Se crecieron los críos

Las plantaciones de Malbec llevan la delantera en Altamira, pero la presencia de Cabernet Franc actúa como solista o como acompañante perfecto en las mezclas.

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Descorchados 2021, la guía dirigida por el periodista y crítico chileno Patricio Tapia, resalta en su edición dedicada a Argentina el grado de perfección alcanzado por los vinos de Gualtallary y Paraje Altamira, dos zonas a las cuales la crítica mundial les concede el grado de Grand Cru, al compararlas con las más ilustres denominaciones francesas.

Gualtallary y Paraje Altamira están ubicadas, respectivamente, en los departamentos de Tupungato y San Carlos, al sur de la ciudad de Mendoza y dentro del llamado Valle de Uco.

Como otros cronistas de la vitivinicultura austral, ya les había anticipado aquí los primeros ecos de ese proceso, en escritos publicados en abril de 2013 y en octubre de 2016.

Tapia, quien también publica compendios similares enfocados en Chile y Uruguay, dice que una de las cosas que más le llamó la atención de Argentina -al analizar 1.858 muestras enviadas por 224 bodegas- “fueron esas ansias de aventura de seguir subiendo en los Andes, en especial en el Valle de Uco, para buscar nuevos sabores en lugares en donde, hasta hace muy poco, nadie habría siquiera pensado en plantar viñedos”.

En el “top diez” de Descorchados, cinco de los ganadores provinieron de Gualtallary y Paraje Altamira, y otros dos de los distritos Tupungato y San Carlos.

Los vinos elaborados con uvas de esas zonas -favorecidas, además, por óptima ubicación, clima y composición de suelos- muestran rasgos únicos e inimitables.

Altamira, a una altura promedio de 1.100 msnm, comenzó a llamar la atención desde principios del siglo XX. Pero fue Achaval Ferrer, hace varias décadas, la bodega precursora en el territorio.

En los últimos diez años, jóvenes enólogos como Sebastián Zuccardi y varios colegas suyos de Catena y Chandon, comenzaron a rastrear y aruñar los suelos, hasta verificar que Altamira está en el centro del cono aluvial del río Tunuyán, factor que genera una asombrosa heterogeneidad, con predominancia de carbonato de calcio y restos de arena, limo y piedra. Esta mixtura estimula claras sensaciones minerales en el paladar.

Para enriquecer la paleta de aromas y sabores, las bodegas suelen cosechar racimos de distintas áreas del viñedo, para luego vivificarlos de manera separada. Consiguen, así, un retablo polifacético, que arroja vinos con estructura, firmeza y carácter brioso, pero que, al estar dotados de esa acidez propia de la altura, terminan en sensaciones jugosas.

Las plantaciones de Malbec llevan la delantera en Altamira, pero la presencia de Cabernet Franc actúa como solista o como acompañante perfecto en las mezclas.

Gualtallary es otra historia. Los viñedos más antiguos datan de 1994 y crecieron a ritmo moderado mientras las plantas se ajustaban a nuevos y arriesgados topes de altura (1.600 msnm), bajo condiciones climáticas muy frías. Una vez se aclimatan, las vides de Sauvignon Blanc, Chardonnay, Pinot Noir, Cabernet Franc y Malbec ofrecen vinos frescos, pero tensos y lineales. Es decir, ruedan, como acróbatas, por el centro del paladar.

El sello principal de Gualtallary, sin embargo, es la abundancia de calcáreos en sus suelos, asemejándose a condiciones similares a las de Champaña y Borgoña, en Francia.

Todo este panorama de descubrimiento continuo y afinaciones en marcha han llevado al enólogo italiano Alberto Antonini, gran conocedor de los vinos argentinos, a decir que el próximo paso del país austral es “vender menos Malbec y más Terroir”.