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Una campaña imposible

La alcaldesa electa de Cartagena cuenta cómo derrotó a la clase política de la costa.

Judith Pinedo * / Especial para El Espectador
02 de enero de 2008 - 05:26 p. m.

Si quienes participamos en el proceso de construcción de “Por una sola Cartagena” nos hubiéramos tragado el cuento de que siempre se imponen las mayorías –número de ediles, concejales, diputados, representantes y senadores–, no nos hubiéramos atrevido a liderar este maravilloso cuento.

Pero no sólo no les creímos, sino que salimos a defender el derecho de la verdadera mayoría: la de los ciudadanos, de escoger libremente entre varias opciones, presentando la nuestra como una de ellas. Yo, descrestada, como vivo del ingenio de los cartageneros para sobrevivir y de la solidaridad sin límites que hace que lo de uno sea también de otro, siempre me había opuesto a la irrespetuosa afirmación de que los sectores populares, por cuenta de vender su voto, eran los que tenían a esta ciudad jodida.

Porque en nuestra ciudad es mucho más visible el intercambio de puestos por votos, contratos por votos, concesiones por votos, que se da en los estratos altos, y porque en muchos sectores pobres de la ciudad lo que se cree es que la única forma de tumbarle algo a los bandidos, que siempre los visitan en época electoral, es sacarles plata por el voto el día de las elecciones, porque de todas maneras nunca van a regresar.

Mientras el candidato del ‘régimen’ fue fruto de un acuerdo previo de sucesión que implicó que fuera llevado de la mano generosa y paternal del actual alcalde a diversos cargos y sucesivos encargos como alcalde encargado de Cartagena hasta su renuncia para aspirar, nuestro proyecto surge de una iniciativa ciudadana a través de internet, liderada por el Movimiento 1815, que antes se había dado la pela por el voto en blanco.

En una selección abierta todos los interesados pudieron participar en la postulación de más de 20 personas. Fue un primer acierto por el origen de base y sin amarres del proceso. Finalmente quedamos tres, Claudia Fadul, Dionisio Vélez y yo.

Surge el movimiento “Por una sola Cartagena” y se acuerdan las reglas para seleccionar un sólo candidato y el procedimiento de obtener el aval con la firma de la ciudadanía. Ese fue el segundo acierto, la transparencia como un denominador común. Se pactó una encuesta de una reconocida firma que se publicaría el 10 de julio y decidiría, a juicio de los cartageneros, quién debía liderar el proceso. Yo gané la encuesta y me convertí en candidata.

La candidatura se inscribió con firmas. Un hermoso ejercicio de contacto con la ciudadanía, de unión desprevenida de los candidatos iniciales y del movimiento, que en una carrera contra el reloj, en tres semanas, logró que 162 mil cartageneros avalaran la candidatura. Nos inscribimos el 8 de agosto.

Luego del alboroto y la exaltación que genera el último día de inscripciones, comenzó la tarea más fuerte: la de fijar el eje de nuestra campaña, que no podía ser otra que combatir la pobreza. Claro, sin olvidar el desempleo, la calidad educativa, la inseguridad, la corrupción y otras tantas dificultades.

La relación directa y cálida que construimos con la ciudadanía, mediante visitas casa a casa, puerta a puerta y nuestra inspiración constante en el cartagenero común y corriente, fue otro gran acierto. No le pedimos permiso a nadie para llegar a ningún sector. No tuvimos que pagar, como se acostumbraba, ni por sillas ni por amplificación, ni por refrigerios.

Con nuestros escasos recursos, la publicidad la concentramos en los medios más leídos y escuchados, pero la imagen era la del ciudadano. El lema “Con Judith el alcalde soy yo, con Judith el alcalde somos todos” y la figura alternativa, negra y desafiante de la Mariamulata, fue clave. Contrariando algunas reglas del marketing político, la imagen de la candidata no era la importante, sino la de la gente común diciendo; “Con Judith, el alcalde soy yo”.

En las dos últimas semanas la contienda electoral se polarizó no sólo en dos criterios, sino en dos personas. Los ataques personales y sexistas contra la pajarraca ayudaron a reducir el debate entre el candidato de lo mismo y quien no aceptaba la ciudad excluyente.

El cierre del “régimen” en la Plaza de la Aduana, ostentoso y multitudinario. Con muchas orquestas, luces de concierto y  miles de personas movilizadas desde sus barrios en buses contratados por los dueños de la clientela, contrastaron con nuestro final de campaña, en el que caminamos de noche el centro amurallado e invitamos a la gente a traer velas para iluminar la oscuridad.

Las encuestas nos ponían generalmente en el segundo lugar, pero en las calles y en los barrios se sentía un aliento formidable. Y el miércoles, antes de elecciones, en el templo del béisbol colombiano, el Estadio 11 de Noviembre, comprobé lo que venía sintiendo en mis recorridos, me di cuenta de que iba a ganar. Entré atrasada después de cumplir con mi agenda de visitas del día y enseguida sentí un fuerte aplauso. La gente se levantó y aplaudía.

El día de las elecciones llovió copiosamente. Pero desde temprano se advirtió mucha gente, y sobre todo a muchas mujeres saliendo a votar. Escogí para oír los resultados las calles del barrio María Cano. La radio a las cinco de la tarde empezó a dar los datos de lo que sería la victoria de 116 mil votos contra la política tradicional. De allí pa’lante fue una sola emoción, un solo sentimiento de alborozo y solidaridad.

* Alcaldesa electa de Cartagena.

Por Judith Pinedo * / Especial para El Espectador

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