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Toros en Cali: Penúltima corrida de Cañaveralejo

Las dos soberbias tardes que se vivieron con las faenas de Roca Rey, El Juli y Bolívar hacían difícil que se repitieran en la quinta de abono, aun con las figuras del cartel del martes.

Alfredo Molano
30 de diciembre de 2015 - 04:30 p. m.
Archivo EFE
Archivo EFE

La afición quedó saturada de belleza. No cabía un gramo más de satisfacción y sin embargo, a la plaza le faltó poco para volver a verse completa. Pero desde los trancones, menos apretados para llegar a ella, se anunciaba que no sería lo mismo. En toros hay cosas que se saben sin decirse y que llegan como por los aires: que el ganado de don Ernesto es disparejo, bajo de peso, sin trapío; que en corrales hay uno de Miguel Gutiérrez fuera del sobrero. En general son datos fidedignos que desde la salida del primero de ayer se fueron cumpliendo a cabalidad.

Con el primero de Ponce, que sustituyó a Manzanares por andar este con la columna golpeada, no fue mucho lo que pudo –o quiso– hacer con Tolimense, de 482 kilos, un toro que salió medio suelto, medio aburrido y que ni la habilidad del torero pudo resolver. Sucedió al contrario, Ponce se contagió de la abulia del toro. Tenía peligro como todo manso, y dos veces avisó al torero, que conoce como el que más esos mensajes. Un redondo vistoso, unas buenas maneras y respeto por sus 25 años de alternativa. Nada. Bostezo.

Con su segundo, Crepúsculo, todos creíamos que las tandas de silencios se romperían. Y, aunque no fue de tajo, Ponce volvió por sus fueros con un torito de 440 kilitos, según anuncio. Capa fría y distante; pica litúrgica; banderillas en la arena. En el tercer recio, Ponce vino por su porción de verano en América y sacó sus maneras: muleta baja, rítmica; redondos redondeados con remates lentos, alguno cambiando la mano. Naturales lentos, exponiendo la femoral; un cambiado por la espalda para rematar con un forzado de pecho. Un vientecito socarrón lo incomodó. Sin darle importancia borró lo que había hecho con una tanda de derechas a pies quietos mandando como se manda cuando se templa. Remató con dos poncinas seguidas, alargando la muleta hasta donde se acaba el mundo. Digamos, una por cada oreja que el público pedía. y Perdió ambas al atravesar con la espada a Crepúsculo por el ijar. La presidencia no lo vio, o lo vio y lo borró. Un pañuelo con cola de lagarto.

A Castella no se le puede seguir aplaudiendo su repertorio, que por repetido tiende a la decadencia. Los mismos cambiados por la espalda, los mismos redondos, los mismos naturales. Ha dejado de sorprender, aunque siga haciendo todo –casi todo– con belleza y lentitud. Meritoria una tanda con la derecha, repisando sus propias huellas, mandando, para rematar con un cambio de mano, cerrar con un péndulo y cerrar con un trincherazo por lo bajo. Pinchazo, media, descabello. Su segundo fue cambiado por un toro de Ernesto Gutiérrez, Aparcero, el más grande de la corrida y hermano de camada de Rotolando, el toro indultado por El Juli. Un toro sin trapío, mansurrón. Extraño. Chicuelinas al centro, lo único que hizo con gana, porque ni los dos o tres cambiados por la espalda lograron sacarnos de la pesada abulia acumulada.

Hay que reconocerle a Paquito Perlaza el valor de regresar a las plazas después de despedirse con lágrimas y besos fraternos. Pudo más su afición que su orgullo y eso lo enaltece. Recibió a Bambuquero, de 442 kilos, a porta gayola, que no le resultó electrizante. Lo toreó con ganas a la verónica en el centro. Pica, poca. Banderillas bien puestas por Émerson Murillo, y punto. Toro sin fuerza, sin manos, intoreable. Cambiado por un Ernesto Gutiérrez de 480 kilos que salió suelto, flojo de remos delanteros. Paquito es aseado con la derecha y lo demostró una vez más. Los naturales le salieron desarreglados. Trató de matar recibiendo –lo que sabe hacer–, pero el toro no le aceptó la invitación. Aviso. Su segundo toro, Florecido, con 490 kilos, de la ganadería de Don Ernesto González. Bello, rápido cárdeno, acuerpado, pero a poco aflojó las manos. Aterrizaba con los belfos. Paco no podía bajarle la mano un milímetro porque caía de bruces, y así se completó el caso: pase a pase, pase a pase, hasta el pase final. Tan alta tenía la cabeza, que el puntillero lo levantó. ¡Ánimo, Paco!

Por Alfredo Molano

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