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Historia de La 75 Heladería: cómo nació y cuáles son los sabores que más vende

Cada combinación es un homenaje a la diversidad de sabores que habitan en las diferentes regiones de Colombia. Maracuyá con chocoramo, chontaduro, lulada caleña y bocadillo con queso, entre otras, son creaciones que evocan recuerdos, emociones y orgullo nacional.

Tatiana Gómez Fuentes

07 de noviembre de 2025 - 12:00 p. m.
La 75 Heladería, es un negocio gastronómico enfocado en paletas artesanales que utiliza sabores colombianos en sus propuestas. Actualmente, tienen presencia en Cali, Armenia, Buenavista y Cartagena.
Foto: La 75 Heladería
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Escuchar La Campanella de Niccolò Paganini es como morder una paleta hecha de sonido. El violín en manos del artista se convierte en un instrumento que no solo vibra, sino que resalta cada nota ligera y precisa.

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En los sonidos agudos que emite el violín, uno siente el primer toque frío y dulce de aquella invención, ese instante en que las papilas se abren con sorpresa. Luego vienen los pasajes veloces, las cascadas sonoras que forman —con los ojos cerrados y la velocidad de la música— remolinos de sabor: primero es frambuesa, luego limón, de repente la menta es protagonista y la fresa recorre la lengua. Cada tono en el violín es un cambio de color, un salto de gusto, una nueva textura sensorial.

Así como Paganini dominaba el violín con una precisión casi sobrehumana, la paleta perfecta se derrite, se transforma, pero deja en la memoria un temblor y una dulzura que no se olvida. Al final, ambas experiencias —la música y el sabor— son arte que trasciende los límites de un solo sentido.

La Campanella hace que el oído vea y el alma baile; la paleta, en cambio, hace que la lengua perciba y el cuerpo recuerde. En ambas hay magia, y fusionadas son un festín que comienza en lo sensorial y termina en lo sublime. Escucharla es como morder una paleta hecha de sonido. El violín en manos del artista, se convierte en un instrumento que no solo vibra, sino que resalta cada nota ligera y precisa.

En los sonidos agudos que emite este instrumento, uno siente el primer toque frío y dulce de la paleta, ese instante en que las papilas se abren con sorpresa. Luego vienen los pasajes veloces, las cascadas sonoras que forman -con los ojos cerrados y la velocidad de la música- remolinos de sabor: primero es frambuesa, luego limón, de repente la menta es protagonista y la fresa recorre la lengua. Cada tono en el violín es un cambio de color, un salto de gusto, una nueva textura sensorial.

Así como Paganini dominaba el violín con una precisión “casi sobrehumana”, la paleta perfecta se derrite, se transforma, pero deja en la memoria un temblor y una dulzura que no se olvida. Al final, ambas experiencias —la música y el sabor— son arte que trasciende los límites de un solo sentido.

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La Campanella hace que el oído vea y el alma baile; en cambio la paleta hace que la lengua perciba y el cuerpo recuerde. En ambas, hay magia, y fusionadas son un festín que comienza en lo sensorial y termina en lo sublime. Pero, más allá de su encanto, queda una pregunta que guía esta historia: ¿de dónde nació la paleta que hoy conquista paladares y despierta la memoria?

Foto: La 75 Heladería

El origen de un descubrimiento dulce

La respuesta se remonta a 1905, cuando un niño llamado Frank Epperson, en Oakland, California, olvidó durante toda la noche en la nevera un vaso con agua y gaseosa, dentro del cual había dejado un palito de madera. A la mañana siguiente encontró la mezcla congelada y, al sacarla del vaso con un poco de agua caliente, obtuvo lo que hoy conocemos como paleta. Le gustó tanto el hallazgo que siguió preparándolas para él y, con el tiempo, para sus hijos, sin imaginar que aquel descuido se convertiría en una de las delicias más queridas del mundo.

Casi un siglo después, en el corazón de Buenavista, el municipio más pequeño del Quindío con apenas 3.000 habitantes, nació otra historia de fuerza y sabor: La 75 Heladería. Su fundadora, Sandra Gómez, convirtió una experiencia personal —la lucha contra el cáncer de mama— en el motor para crear un proyecto que le devolviera propósito, esperanza y alegría.

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“La 75 es una historia en la que algo tan duro como superar un cáncer se convierte en gasolina para salir adelante”, cuenta su hijo Juan Cruz. Su historia de superación se transformó en inspiración para levantar una empresa que hoy es símbolo de esfuerzo colombiano.

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Juan Cruz y su mamá Sandra Gómez, dueños del negocio gastronómico artesanal La 75 Heladería.
Foto: La 75 Heladería

El nombre de la heladería, La 75, fue idea de su esposo, quien propuso usar el año de nacimiento de Sandra —1975— como homenaje a la superación de su enfermedad. Desde entonces, el número representa identidad, persistencia y amor por la vida.

Durante la búsqueda de un nuevo camino, Gómez conoció la maquinaria italiana para elaborar gelato y se enamoró del proceso. La calidad, la técnica y el espacio para innovar la cautivaron. Así decidió unir el arte italiano con los sabores colombianos, dando vida a combinaciones únicas como maracuyá con chocoramo, chontaduro, arroz con leche, frambuesa con mora, queso con bocadillo, guanábana y oblea, chicle con gomitas, creaciones que evocan recuerdos, emociones y orgullo nacional.

