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Sobró dureza y faltó calidad

Al resto del encierro de Juan Bernardo Caicedo le faltó la bondad que tuvo el quinto de la tarde, al que Sebastián Castella le cortó una oreja.

Víctor Diusabá Rojas
31 de diciembre de 2009 - 01:50 a. m.

Una corrida difícil. Para todos. Comenzando por los que se pusieron, Sebastián Castella y Luis Bolívar, que si algo hay que comenzar por decir es eso mismo: que se pusieron sin ahorrarse nada frente a la dureza de los seis toros de Juan Bernardo Caicedo.

Una corrida difícil incluso para el ganadero. Porque, ¿cómo entender esos saltos de comportamiento de sus reses que arrojaron, en el balance de cada turno, una suma de contrastes en los que se pasó casi siempre de una muestra superior de bravura en el caballo y una tanda con la cara abajo, a apuntar los pitones al cielo y atropellar? ¿Con cuál de las dos caras quedarse?  ¿Cuál es la verdadera?

Una corrida difícil para los subalternos y su mundo en el que poco o nada nos detenemos. Las varas debieron hacerse muros para frenar los trenes que se les vinieron encima. Los petos se fueron maltrechos (hubo dos lecciones de cómo se pican los toros, una de Rafael Torres, en el tercero, y otra de Luis Viloria, en el cuarto) y los banderilleros tuvieron que apurar para salir indemnes.

Una corrida difícil de definir, porque el camino más fácil es decir que no hubo con qué. ¿Se puede acaso calificar de mansa? Por supuesto que no. ¿Se le puede llamar brava, a partir de lo que se vio en el caballo? A la luz de lo que es la lidia contemporánea, claro que no. ¿Hubo eso que llamamos toreabilidad? En el quinto sí, en los demás, muchísimo menos. Con todo eso junto, ¿nos aburrimos? Como la tarde: a veces sí, a veces no. Valdría entonces echar mano de un viejo recurso para intentar descifrar lo indescifrable: ni buena ni mala, sino lo todo lo contrario.

Lo que sí resulta fácil es hacer justicia con una pareja de toreros que, ya lo dijimos, trabajaron para erigir un monumento al 1 de mayo en pleno diciembre. Laboró Sebastián Castella y cobró al final una oreja, premio a todo lo bueno que hizo en ese penúltimo de la corrida y a tres sucesivos intentos para comenzar a tomarle medida a lo que tanto le gusta: el trofeo de esta Feria.

Luis Bolívar vivió gran parte de ese mismo camino, al que algunos no dudarán en llamar calvario. Los tres suyos tuvieron un punto más de aspereza y lo hicieron ver nadando contra la corriente. El segundo de la tarde se estropeó los pitones y también la voluntad, porque ayudó poco, hasta apagarse. El cuarto también subió y bajo de ánimo hasta ser ciclotímico. Y el sexto sacó una nota menor que toda la camada. Un mal final que tampoco ayudó en esta tarde de mucho trabajo y poca recompensa.

Por Víctor Diusabá Rojas

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