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Remate de temporada

Cierre de la temporada de toros 2012-2013.

Alfredo Molano Bravo
19 de febrero de 2013 - 08:15 p. m.

La temporada de toros 2012-2013 se cerró con dos corridas importantes: Medellín y Subachoque. O, yo diría, para hacerlo más directo: con un Morante de la Puebla que toreó como sólo lo habíamos visto en sueños, y con un encierro ejemplar de Mondoñedo en un homenaje a la afición bogotana que se realizó el domingo en la plaza Marruecos. Dos corridas ejemplares y ambas de gran significado.

La última de Medellín, con Morante, Castella y Pepe Manrique, pese al ganado de Ernesto Gutiérrez que, como cosa excepcional, no cumplió. Fue un remate digno de una afición que se sostiene en sus cabales, contra los intentos de Aníbal Gaviria, el alcalde, quien ha sido aficionado a los toros y en razón de sus intereses políticos ha dado en seguir las arbitrariedades de Petro. Del encierro no había un solo animal que no tuviera peso y edad reglamentarios y trapío. Toros bien hechos, bellos en sus salidas, pero que se iban de bruces y se apagaban después de capa, salvo el cuarto de la tarde, que malogró la muleta de Manrique. Pero lo que no tuvieron los toros, lo tuvieron los toreros. A Pepe se le vio una capa elegante y ceñida, destellos en la muleta pero indecisión al matar: se abrió y deslució la buena colocación de la espada. Recibió su segundo con una tanda de lances que mereció aplausos e ilusiones. Con la muleta atropelló al toro con pases y trapeos y con un movimiento de piernas que le quitó belleza al valor. Recurrió cinco veces al descabello. Se aplaudió a Flor de Loto, un gran toro.

Morante de la Puebla salió en el paseíllo, como a veces sale de las plazas cuando lo rechiflan, con la cara alta. Es torero y es gitano. En el burladero, esperando su primero, zapateaba como si estuviera bailando en un tablao. Otros no miran el toro. Tres verónicas y una media pusieron a sus pies la plaza. De ahí para adelante, la cosa fue mandar, templar y parar. Morante lanceó desmayado; suelto, pero a la vez firme. Cerró con una verónica apretadísima que dejó en suspenso la plaza para retomar la faena con cuatro o cinco muletazos ceñidos, suaves, arriesgados. Repitió con la derecha y repitió con la izquierda, metida siempre la pierna contraria y sin enmendarse al arranque. Debió descabellar, pero de manera extraña, digamos, al galleo: clavó, soltó y clavó de nuevo el verduguillo al paso de un inesperado arranque final. Una oreja. Atravesó la plaza de lado a lado para saludar a los aficionados que habían viajado desde Bogotá a verlo.

Su segundo, llamado Poderoso, fue un toro bonito, astracanado, engatillado de cuernos, que salió un tanto abanto. Se oyeron protestas. Morante le salió al paso, lo llevó al centro: dos verónicas, dos medias que hicieron saltar a los tendidos y temblar el concreto de La Macarena. Descontento, el torero salió con la de acero. Pero entre las tablas y el centro donde esperaba Poderoso, le subió, de la planta de los pies al corazón, “ese sonido negro”, como llamaba Lorca al duende. “Es un poder y no un obrar, es un luchar y no un pensar”. No, Morante no iba a matar, antes iba a torear. Ligeramente inclinado -casi a hurtadillas- se acercó al toro como un cazador a un venado. Parecía querer sentirlo antes de que el animal lo mirara. Y después entró a torear, mandando. Asentado. Inspirado. Quieto. En sitio. Templó rodeándose de toro. Y se regodeó con él. No murió del espadazo. Aculado a tablas, Poderoso, no se entregaba. Morante sacó la espada con su propia mano, en lugar de usar el verduguillo. El cacho del animal le daba al pecho. Con suavidad, como para que Poderoso no se diera cuenta, pidió el “puñal” y lo cazó de un solo golpe. Ovación.

Castella es un torero hecho. Hace las cosas bien y le salen bien. Es garboso. Limpio. No se enmienda. Recibe al toro por verónicas, luego remata con una media. Con la muleta lo cita desde el estribo o desde los medios para dar un cambiado por la espalda. Enciende tendidos. Después hace redondos. Torea con la izquierda, torea con la derecha. Firma. Un par de manoletinas y mata. Mata siempre. De rayo. Una oreja en su primero y dos en su segundo. Todo bien hecho. Todo aplaudido. Pero el toro se va sin haber sido sentido por el torero.

Subachoque.

Para llegar a la plaza de Marruecos en Subachoque hubo que hacer cola desde la calle 80. Una larga fila de aficionados desplazados de la Santamaría íbamos a reencontrarnos en el exilio. Y nos encontramos como se encuentra uno con los amigos. Tres mil aficionados gritando “Toros sí, Petro no”, una consigna que se corea hoy en todas las plazas del país. Más claro: la gente se negó a cantar el himno de Bogotá.

El encierro de Mondoñedo prometía, los toreros también. No fue una tarde de sol, hizo frío, llovía afuera, pero adentro la fiesta se encendió al salir un mondoñedo de 523 kilos armado de una cornamenta de miedo, como deben ser los toros para devolverle a la fiesta emoción y sentido. Todos sus hermanos, menos el segundo, fueron animales de estampa.

Paco Perlaza se mostró seguro y vistoso en lances a la verónica, unos al hilo de las tablas y otros al centro. El toro dio pelea en la pica y tiró al suelo caballo y jinete. Raúl Jiménez fue aplaudido al sacudirse la arena. Paco citó de lejos con la muleta, el toro se arrancó solo cuando el torero se cruzó pero perdiéndole distancia y no pudimos ver esa verdad que quería mostrarnos. Todavía hay algo en Perlaza que es inquietud. Lo mostró con la espada: un aviso. Merecidas palmas al toro.
Con su segundo, que también tumbó al caballo, coronó ocho muletazos sin moverse, acortando terrenos hasta amarrarse el toro a la cintura. El mondoñedo humillaba, seguía los engaños con nobleza. No pocos quisieron verlo indultado. Respondió como un bravo a la hora de sentir el acero.

De Ramsés se esperaba más. En la Santamaría se le ha visto reposado, pero no aséptico. Toreó un bello de 496 kilos que recibió con un par de largas cambiadas; por delantales lo llevó al caballo. Con la muleta empezaron sus pesares porque a los mondoñedos no se les puede dar mucho reposo porque se enfrían, comentó mi vecino. También se enfrió el torero. El animal miraba abúlico. Buscó tablas como diciendo: aquí poco se ha de hacer. La estocada fue limpia. Con su segundo, las suertes fueron iguales. Ramsés quedó debiendo.

Gallo salió con ganas. El público quería verlo. En Manizales había mostrado lo que es y queríamos, por lo menos, otro tanto. Lo merecíamos después de tanta soledad. Es un torero alegre y medido. Se acerca, se cruza, se adorna. Sabe el oficio y es joven. En un instante dejó abierta la ventana y por ahí, el toro, que no parpadeaba, se le coló. Un golpe que no le impidió la edición de una serie de naturales puros, limpios, largos y ligados. Una oreja y petición de indulto para el mondoñedo, sin duda el más bravo de los bravos que llevó Don Gonzalo.

Al sacar los toros de la Santamaría, Petro lo que hizo fue quitarles la fiesta a las clases populares porque llegar a Marruecos no es tan fácil.
 

Por Alfredo Molano Bravo

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