la maldición del pueblo venezolano. Es el petróleo y sólo el petróleo lo que le da al presidente Chávez toda esta capacidad para dominar. Con la reforma de la Constitución, arteramente presentada y no debatida, en cuyo articulado proliferaban los contrabandos, las ambigüedades y, en definitiva, las facultades presidenciales para establecer un régimen que, según el discurso presidencial, estaría muy inspirado en el régimen comunista de Cuba. Copio, a manera de ilustración, la novena de las disposiciones transitorias del proyecto de reforma: “Hasta tanto se dicten las normas que desarrollen los principios establecidos en el artículo 112 de esta Constitución, el Ejecutivo Nacional podrá, mediante decretos o decreto ley, regular la transición al Modelo de Economía Socialista”. Donde dice Ejecutivo Nacional, léase Hugo Chávez.

Chávez fue derrotado. En un país democrático la derrota habría sido la última palabra. Para Chávez el referéndum tenía validez si era ganado por él. El “por ahora…” que se repite en grandes vallas en la ciudad, apenas nos advierte que vendrán otros desafíos. Mientras pueda, Chávez librará una guerra que no tiene fin, porque no conoce otro lenguaje que el de la guerra.

*Ex ministro de Relaciones Exteriores de Venezuela y columnista de El Nacional, de Caracas.

Por Simón Alberto Consalvi */ Especial para El Espectador

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