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Tarde sin puntilla

Con tres orejas avanzó la temporada taurina en Bogotá.

Alfredo Molano Bravo
08 de febrero de 2011 - 03:00 a. m.

No fue una tarde de plaza llena. El cartel no era de postín. La lluvia amagaba. Pesaba la frustración de los Achury del domingo anterior y la expectativa de los juanbernardos del próximo domingo. A favor, los toros de Santa Bárbara tan aplaudidos en la última temporada. Es decir, el poco menos de los trescuartos que se sentó en graderías es la afición que es.


La que sabe; la que va a mirar y no a mirarse. ¡Y cómo sabe! O mejor: ¡Cómo enseña! Cómo se pronuncia con silencios largos. O con aplausos cortos, oportunos, justos, como con el que recibió al segundo de Sebastián Vargas al pisar la arena, un castaño oscuro, albardado, veleto. O con aplausos sostenidos como el rendido a Miguel Abellán en su primero, un cornidelantero peligroso, que embarcó con unas verónicas de manos bajas y pies estáticos, pero que salió del caballo doblando las manos. No fue un bravo, calamocheaba. Abellán estuvo porfiado, mejor con la izquierda: naturales puros, aguantados. Mató con limpieza y serenidad. Aplausos, pañuelos blancos, pero El Cali, asesor de la presidencia, no quiso reconocerle la oreja. Y no quiso: “Yo sé más que ustedes”. Bronca bien ganada. Su segundo, un jabonero, parecía al filo de la tarde manchado de sombras. Meritorias banderillas de Santana, martillando, asomado al balcón. Abellán, muy honrado trató por donde podía, pero Incógnito, el toro, no le correspondió. Merecidos aplausos por la estocada.


El de la Santamaría es un público entendido y sensible y lo fue sobre todo con Diego Urdiales, torero desconocido en Bogotá -y hasta hace poco también en España-Serio, austero, humilde. Confirmaba alternativa. Los tendidos lo recibieron con un crédito generoso en silencio. Le correspondió un bello castaño pasado de la media tonelada de peso. Con trapío. Dos verónicas puras y una media, anunciando lo que traía para dejar. Y lo dejó en Bogotá: Centauro fue un toro bravo que Urdiales entonó con quites de chicuelinas y encajó con 3 templados derechazos hacia el centro. Con la izquierda aguantó, cargó la suerte, sorteó un extraño y mostró la nobleza de Centauro, si no el mejor, un gran toro. Remató con una estocada. “En el rincón de Ordoñez”, dijo mi vecino que se llamaba el sitio donde la dejó. Oreja. Aplaudidos toro y torero. El amago de lluvia le dio a la tarde un aplomo acorde con el estilo de Urdiales. En su segundo, un castaño ojo de perdiz, con 511 kilos, ofrecido a César con un “desde niño quería ser como usted”, mostró verdades de ese sueño al torear por naturales largos, rematados con dos escalofriantes pases de pecho. El toro se le aquerenció y Urdiales bregó una y otra vez para sacarlo a descampado sin lograrlo. Al final, lo estoqueó sin más. Aplaudido.


A Sebastián Vargas, muy bien trajeado de berenjena y oro, le tocó el premio del encierro que llevó el capitán Barbero: un azabache aveletado de 574 kilos que fue de menos a más y a mucho más. Se tomó su tiempo en meter la cabeza y lo hizo magníficamente en su pelea con el caballo. Entró perpendicular, metió los riñones e izó la cola. Una pelea de bravo. En quites, Vargas dejó unas chicuelinas que prologaron las banderillas de las que siempre sale airoso y aplaudido. El domingo en un par al hilo de tablas, dándole al toro las de ganar, provocó el galope con la pierna izquierda y puso los palos al violín en el tope del morrillo. “A la calafia”, dijo mi vecino. Vargas no es sólo banderillero. Es un gran torero y nuestro mejor estoqueador. El domingo con su primero -¡el torazo!- hizo una esplendida faena.


Abrió con pase de la firma –severo-, para abrirse en tanda de derechazos al centro, facilitados por un toro entregado, que humillaba y planeaba, como un niño jugando al avión, pero con dos puñales en vez de alas. Naturales profundos, uno con la mano muy baja y la pierna en el sitio donde decide Dios. Se oyeron pedidos de indulto. Ni Vargas ni la presidencia los tomaron en cuenta. Espadazo contundente: dos orejas. Torero, torero. Al final, el matador declaró ahogado por la emoción: “Puta, si estoy feliz”. Y así, tal cual, salió el respetable de una corrida sin estridencias, con un bello encierro variopinto, con la certeza de haber descubierto un nuevo torero, Urdiales, pero con un espinita con El Cali -que puede enconarse- por su tendencia a suprimir un par de banderillas con un solo argumento: su autoridad. Una nota de excepción: todas las espadas entraron a muerte.
 

Por Alfredo Molano Bravo

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