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Más que un juego de niños

Jugar con los pequeños es más que tiempo: es garantía de un crecimiento lleno de capacidades.

Redacción Especiales
24 de abril de 2010 - 02:36 a. m.

“El juego es el lenguaje de los niños y las niñas, es la forma de comunicación a través de la cual entran en contacto con el mundo social y con el entorno, es el mecanismo natural de aprendizaje”, dice Irma Salazar, Jefe de Desarrollo de  Proyectos y Alianzas de la Corporación Día de la Niñez y pedagoga con experiencia en el tema de desarrollo infantil, quien tiene el suficiente conocimiento para afirmar: “sin el juego, los pequeños no podrían establecer relaciones, desarrollar su pensamiento, habilidades y competencias”.

Una gran campaña se adelanta en el país para contarles a los padres la importancia del juego en la niñez y enseñarles las mejores formas de compartir con su hijo, a la vez que lo conoce, entretiene y lo ve crecer como un pequeño capaz de aprender de sus aciertos, errores y habilidades.

El papel de las personas cuidadoras puede darse desde dos grandes funciones: por un lado, la de formador, como animador, provocador y estimulador del juego, y por el otro lado, como observador. El adulto es una figura que promueve un ambiente tranquilo, seguro, estando disponible cuando los niños lo reclamen y por supuesto, juega.

 En este proceso es necesario  que el padre y la madre se pongan en el lugar de su hijo para entender  y vivir la fantasía, el mundo imaginario que se hace real y la capacidad creadora que sólo se hace evidente cuando hay libertad de jugar. De ahí que Irma Salazar aconseje a los adultos ponerse a la altura de los niños. Lo que supondrá más de una vez tirarse en el suelo; respetar su tiempo de juego, disponer de por lo menos media hora, así sea antes de dormir; ayudarles a ejercer su libertad y creatividad, permitiendo que sean los niños y niñas los protagonistas de la actividad y sin obstruir su habilidad de pensar, y entrar en su mundo, dejándose arrastrar por su lógica infantil.

Beneficios y perjuicios 

Los seres humanos se desarrollan desde las diferentes dimensiones que lo constituyen y es allí donde la especialista aclara que el juego actúa de manera determinante: “en la parte creativa contribuye para que el niño y la niña desarrolle su imaginación, invente, cree y fantasee. Así será capaz de resolver de manera más fácil sus problemas y buscará mejores estrategias para hacerlo”.

También habla de la dimensión afectiva, donde se busca la forma natural de relacionarse; la cognitiva, que contribuye a desarrollar el pensamiento creativo, la memoria, la planeación y todas aquellas capacidades mentales necesarias en el desarrollo del intelecto; en la comunicativa, se establecen diálogos, se expresa desde el cuerpo, aprende las formas de comunicarse y de entenderse con los otros; en la motora, el juego permite el reconocimiento del organismo, sus capacidades, del movimiento, el equilibrio y la ubicación espacial.

Por el contrario, cuando el juego no hace parte fundamental e irreemplazable en la vida de un niño, esto se evidencia a medida que va creciendo en la incapacidad para relacionarse, solucionar conflictos, buscar alternativas, crear y emplear la lógica secuencial y asociativa y quedarse con instintos primarios como intentar encajar una ficha con los puños o no poder hablar en público de lo que conoce.

Asimismo, la dificultad de generar lazos afectivos y comunicativos con otros por la ausencia de experiencias que le permitan expresar sus sentimientos y emitir juicios frente a sus gustos y disgustos aparece como consecuencia de una baja exposición a esa exploración que facilita el juego en la niñez.

Por Redacción Especiales

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