Foto: La 75 Heladería

De Buenavista para Colombia: la autenticidad detrás de La 75

En ocho años, la marca gastronómica colombiana ha distribuido más de 50.000 paletas en cinco ciudades, manteniendo un compromiso firme con su lugar de origen.

El proceso de producción es artesanal y minucioso. Las pulpas y combinaciones se preparan a mano, respetando los tiempos y las técnicas. En la paleta de chontaduro, por ejemplo, el fruto se cocina en olla a presión antes de obtener la pulpa ideal, reflejando el equilibrio entre tradición e innovación.

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A diferencia de las paletas industriales —llenas de saborizantes artificiales y sin fruta real—, La 75 utiliza una máquina italiana auténtica de gelato, que garantiza textura cremosa y natural sin recurrir a químicos. “Aunque el proceso tarda cinco veces más y cuesta el doble o triple, preferimos mantenerlo así. Para nosotros, es calidad o nada”, afirma Cruz.

La base del gelato proviene de Settimo Torinese, en Turín, Italia, mientras que las frutas son adquiridas a pequeños productores locales del Quindío. Comunidades cercanas suministran lulo, maracuyá, mango y limón, ingredientes esenciales para sabores como la lulada caleña, mango biche o el emblemático maracuyá chocoramo.

Entre los favoritos del público se destacan tres clásicos que ya son parte de la identidad de la marca: queso con bocadillo, maracuyá con chocoramo y oblea, mezcla cultural que combina el dulce de leche argentino con los sabores de la tradicional oblea colombiana. Y además, le dan la posibilidad a sus clientes de disfrutar sus paletas de diferentes maneras, con cobertura de chocolate, enchiladas con limón y tajín, acompañadas de tortas como la de almojábana o la de chocolate con maracuyá, bañadas con café o con galletas de caramelo o Nutella.

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Foto: La 75 Heladería

La innovación también es constante. “No sacamos sabores solo por moda. Cada producto tiene una historia que contar”, explica Cruz. Además, la heladería ha comenzado a reducir el uso de plásticos e implementar economías circulares, reafirmando su compromiso con la sostenibilidad.

Un propósito que trasciende el sabor

El éxito de La 75 Heladería no solo se mide en ventas, sino en el impacto emocional que genera. El público colombiano ha recibido sus productos con entusiasmo, valorando su autenticidad y el trabajo artesanal detrás de cada paleta.

Sin embargo, quienes están detrás de la marca reconocen los retos del sector gastronómico. “Hoy muchos juzgan un producto por su estética en redes sociales, no por su sabor o técnica. Mantener el equilibrio entre lo visual y lo esencial es un desafío constante”, cuentan. Como todo negocio, han enfrentado dificultades que los han llevado a tomar decisiones importantes, como el cierre de uno de sus puntos en Bogotá. “Los costos de arrendamiento del lugar eran una locura, así que preferimos cerrar”.

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Aun así, la filosofía de La 75 permanece intacta, todo se trata de no reemplazar el trabajo humano por eficiencia ni industrializar procesos. “No vamos a perder el alma por rapidez. Para nosotros, esto es más que un negocio”.

Ese propósito también se refleja en su más reciente innovación, los Tuk Tuk heladeros, la primera flota de heladerías en el mundo que funciona con energía 100 % solar. Más de 20 vehículos recorren hoy distintas ciudades colombianas llevando sabor, sostenibilidad e inspiración.

Hace pocos días, la heladería lanzó nuevos sabores: sandía y lychess, pie de limón, turrón de chocolate italiano y ron con pasas, manteniéndose fiel a su objetivo principal: reinterpretar y enriquecer, transformando recuerdos y emociones en un deleite que honra la historia global y la identidad local.

A futuro, esta heladería de paletas artesanales busca consolidarse como la más innovadora de Colombia, uniendo arte, conciencia ambiental y pasión por lo local. Desde un pequeño rincón del Quindío, Sandra Gómez y su equipo de trabajo demuestra que la resiliencia también puede tener sabor a helado: un sabor que inspira, une y transforma. ¡A mí que no me regalen flores, que me regalen paletas!

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Juan Cruz, Sandra Gómez y el equipo de trabajo detrás de La 75 Heladería.
Foto: La 75 Heladería

Si pudiera crear una paleta inspirada en Colombia, ¿cuál sería el sabor que elegiría o fusionaría?

Si te gusta la cocina y eres de los que crea recetas en busca de nuevos sabores, escríbenos al correo de Tatiana Gómez Fuentes (tgomez@elespectador.com) para conocer tu propuesta gastronómica. 😊🥦🥩🥧

Por Tatiana Gómez Fuentes

Comunicadora Social - periodista de la Universidad Pontificia Bolivariana de Bucaramanga, con maestría en gestión y dirección comercial con énfasis en comunicación, publicidad y ecommerce de la Universidad Complutense de Madrid.@tagy_petustgomez@elespectador.com

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