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Gene Simmons y sus 'Joyas de familia'

El bajista de Kiss habla de su ‘reality’ y su faceta como estrella de televisión.

Santiago La Rotta
04 de agosto de 2012 - 04:13 a. m.
Gene Simmons durante el concierto de Kiss en Bogotá, en 2009. /David Campuzano - El Espectador
Gene Simmons durante el concierto de Kiss en Bogotá, en 2009. /David Campuzano - El Espectador

“El matrimonio es una institución y no quiero vivir en una institución”. La frase le duró 28 años a Gene Simmons, músico, bajista de Kiss, demonio, aficionado al maquillaje. Después de casi tres décadas de vivir con Shannon Tweed, actriz y exconejita Playboy, Simmons entró a la institución en octubre del año pasado. Sin máscara, sin armadura, sin botas ni bajo en forma de hacha.

En el diccionario Simmons de la vida “hombre” significa “niño de 14 años, excitado, que tiende a madurar como a los 60”. La madurez del bajista llegó a los 62 años, en forma de matrimonio.

¿Cuál es el camino que conduce al matrimonio? Las presiones. Las culpas. Los intereses. La angustia. La soledad. El optimismo. En menor medida, el amor. Y la televisión.

Han pasado seis años desde el estreno de la primera temporada de Joyas de familia, el reality que retrata la vida de Gene Simmons y su familia, la perspectiva íntima de una de las figuras más extravagantes de un género musical plagado de extravagancia. “Me he portado mal durante 28 años. Todos los años, en cada lugar, hay ‘chicas’. Ver a Shannon llorar mientras veía el programa una y otra vez me ha hecho pensar: ¿qué más quiero en la vida. Creo que por eso me casé, por fin”. Redención vía entretenimiento, tal vez.

Acción. Dos hijos adolescentes con problemas de actitud, una docena de perros, una esposa que actúa como el pegante de la experiencia diaria y una estrella de rock que se mueve como una figura espectral a través de su casa en Beverly Hills. No es Gene Simmons sino Ozzy Osbourne, uno de los padres del rock pesado, quien también comparte la paternidad del reality, al menos del de celebridades de rock and roll.

Al aire en 2002, Los Osbourne se convirtió en el programa más visto de MTV al abrir la puerta de una vida íntima que se anunciaba fantástica (con un padre de familia que le arrancó la cabeza a un murciélago durante un concierto), pero que más bien mostraba a un hombre que arrastraba los pies hasta el sofá frente al televisor, en medio de una algarabía hecha de ladridos de perro y los gritos de un par de niños malcriados que recibían regaños por fumar marihuana: “Sólo la utilizo para poder quedarme dormido, mamá, lo juro”.

El programa murió después de tres años y en la mitad quedaron episodios memorables, como un accidente en el que Ozzy casi muere o varios en los que Sharon (la esposa) comenzó su pelea contra el cáncer; memorables por lo auténticos, porque presentaban más de la experiencia humana que el comportamiento desarreglado de un profesional con un ejército de asistentes.

El reality, la sobreexplotación del formato, ha convertido el registro en actuación, lo documental en dramática ficción; al menos en una buena medida. “Lo único que puedo hacer es ser yo mismo. Lo que se ve en el programa es lo que soy, los niños y Shannon, así somos y esta es nuestra vida”.

Simmons, el músico. Simmons, el empresario detrás de una cadena de restaurantes, un millonario negocio de mercancía de Kiss, uno de seguros de vida y otro programa de televisión (en camino). Paradoja: más que un producto, el reality es un recuerdo familiar que se comparte con millones de televidentes en 84 países. “Es como mirarse en un espejo, ver lo que otras personas ven de ti. Nuestros videos caseros fueron vistos por el mundo entero y eso es algo maravilloso”. Claro, eso dice él, padre de una hija que ha desarrollado una línea de ropa (junto con su madre) para una cadena de televisión y de un hijo que ya trabaja en la producción de una película.

¿Por qué estar en televisión?: “Entendí que este medio sigue siendo el más poderoso. Entendí que haciendo un programa con mi familia, mis hijos tendrían mayor probabilidad de tener una carrera”. Pausa. “Y tuve razón”.

Por Santiago La Rotta

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