“Yo no tengo problema con la gente gay, ¡pero usted es demasiado!”, fue lo que le dijo un hombre en Australia en 2016, cuando le propinó un puño en la cara. Alok, estadounidense, comediante, poeta, activista e ícono de la moda, regresaba en tranvía a su hotel luego de un show en el que criticaba cómo la existencia de las personas trans solo se valida en las pantallas, las fotos y los escenarios. Aunque revivió el miedo experimentado en su infancia a mostrarse tal como es, tiempo después dedicó una nueva rutina a perdonar en público al agresor transfóbico.
En 2022, Alok dijo al diario The Guardian que consideraba que ese hombre le dio ese golpe por un malestar relacionado con su propia identidad de género, consecuencia de las presiones permanentes para cumplir con normas rígidas de género que pueden, en quienes no procesan su dolor, ocasionar ira y rabia.
Cuando se buscan las palabras “género no conforme” o “variación de género” en internet, Wikipedia muestra una foto de Alok Vaid-Menon e ilustra el artículo que define el concepto como “la expresión de género de una persona cuyos comportamientos, maneras o apariencia no coinciden con los roles de género masculinos o femeninos”. Vaid-Menon es amante de los colores vivos. Estos colores se reflejan constantemente en su cabello abundante y delineando sus ojos. También aparecen en sus tacones, sus tocados con flores, sus uñas pintadas, sus aretes con grandes colgantes y sus vestidos de telas brillantes y holgadas que evocan la vestimenta tradicional del Sudeste Asiático, el país de su familia. Con este colorido contrasta el negro del vello cuidadosamente peinado que pobla su barba y su pecho.
Lo cierto es que, aunque cada cultura tiene sus propias normas explícitas o tácitas sobre la expresión de género, existen tantas personas como formas de vivir y experimentar la identidad, incluidas aquellas que no encajan en los moldes tradicionales de “masculinidad” o “feminidad”. Sin embargo, las personas trans son hoy caballito de batalla en todo el mundo, siendo objetivo de políticas y discursos discriminatorios. En Texas, el estado natal de Alok, leyes implementadas en nombre de supuestamente “proteger a los niños” han resultado en salidas del clóset a la fuerza y barreras para acceder a derechos universales como empleo, educación y salud. Pero hoy, a través de la risa, Alok se enfrenta al auge global de la transfobia.
Con formación en Stanford y una trayectoria que cruza la moda, la literatura y el performance, ha recorrido escenarios en más de cuarenta países con un mensaje que va más allá del género: la posibilidad de existir con belleza en un mundo que castiga la diferencia. Sus monólogos y libros, como Beyond the Gender Binary, le han dado un lugar destacado en el debate público sobre el cuerpo y la libertad en Estados Unidos y el mundo
Alok Vaid-Menon se presentará en Bogotá el 8 de noviembre con su espectáculo “A Hairy Situation”, en el Teatro ECCI, sede centro. Las boletas están disponibles en tickeo.com. A propósito de su visita, compartió sus reflexiones con El Espectador.
¿Qué es lo peor que puede hacer quien sube al escenario como comediante?
A veces, cuando estás pasando por momentos difíciles o por episodios de depresión, piensas: “esto podría ser un gran material cómico”, porque existe ese impulso de convertir inmediatamente lo que vives en arte. Pero muchas veces subimos al escenario situaciones que en realidad no hemos procesado emocionalmente. Eso puede hacer que no nos detengamos a sentir el dolor y, en lugar de ayudarnos, se convierte en una forma de evasión. Y lo segundo sería que, cuando un chiste no hace reír, tienes que seguir creyendo en él. Si dejas ver que te preocupa que el público no crea en ti, esa inseguridad puede contaminar todo el resto de la presentación. Tienes que subir al escenario con una profunda convicción y confianza en ti: creer que lo que dices es importante, divertido y verdadero. Porque muchas veces no se trata de qué estás diciendo, sino de cómo lo dices.
¿Cómo crear un discurso en el que conviven la comedia y los asuntos políticos por los que hace activismo?
Nunca he podido separar una cosa de la otra. Los temas sobre los que más me interesa hacer chistes y que encuentro más graciosos resultan ser políticos, porque son los temas que me importan. Por eso, a veces me parece poco auténtico cuando un comediante se propone hacer “material político” si en realidad no está viviendo una vida política.
