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"Somos una máquina de sueños"

Hace 18 años en suba, Bogotá, en un pequeño apartamento, tres médicos de profesión comenzaron a dictarle clases a dos jovencitas de Zipaquirá. Así nació Campo Alto, una institución que cuenta actualmente con 7.500 estudiantes en sus 16 programas educativos.

Catalina González Navarro
03 de abril de 2014 - 04:47 a. m.
/Luis Ángel
/Luis Ángel
Foto: LUIS ANGEL

Su amistad se remonta a la primaria, porque Andrés y Álvaro estudiaron juntos. Álvaro cambió de colegio y así conoció a Hugo. El destino los llevó a estudiar en la misma Facultad de Medicina, carrera de la que se graduaron en 1993 y luego se especializaron en Administración en Salud. Los tres, sin planearlo, alternaban sus turnos con la docencia y en 1996 comenzaron a gestar lo que hoy es Campoalto Acesalud. Alquilaron un apartamento y Andrés con taladro en mano hizo un orificio en una de las habitaciones, este sería el lugar del tablero. Barrieron y ubicaron los siete pupitres que habían comprado de segunda en un colegio. Aún recuerdan a sus primeras estudiantes: Ángela y Patricia Aparicio Mejía, dos hermanas que venían desde Zipaquirá. Unas semanas más tarde las hermanas llevaron a su prima.

Para ese entonces, en el día eran docentes y tenían otros trabajos. Andrés hacía turnos en ambulancias de Emermédica, Álvaro trabajaba en el Seguro Social y Hugo, en la Secretaría de Salud.

Álvaro reconoce que no estaban haciendo una escuela de enfermeras: “éramos médicos y comenzamos a ayudar a un grupo de niñas para que estuvieran mejor formadas. Nunca pensamos en montar una empresa, sino en hacer un servicio social, teníamos ganas de ayudar”. A los dos meses publicaron un clasificado en el periódico diciendo que necesitaban una enfermera. La respuesta a la convocatoria fue inmediata. La primera noche cuando estaban dictando la clase empezaron a llegar varias personas con sus hojas de vida. Se dieron cuenta de que necesitaban a alguien que les ayudara. Cada uno aportó a un familiar, Hugo a su esposa y Andrés y Álvaro a sus mamás, ellas eran las encargadas de cuidar el apartamento en el día y atender a los estudiantes.

Comenzaron a crear esta institución, que constituyeron el martes 13 de febrero de 1996, el día que fueron a la notaría a legalizarla bajo el nombre Acesalud. Las siguientes matriculas fueron a los tres meses, en esa oportunidad llegaron 30 estudiantes y en la que siguió llegaron 50 más. En ese momento supieron que tenían que seguir adelante y mostrar resultados.

Comenzaron a buscar los sitios para que los jóvenes hicieran las prácticas.
Álvaro recuerda que una vez entraron los ladrones al apartamento y les robaron el televisor y la grabadora con la que hacían sus trabajos audiovisuales y pensaron en cerrar, pero los estudiantes les dijeron que no se podían ir, porque ellas se quedaban sin un lugar para estudiar.
En este andar se dieron cuenta de los problemas que tenían los estudiantes y así comenzaron a ser mucho más flexibles no sólo en los pagos, sino en los horarios y hasta en su ubicación, y es que hoy ya cuentan con seis sedes en Bogotá y una en Miami, Estados Unidos. “Todo con el fin de romper la cadena de la pobreza”, dice Andrés.

Un año y medio después se trastearon a la que hoy sigue siendo su sede. Desde allí pensaron en la posibilidad de abrir nuevas sucursales, luego de enterarse de que uno de sus estudiantes caminaba una hora para ir a clase, era un joven huérfano que había logrado conseguir una vivienda entre Suba y Cota, en el día cuidaba una finca, cortaba el pasto y alimentaba a las vacas, y a cambio el dueño del terreno le daba estadía, comida y le pagaba el estudio. Ese estudio que le permitió ser el director del hospital de San Vicente del Caguán en 1999, cuando se negociaba la paz del gobierno Pastrana con la guerrilla de las Farc. Escuchando cientos de historias similares se han ido expandiendo y en 2010 fueron contactados por Endeavor, una organización que se encarga de ser mentora de emprendedores en todo el mundo.

Se embarcaron en ese nuevo camino y llegaron a Sudáfrica a compartir su experiencia, después de eso les ofrecieron abrir sedes en Kenia, Indonesia, El Salvador y México. Y fue así como vinieron estudiantes del MIT (Massachusetts Institute of Technology) de Estados Unidos a hacer un proyecto de internacionalización. Les dijeron que se expandieran en Perú y Venezuela, pero estos tres médicos, que ya no ejercen sus profesión, dijeron que preferían empezar por Estados Unidos y así fue como hace año y medio comenzaron a legalizar todo el proceso en Miami bajo el concepto de educación para el trabajo y el desarrollo humano, que hoy en día cuenta con más de 20 mil egresados.


cgonzalez@elespectador.com

Por Catalina González Navarro

 

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