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Quinta de abono

Mansos de solemnidad.

Lego
17 de febrero de 2010 - 03:23 a. m.

Las corridas de expectación, como la del domingo en la Santamaría, se suelen prologar con un condumio tempranero. Se comenta el encierro —peso, trapío, capas—, el sorteo —a quien cual— y la crónica menuda, que nunca falta. Como no pude estar en el sorteo, llamé a un amigo, gran conocedor de toros, camadas, encastes. No quiso referirse a los toros de Alhama —uno de los cuales fue indultado en la temporada de 2009— pero muy expresivo me dijo: que disfruten el condumio. Quedé enterado de lo que íbamos a ver. Y lo vimos: toros mansos, difíciles por tanto; tardos, sin recorrido, pero bellos. Si con el trapío se toreara, habría sido una gran corrida. O si al tiempo se le sacaran pases, también; porque tampoco hubo una nube, ni siquiera nubecillas, ni viento. La plaza a reventar; un público con ganas de entregarse como las que tenían los matadores que anunciaba el cartel. Moreno tomaba la alternativa, ante dos maestros consagrados: Enrique Ponce y Julián López, El Juli.

A Moreno Muñoz le correspondió el único que dio juego, Sucesor. Un negro, de peso justo, que galopó bonito; humillaba y tenía cierta fijeza. Moreno poco dio en lances. Con la muleta logró algunos redondos con gracia y un par de naturales. En otras tandas se le borraba el sitio y salía apretado. Puso la espada caída y delantera. La creyó suficiente, pero debió apelar al verduguillo, una, y otra, y otra, y otra vez. Hasta ahí fueron toros.

Ponce quería despedirse de la temporada de Bogotá como lo hizo en Manizales, con una lágrima y una ovación. Venía de grana y oro a toparse con Hortelano, un veleto distraído, aburrido y aburridor. Ponce mostró lo que pueden las pausas y sacó aplausos al torear a toro parado. Era pura voluntad, un sentimiento de respeto y gratitud a una plaza que lo ha querido y admirado. Dejó una media tendida. Y se fue cabizbajo al callejón.

El Juli tomó un trago de Brandy barato —472 kilos—, castaño, ojo de perdiz y enmorrillado. Por verónicas el toro pasó a regañadientes y se rajó en la pica. Chicuelinas al centro, sobra decir que ajustadas. Con la muleta: tres derechazos sin enmendar. Redondos, sacando agua del secadal y estocada con saltico y pinchazo. El cachetero le da el tiempo necesario a la presidencia para que ordene un aviso. Pero la oreja ya la tenía encaletada El Juli. Aplaudido.

Ponce no había perdido la esperanza al recibir a Comandante, un veleto manso de solemnidad que sacó los defectos en los primeros lances. Ponce, que es también un lidiador portentoso, le bregó por donde pudo. Con la derecha, con la izquierda, por un lado, por el otro, por arriba, por abajo. Comandante no pasaba. Quizá fue uno de los pocos toros que Ponce no pudo torear en su vida, si torear es templar, mandar y ligar. No era un toro, era una mochila de carne, músculos y huesos. El respetable lo entendió, admiró una vez más su buena voluntad, su persistencia, su cátedra. Ponce mostró que a veces, nada se puede hacer y con ello les dio un aviso a las ganaderías nacionales. Así no se puede.

Por Lego

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