Si vives una vida política y tienes esas conversaciones fuera del escenario, con tus amistades y en comunidad, entonces es mucho más fácil hacer chistes sobre eso, porque esos chistes ya surgen de manera orgánica en esas mismas conversaciones. Creo que la comedia es un método esencial del activismo, porque permite decir: “tú crees que lo absurdo es este chiste, pero lo verdaderamente absurdo es el statu quo”. La comedia nos permite provocar, ofrecer una nueva mirada sobre el mundo y obligar a la gente a reconsiderar lo que da por hecho. En este momento, la cultura política está saturada: la gente se siente cansada de que le den sermones, de que le digan qué debe pensar. Pero un chiste es una manera poderosa de empaquetar la verdad.
¿Y cuál es esa verdad que más le interesa transmitir?
Gran parte de mi trabajo gira en torno al aumento global de la transfobia. Lo que estamos viendo en todo el mundo es un deseo intenso de usar a las personas trans como chivo expiatorio, de presentarnos como seres peligrosos, mientras enfrentamos altos niveles de violencia. Me interesa cuestionar los estereotipos y los mitos que existen alrededor del género y provocar una reflexión sobre cuánta energía invierte nuestra cultura en mantener estas ficciones, en lugar de enfrentar los problemas reales. Por ejemplo, en mi país escuchamos la narrativa de que “las personas trans están destruyendo la civilización”, mientras los incendios forestales, huracanes y terremotos son los que en realidad están destruyendo nuestra civilización. Así, la comedia se convierte en una manera de desviar la atención de los falsos problemas hacia los verdaderos.
¿Por qué el discurso antitrans ha ganado tanta fuerza en los últimos años, incluso tras avances en materia de derechos LGBTIQ+?
El progreso nunca es lineal; estamos viviendo un momento de reacción. Precisamente por los avances que hemos logrado, ahora estamos experimentando un retroceso. En este momento, el blanco son las personas trans, pero eventualmente esto se va a extender a toda la población LGBTIQ+. Lo que me preocupa es que muchos gays y lesbianas cisgénero piensan que no se verán afectados por esta ola, pero sí lo estarán. Porque, en el fondo, lo que está en juego es que las personas trans desafiamos la idea de que otros puedan decirnos quiénes somos o determinar nuestras vidas. Ser trans es una lucha por la autodeterminación, y eso va en contra de los intereses de muchos Estados y sistemas de poder que buscan definirnos y que, con frecuencia, usan la retórica de la “libertad” mientras nos controlan y nos coaccionan. Yo pienso la experiencia trans como una práctica de libertad: una manera de decir “esto es lo que creo que soy”, “así creo que puede ser una mujer o un hombre”. Es crear nuestras propias definiciones. Y eso contradice directamente a los sistemas que pretenden imponer una sola definición universal a la que debamos conformarnos.
¿Cuál es la principal diferencia entre formar parte de un movimiento LGBTIQ+ en un entorno represivo y en uno progresista?
Diría que es una diferencia muy, muy grande. Yo soy de Texas, así que me es muy familiar esa situación. Cuando vives en un contexto de represión y violencia tan intenso, no puedes expresarte tan públicamente. En esos lugares más conservadores, gran parte del activismo se organiza de manera subterránea: se centra más en la ayuda mutua, en apoyar a la gente para que acceda a vivienda o atención médica, y menos en la incidencia política, porque la visibilidad puede ser peligrosa. Pero es importante entender que incluso los lugares “progresistas”, como la costa Este de Estados Unidos, están volviéndose cada vez menos progresistas.
Y eso es lo que resulta tan angustiante de este momento: hay más violencia en todas partes, y las mismas tácticas de intimidación que se usaban en los lugares conservadores ahora se están aplicando en todo el país. Entonces surge una duda sobre si hay algún lugar realmente seguro. Por eso creo que es esencial que aprendamos nuestra historia como personas LGBTIQ+, porque venimos de una comunidad que ha sobrevivido a intentos de erradicación, que ha sido criminalizada históricamente y, aún así, hemos existido durante siglos. Y lo hemos hecho uniéndonos frente a la división y la intimidación. Siento que este es un momento muy poderoso para afirmar que lo que pasa hoy en Texas afecta lo que pasa en Nueva York, lo que pasa en Colombia afecta lo que pasa en Estados Unidos, y viceversa.
