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Ramsés encontró a los de Mondoñedo

El matador bogotano hizo vibrar a la afición con su mano baja, templada y mandona en el quinto de la tarde. Pepe Manrique se llevó un trofeo. Juan Solanilla no pudo lucirse en la Santamaría.

Víctor Diusabá Rojas
17 de enero de 2011 - 02:33 a. m.

Ochenta años después, un homenaje a Don Ignacio Sanz de Santamaría. Un homenaje de sus toros. Bravos y encastados, bien hechos algunos de ellos. Con badana y cuajo. Serios y dignos de una plaza de primera, como esa con la que soñó Don Ignacio, y que está ahí, firme, frente al paso del tiempo y de los vendavales que han querido, en vano, echarla al piso.

Cuatro de los ejemplares se fueron en el arrastre en olor de agradecimiento. Claro está que mucho va de las palmas a primero y segundo, a las ovaciones tributadas a cuarto y quinto. Igual, todos ellos tuvieron como señal de identidad eso que vale un potosí: transmitir emoción.

Y la tarde se hizo entonces una suma de cosas interesantes. Lo único injusto —no malo, sino injusto— es que la corrida terminó abajo, porque, mala casualidad, el toro de menor nota se lidió en el cierre y la lluvia sacó pronto a la gente de los tendidos. Ganaderos, apunten: se les debe una vuelta al ruedo.

Con tanto material se necesitaban manos. Y las hubo. Hay que comenzar con las de Ramsés, un torero al que le dan pocas tardes. Qué tal si le dieran más. Al menos, si está como estuvo en esta primera de abono: en torero y en valiente.

En torero, para hacernos vibrar con esa mano baja, templada y mandona, en la lidia del quinto de la corrida, un toro que exigía y en el que Ramsés demostró que esto no es, ni será, cuestión de cantidad. No pegó pases. No, toreó en tres o cuatro manojos de muletazos tan largos como ceñidos. Escalofriantes, si se quiere. Y mató como la bala de un cañón, además para espantar dudas, si es que las había. Una oreja y petición de otra.

En el segundo de la tarde no estuvo inferior. Aparte de embraguetarse, el trapo tuvo el don de llevar a un animal que desde cuando se echó a los lomos al caballo y al piquero, metió respeto. Y cuando se fue quedando corto en la embestida, el torero supo tirar de él sin descomponerse. Se fue a rumiar su dolor en las tablas por no redondear con la espada. Lo ovacionaron desde el tercio.

Pepe Manrique se llevó un trofeo en el cuarto, luego de desentrañar al animal que, primero, iba frenado tras los engaños y luego amenazaba con buscar algo más que la muleta. Pepe nos llevó la contraria y se la jugó. Y de esa apuesta vino un momento de bravura que permitió ver muletazos de esos de antes, de los que se cotizaban en oro, porque detrás de cada uno de ellos viene empujando otro tren, y luego otro, y otro más. Ese mismo al que la gente ovacionó cuando se lo llevaban las mulillas.

En el primero de la corrida aprovechó el pitón derecho y conoció de las dificultades sobre el izquierdo. La plaza lo arropó, pero falló en la suerte suprema. Palmas a los dos.

Juan Solanilla no tuvo suerte en el sexto. Un manso que buscó cómo escapar, arreando. Y en el tercero, que galopó con gusto en el primer tercio, no encontró la distancia, mientras el animal prefirió pararse a esperar su sentencia.

Ficha de la corrida

Plaza de Toros de Santamaría. Primera corrida de abono, temporada 2011. Seis toros de Mondoñedo.

537, 517, 500, 462, 460 y 466 kg. Bien presentados, aunque desiguales. Bravo el quinto. El cuarto rompió en la muleta. Primero y segundo nobles y con transmisión. El tercero se apagó. El sexto, manso. Ovacionados cuarto y quinto en al arrastre. Palmas para primero y segundo.

Pepe Manrique

Verde botella y oro.

Silencio tras aviso y oreja.

Ramsés

Grana y oro.

Ovación y oreja, con petición de otra

Juan Solanilla

Turquesa y oro

Palmas y silencio tras dos avisos.

 

Por Víctor Diusabá Rojas

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