Publicidad

Sebastián Castella, el americano

Un perfil del torero francés que ha demostrado su arte en su país, en España, en Colombia y acaba de recibir la nacionalidad mexicana.

Víctor Diusabá Rojas
13 de febrero de 2011 - 02:00 a. m.

La publicidad en los toros suele vivir de lugares comunes. Se habla casi siempre del “número 1 del mundo”, del “mejor de todos los tiempos”, del “primero en el escalafón”, del “regreso de fulano de tal”. Y, no se puede negar, la receta funciona. Quizá porque siempre hay alguien que reúne uno o todos los requisitos, o porque anda tan bien que a nadie le molesta autodenominarse como tal, muy a pesar, lógico, de aquellos colegas que se sienten desplazados por un gesto, para algunos, de soberbia; para otros, de categoría.

A Sebastián Castella le han hecho promoción casi siempre como “el francés”. Obvio, lo es, nació en Beziers, que es en Francia, aunque los catalanes preferirían que se le llamara catalán. Y hay un indudable atractivo en estos tiempos en que un francés se ponga en un cartel, en especial para quienes lo ven como un asunto exótico, a lo mejor sin saber que el sur de ese país es uno de los más grandes bastiones de la fiesta brava, en donde, aparte de buena y cabal salud, hay ferias de permanentes llenos y públicos exigentes.

Castella es ídolo allí, más allá de su condición de local, porque con sus triunfos y las puertas grandes en Nîmes, Bayona, Dax y demás, ha confirmado lo que ha hecho una y otra vez en la ruta española del toro bravo, donde cada vez son más pocas las plazas de primera y segunda que quedan por caer ante su sello personal, en el que se anudan el valor y el arte. En pocas palabras, Castella ha roto fronteras y es tan español en España como francés en Francia.

Tampoco eso es una excepción. Como todas las artes, el toreo es universal. Y si bien al mexicano Carlos Arruza, al venezolano César Girón y al colombiano César Rincón les cobraron de entrada en España su origen, en cuanto se convirtieron en las figuras de época se les trató como tal, eso sí, exigiéndoles revalidarse tarde a tarde y toro a toro.

Como se lo exigen a Castella ahora, listón que subirán aún más, cada vez que recuerden que, aparte de esa doble nacionalidad torera, Sebastián tiene otra: el francés también es mexicano. Recibió la nacionalidad el pasado 5 de febrero no en un despacho de la Cancillería, sino en la Monumental de Insurgentes, en esa corrida de marco sin igual: la del aniversario de su estreno, 65 años después de que la inaugurara en 1946 el mismísimo Manolete, en cartel con Luis Castro el Soldado y Luis Procuna, con toros de San Mateo.

Fue una ceremonia de algo más de cuatro horas, las mismas que antecedieron a la lidia del undécimo toro de la tarde-noche, cuando, por fin, hubo de dónde cuajar una faena, un ejemplar de Garfias al que le cortó las dos orejas, con petición de algo más. Y ahí, en medio de la pasión irrefrenable de un público que se entrega como ninguno, salieron esos gritos espontáneos (¡paisano!) que entregan una ciudadanía figurada, pero incuestionable, la del pueblo. Sí, de pronto no con esa misma familiaridad de aquellos que bajan desde los tendidos para abrigar a Enrique Ponce, pero por algo se empieza.

Y si también es mexicano, Sebastián Castella no puede negar que tiene ya mucho de ecuatoriano. Ese fervor incomparable de la plaza quiteña de Iñaquito le dio un abrazo de propio, de hijo, el miércoles pasado en la noche, cuando el francés –porque sigue siendo francés– encabezó un festival de desagravio a la fiesta, ahora que se sienten pasos de censura surgidos desde el propio partido de gobierno del presidente Rafael Correa. Sebastián se llevó en el esportón dos orejas y rabo, y el recuerdo de una plaza que lo vio hacer lo suyo (arrimarse y ligar), así como también lo que no es (poner banderillas), sólo para retribuir el cariño de una afición que le planta cara a la discriminación.

Y del Castella colombiano sobran las razones. Ahí están esas tardes en Cali, cuando comenzó. Y aquellas huellas del dolor y el límite de la vida en Cañaveralejo, tras una salvaje cogida que no le impidió terminar la faena. O esa cornada nocturna en Cartagena de Indias. Pero también los trofeos a montones, que le obligaron a ensanchar su vitrina para que cupieran. Y también, cómo no, Castella es colombiano por Atenea, esa hija bogotana que ahora le quita el sueño.

Es Castella, el francés y el español, pero no menos el mexicano, el ecuatoriano, el colombiano, mejor dicho, el americano, un torero que vuelve este domingo a la Santamaría, con la obligación íntima de abrazar a una plaza octogenaria que lo quiere sentir también propio, a lo mejor como nieto suyo.

Por Víctor Diusabá Rojas

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar