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Santa Bárbara: la convicción del Capitán

Los toros del ‘Capitán’ Carlos Barbero vuelven a ser lidiados en la Santamaría. Santa Bárbara, la ganadería de la tarde de domingo, ha sido reconocida como la mejor de las temporadas de Medellín en 2008 y 2009.

Víctor Diusabá Rojas / Especial para El Espectador
17 de enero de 2010 - 03:00 a. m.

El frío es intenso en las tierras paramosas vecinas de La Calera. Allí, detrás de Monserrate, en la finca Santa Bárbara, seis toros de pelo negro y lustroso parecen buscar abrigo en medio del oscuro bosque que forman los árboles de eucalipto. Seis toros que este domingo lucirán la divisa verde y rojo, y que defenderán la bandera de bravura de una ganadería que goza de alentadora actualidad.

Son los seis toros que Carlos Barbero ha seleccionado para su regreso a Bogotá. ‘El Capitán’, como le dicen en el mundo del toro, sabe que la responsabilidad de lidiar en la primera plaza del país es tan alta que no puede dejar nada al azar. Y por eso, los seis toros, en el campo se ven dueños de bonitas hechuras y de un trapío con el que espera conquistar a la afición de la Santamaría.

El Capitán Barbero sueña con que ese regreso sea triunfal. La primera vez que se lidiaron sus toros fue en noviembre de 1994. Han pasado quince años en los que muchas cosas han cambiado en su ganadería.

Primero, la sangre que corre por las venas de los toros. La de hoy es Domecq. La de ese encaste que predomina en las ganaderías del mundo, pero que en Santa Bárbara ha definido un toro con trapío y con bravura.

El Capitán se baja de su camioneta. Se mete en el bosque sin aparente temor. Va en busca de sus seis pupilos. Con silbidos y voces trata de encontrarlos. Los tiene muy cerca. Ve a uno de ellos y lo incita, lanzándole un trozo de madero. Los toros salen de su escampadero. Ya a una distancia más prudente, los mira en el campo. Una de las últimas veces que lo hace, porque este domingo quiere admirarlos vendiendo cara su muerte en las lidias que le propongan Cristóbal Pardo, Ramsés y Manuel Libardo.

Barbero se ve ilusionado. Más que su regreso a Bogotá, la tarde de hoy podrá significar la consolidación de su ganadería. Si llegó a la Santamaría, fue gracias a toros como ‘Jinete’ y ‘Corso’, que escurrieron bravura en el ruedo de La Macarena de Medellín en las temporadas 2008 y 2009. Ambos fueron indultados. El primero por Cristóbal Pardo, uno de los toreros de hoy. El segundo por el matador español Rubén Pinar. En la casa de la finca, los trofeos sacan pecho al mejor encierro y al toro más bravo de esas temporadas.

“Soy ganadero por convicción”. Así se autodefine Barbero, un hombre de sangre y raíces españolas que a mediados de los años 80 fundó la ganadería con aspiraciones “muy egoístas: Santa Bárbara nació para complacer mis gustos, los de nadie más. Ni de toreros, ni de empresas. Sólo para emocionarme con un toro que tenga mi hierro y mi divisa”.

Y la convicción es el motor que lo ha conducido a la selección de un toro que impresione por su trapío y que emocione por su bravura. Es la misma convicción que heredó de su padre, Julián Barbero, ingeniero electricista y capitán jefe de la aviación republicana española, quien en la guerra civil española, antes de doblegarse ante el régimen del general Francisco Franco, luchó y luego se unió a miles de emigrantes que llegaron a tierras americanas.

Con el mismo orgullo con que evoca a su padre, Carlos salta medio siglo para hablar de 1986, año desde el que anda buscando ese toro que complazca sus gustos como aficionado. Primero con vacas y sementales de Fuentelapeña, que fue la simiente de sus primeras corridas. Pero en 1994 le dio el giro crucial a la ganadería, el cual permitió que Santa Bárbara entrara en la selecta élite del campo bravo colombiano.

Ese año compró semen de 18 toros. Colmaban su afición los que procedía de Juan Pedro Domecq, El Ventorrillo y Las Ramblas. Un par de años después se asoció con Jerónimo Pimentel, torero español que también sembró raíces en Bogotá, para traer simiente de El Torero y El Tajo y La Reina, ganadería del maestro José Miguel Arroyo ‘Joselito’.

Con esa base genética, Carlos Barbero siguió el curso de aprendizaje que nunca termina. Y encontró lo que define como hechura para embestir: cuello largo, manos cortas, criado con la base del trapío. Y seleccionado con mayor énfasis en las virtudes de un buen comportamiento en la muleta.

“Una pelea brava en el caballo emociona a cualquiera. Pero busco un toro bravo en el último tercio. Que embista con recorrido, que se desplace, que humille y que emocione, pero principalmente que haga la pausa entre muletazo y muletazo”.

Hay para ello un camino de selección íntimo y exigente, determinado por un axioma: “lo que tientes y dejes en la ganadería, lo vas a encontrar en el ruedo de una plaza de toros”. Esta quizá es la enseñanza más importante que adquirió de su amigo Jerónimo Pimentel.

Sigue eso al pie de la letra su hijo Juan Carlos, quien se convertirá en la segunda generación de Santa Bárbara. “El camino ya está marcado. Seguir con la idea de que el toro que nos emocione totalmente, emocionará en la plaza. Sin caer en modas ni pretensiones. Santa Bárbara es una ganadería que lidiará este año dos corridas muy serias, en plazas de primera. Una ganadería que se maneja con ética y convicción”.

Esa convicción es la misma que ha fortalecido la paciencia de los ganaderos para llegar a Bogotá. Lo harán esta tarde con un encierro que, de sólo apreciarlo, ilusiona. El sueño de los ganaderos es que alguno embista como lo hicieron ‘Jinete’ o ‘Corso’, porque así podrán satisfacer el egoísmo de sus gustos como aficionados, y quizás el de los aficionados que hoy se reúnan en la primera plaza del país.

Por Víctor Diusabá Rojas / Especial para El Espectador

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