Al hablar de temas de género, noto que muchas veces hay una brecha entre lo que los movimientos trans quieren decir y lo que parte del público logra entender. Por ejemplo, frases como “hay mujeres con pene” o “hay hombres que menstrúan” pueden generar resistencia. ¿Cómo podemos tender puentes para que estas ideas se comprendan mejor?
Tenemos que adaptar nuestro mensaje de forma individual. No puede haber un único guión que usemos en todas partes: tenemos que “leer la habitación”, entender quién está ahí y eso es algo que quienes nos dedicamos a la comedia aprendemos a hacer. Eso no significa que sacrifiquemos nuestros principios ni nuestra verdad, pero sí que debemos mejorar nuestra manera de comunicar. Y sí, creo que tenemos un problema de comunicación. Muchas veces, el error en los movimientos LGBTIQ+ ha sido presentar nuestros derechos como si fueran “derechos especiales”. Entonces vemos una reacción contraria del tipo: “¿Por qué debería importarme algo como un pronombre o una atención médica afirmativa si ni siquiera tengo vivienda o agua limpia?”. Por eso debemos apelar a ideas más universales como la dignidad humana y la seguridad, conceptos que todas las personas pueden entender y apoyar. Eso implica construir alianzas. Y por eso creo que el futuro de la defensa LGBTIQ+ en el mundo no debe centrarse solo en cuestiones de género o sexualidad, sino alinearse con luchas y movimientos políticos más amplios.
Esta es su segunda gira en América Latina. ¿Cómo ha sido “leer la habitación” en los escenarios de esta región?
Creo que muchos movimientos LGBTIQ+ –y en particular los movimientos trans– de América Latina están mucho más avanzados que los de Estados Unidos. Siento que no vengo solo a enseñar, sino también a aprender, porque hay una historia muy profunda y desarrollada de activismo trans en la región, con liderazgos increíbles que están haciendo un trabajo muy poderoso. Como persona india, siento una gran afinidad con América Latina por nuestra historia compartida de colonialismo, y por cómo ese colonialismo nos inculcó dogmas religiosos y mucha vergüenza, lo que hace que hablar de género y sexualidad se sienta tabú. También encuentro otra conexión en la importancia que le damos a la familia y al colectivismo. Gran parte de mi comedia trata precisamente de navegar las dinámicas familiares, y siento que eso conecta muy bien con el público latinoamericano.
También le puede interesar: Lo que Estados Unidos pierde al prohibir leer a Gabriel García Márquez
El debate sobre la censura en Estados Unidos cobró más relevancia en Colombia cuando se supo que se prohibía en algunos colegios la lectura de obras de Gabriel García Márquez. ¿Cómo seguir creando en un contexto en el que el lenguaje está bajo ataque?
Creo que lo que está ocurriendo ahora es que fuerzas conservadoras que siempre han existido, pero que nunca enfrentamos de forma directa, están saliendo a la superficie y ganando más terreno. Y la única manera de avanzar es defender nuestros principios. Pienso que este es un gran momento para decir que, muchas veces, nuestros movimientos se han centrado solo en resistir o en responder. Lo que deberíamos hacer es proponer una visión proactiva, en la que defendamos un mundo donde todas las personas puedan expresarse creativamente, y sostener ese principio como algo no negociable. Lo que ha pasado, en muchos sentidos, es que hemos permitido que nuestra libertad se entienda como algo que puede debatirse. Por ejemplo, en Estados Unidos se habla del “tema transgénero”, y yo siempre he rechazado ese encuadre porque mi vida no es una opinión política. No está abierta al debate. Hay cosas que simplemente no se debaten, como la dignidad humana.
🟣📰 Para conocer más noticias y análisis, visite la sección de Género y Diversidad de El Espectador.
✉️ Si tiene interés en los temas de género o información que considere oportuna compartirnos, por favor, escríbanos a cualquiera de estos correos: lasigualadasoficial@gmail.com o ladisidenciaee@gmail.com.